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Lo omnioso: Los elixires del diablo


Enviado por   •  10 de Octubre de 2018  •  Ensayos  •  2.335 Palabras (10 Páginas)  •  279 Visitas

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Geraldine Trujillo peralta   20162151685

Psicoanálisis y cultura

Lo omnioso: Los elixires del diablo

Francisco, quien más adelante será conocido como hermano Medardo, capuchino de un monasterio ubicado en la Prusia Oriental, tiene un particular nacimiento. Su padre, un criminal y asesino atraído por Satanás, muere en el momento del alumbramiento de su hijo, cuando se encontraba realizando severas penitencias para expiar sus pecados. El primer encuentro de Medardo con su doble se da a temprana edad: “Algunas veces el anciano traía consigo a un niño hermosísimo que tenía mi edad. Nos sentábamos en la hierba acariciándonos y besándonos”. En el que la relación con el doble adquiere el carácter de intercambio homoerótico, vivido de forma apacible y placentera. Es allí que hace aparición por primera vez la figura del pintor: Recuerdo de este modo, como si la estuviera viendo en la iglesia desierta,  en poco tiempo, ingresa al monasterio de los “Capuchinos de B…” en donde toma del santo el nombre de Medardo. Una princesa lo amadrina, convirtiéndose en su protectora. Su doble continúa apareciéndosele de forma mística a través de visiones extáticas, descriptas como regocijantes y maravillosas: “…aparecía el niño prodigioso, entre lirios, y me preguntaba: ¿Dónde has estado tanto tiempo, Francisco? Tengo muchas flores muy hermosas que te regalaré si te quedas conmigo para toda la vida”. Lo ominoso continúa sin emerger en el relato, pero una cosa es cierta… Medardo tendrá que permanecer unido a su doble por el resto de su vida. Medardo comienza a predicar en la iglesia durante los días festivos, convirtiéndose en un gran orador. Los fieles se agolpan en la puerta del monasterio para escuchar sus sermones, hecho que lo llena de orgullo y felicidad: “parecía como si una locura religiosa se hubiera apoderado de la ciudad; con cualquier pretexto, aun los días corrientes, todos se dirigían al Monasterio para ver y hablar al hermano Medardo” Más adelante expresa: Tenía, pues, gran interés en saber lo que diría la princesa; era grande mi deseo de conocer la expresión de su contento al recibir a aquel que, siendo niño, ya le había llenado de asombro y hecho presentir su superioridad. De esta manera, fue tomando cuerpo en mí la idea de que era un escogido del Cielo. Su madre y la princesa rechazan su discurso, y le esto esta frustrando a Medardo y dejándolo en un estado de desasosiego. La orgullosa vanidad de tu sermón, tus evidentes esfuerzos para decir algo brillante y sorprendente, me han demostrado que, en vez de instruir a la comunidad y despertar devotas reflexiones, sólo has buscado el aplauso y la admiración del mundo. Pero la trama no queda aquí y  la aparición de un particular objeto de deseo que lo sacará del monasterio y provocará un quiebre irreversible en su vida. ”De repente, oí un murmullo a mi lado y vi a una doncella delgada y de gran estatura que, vestida de manera extraña y con un velo que le cubría el rostro, se acercaba a mí con intención de confesarse, sentí su respiración ardiente y noté como si me sofocase un hechizo embriagador antes mismo de que comenzara a hablar. ¿Cómo podría describir yo el tono singular, penetrante, íntimo de su voz?... Cada una de sus palabras me producía gran emoción. Aurelia, como más adelante nos enteraremos que se llama la joven, le confiesa su amor, dejándolo en tal estado de tensión nerviosa que parecía que iba a sufrir un ataque. Me sentía fuera de mí; un sentimiento desconocido desgarraba mi pecho”. Medardo, abandona el monasterio y decide  lanzarse al mundo. Cerca de un bosque de abetos se produce un nuevo encuentro con su doble. Se topa con un joven idéntico a sí mismo que, vestido de uniforme, duerme pendiendo de un abismo. Se acerca a despertarlo y lo hace caer y estrellarse con las rocas y peñascos. Este  bien podría servir como decía Lacan acerca del estadio del espejo, la lógica paranoide de “o bien tú o bien yo”, propia de lo especular, hace que un yo no pueda coexistir con su doble, no hay lugar para ambos, por fuerza uno debe desaparecer. Medardo, “sin darse cuenta”, asesina a su doble y al adentrarse nuevamente en el bosque de abetos… lo suplanta. Se encuentra allí con un hombre vestido de cazador que lo confunde con el conde Victorino, doble a quien Medardo acaba de matar. El conde planeaba disfrazarse de capuchino para ingresar de incógnito a un palacio, por lo que Medardo adquiere la identidad de Victorino y se adentra en el castillo para pasar a vivir una  aventura. En el palacio se desarrolla una curiosa intriga en la cual Medardo es confundido con el conde Victorino (su doble) por el personaje de la baronesa, maquiavélica cortesana que cree que el protagonista ha llegado para establecer con ella una relación amorosa secreta; pero, a su vez, es reconocido por otros personajes como el famoso capuchino Medardo. Comienza a establecerse allí un espacio  ominoso que amenaza con enloquecer a nuestro personaje. Esto genera angustia y confusión en Medardo: ¡y así soy para él en realidad el que soy!. Pero la relación que Victorino tiene con la baronesa viene a mi mente, pues también yo soy Victorino. Soy lo que parezco, y no parezco lo que soy: ¡Para mí mismo soy un enigma indescifrable, y mi yo está escindido!. Lo que parece enloquecer al desdichado personaje es la coexistencia de él y su doble en completa unión, del reflejo especular y el yo en el mismo sitio, a y aplastados en un preciso lugar y sin que medie la más ínfima separación. Confusión que provoca desesperación y que nos muestra una variante de lo ominoso específicamente imaginaria. En su catálogo de emociones y afectos vinculados a lo especular, nos presenta un momento en que un sentimiento de ominosidad se desprende específicamente del registro de lo imaginario. No es la aparición de algo que hace de objeto pequeño a en el lugar de la falta imaginaria lo que está en juego en este punto, sino específicamente la dialéctica del espejo produciendo una angustia vinculada con lo siniestro. Al día siguiente del mencionado episodio, en el momento y lugar más inesperado, sin que el protagonista pueda dar crédito a lo que está viviendo, reaparece Aurelia, su objeto de deseo. Es allí que nos encontramos con uno de los mecanismos descriptos por Freud, que atravesará toda la novela: la repetición continúa de elementos. Aurelia reaparecerá una y otra vez, ominosamente, a lo largo de la obra. Pero no es exclusivamente la repetición, podría aventurarse, lo que causa el efecto siniestro en este caso. La repetición sigue un ritmo preciso, una cadencia. Aurelia reaparece al ritmo de un compás. La trama prosigue con el asesinato por parte de Medardo de la baronesa y Hermógenes, su hijastro loco. Pareciera que es una fuerza sobrenatural ubicada por encima del protagonista la que lo lleva a realizar el crimen. Al huir del palacio, ríe sardónicamente y exclama: – ¡Insensatos! ¿Queréis prender al destino, que ya ha juzgado al asesino?–… Pero he aquí que, de pronto, tuve una visión horrible… Ante mí se hallaba la figura ensangrentada de Victorino, y no yo, sino él, era quien había pronunciado mis últimas palabras. Con la misma cadencia con la que reaparece Aurelia a la largo de la novela reaparecerán también la figura del pintor y el doble de Medardo. Mientras que el primero lo hará siempre de forma similar, teñido del mismo halo fantasmagórico, el doble reaparecerá bajo diversas facetas, mostrándonos en cada una de ellas una variante del repertorio de efectos siniestros que puede generar lo especular. La siguiente aparición se da mientras Medardo se encuentra hospedado en la casa de un guardia forestal, luego de la huida del palacio. Su doble se le presenta vestido de capuchino y completamente loco. Un elemento a resaltar es el efecto enloquecedor que pasará a producir a partir de este punto el encuentro con el doble. Siempre que se encuentren, uno de los dos estará loco, ambas figuras no pueden coexistir en la cordura. Pareciera que si la aparición del doble resulta ominosa, la coexistencia aparece como enloquecedora. Pensamientos, recuerdos y vivencias se intercambian o transfieren entre Medardo y su doble Victorino, por momentos Victorino pasa a ser tomado por la psique de Medardo, por momentos Medardo adopta el yo de Victorino. Podría aventurarse que parte de la generación de ese efecto siniestro que Freud describió como de “intercambio y saltos de una persona a la otra”. Cuando Medardo es finalmente apresado y se encuentra en la torre, a la espera del juicio por los asesinatos cometidos en el palacio, su doble adopta la apariencia de una alucinación  que lo acosa y atormenta. Otra variante de lo especular, en este caso terrorífica y generadora de locura, se presenta en esta instancia: Por último, escuché que me llamaban con una voz horrible, temblorosa y ronca: “¡Me… dar… do! ¡Me… dar… do!” ¡Me quedé helado! Procuré serenarme y dije: “¿Quién está ahí? ¿Quién está ahí? Se rieron en alto y luego, gimiendo y golpeando, volvieron a balbucear: “Me… dar… do… ¡Medardo!” Me incorporé diciendo: “¡quien quiera que seas, si eres un fantasma, hazte visible a mis ojos para que pueda verte y cesa en tus tristes risas y golpes!”… Así grité en la profunda oscuridad, pero, bajo mis pies, oí que golpeaban y balbuceaban: “Hi, hi, hi… hihihhi… hermanito… hermanito… Me… dar.. do… aquí estoy… ábreme… vámonos al bosque”. Entonces me pareció que la voz resonaba cavernosa en mi interior. Era una voz conocida que ya había oído otra vez, aunque no tan temblorosa ni entrecortada. Sí, con espanto, creí percibir el mismo tono de mi voz. Involuntariamente, como si tratase de probar si lo era, balbuceé: “¡Medardo… Me.. dar… do!” Volvieron a reírse, pero con risa burlona y horrible. Yo grité: “Her… ma… ni… to… her… ma… ni… to… ¿me conoces… conoces? ¡Ábreme… vamos al bosque… al bosque!” “¡Pobre loco –oí que decía con voz sorda–, pobre loco, no puedo abrirte, no puedo ir contigo al bosque… y respirar el aire primaveral que sopla ahí fuera ¡estoy encerrado en una cárcel espantosa, como tú!”. Se oyó gemir, con llanto inconsolable, y fueron haciéndose cada vez más débiles los golpes, hasta que callaron, se apagaron. La historia prosigue con Medardo atormentado en la mazmorra. Pero en el momento en que está por ser declarado culpable y condenado a muerte, su doble hace aparición en el pueblo; loco, vestido como capuchino, confiesa haber cometido los asesinatos ni bien es interrogado. Nuestro personaje es dejado en libertad… y reaparece Aurelia, esta vez confesándole su amor. Aurelia y Medardo planean casarse y ha llegado el día señalado para la celebración. Mientras aguardan ante el palacio ven pasar la carreta del verdugo que lleva al doble de Medardo rumbo al lugar en el que será ejecutado. El doble, al ver a Medardo exclama: “–Novio… novio!... ¡Ven. Ven al tejado… al tejado… allá lucharemos y el que tire al otro será el Rey y beberá la sangre!”. Aurelia se sobresalta y abraza a su prometido pero “los espíritus infernales” hacen que éste tome a su novia de forma violenta, confiese a gritos sus crímenes, la apuñale y huya. “Eché a correr escaleras abajo, crucé el pueblo en dirección a la carreta, la alcancé, agarré al monje y le tiré al suelo… Emprendí la fuga, siempre perseguido de cerca”. Medardo se adentra en el bosque perseguido por su doble, entabla lucha con él, pero consigue escapar. Finalmente, acaba en un monasterio que se encarga de la curación de enfermos, en donde realiza un largo proceso de expiación de sus pecados. Allí, mediante una entreverada historia que escucha de boca de un monje, se entera que su doble había sobrevivido a la caída del precipicio del bosque de abetos y adoptado su personalidad: “Es cierto que Victorino fue salvado de manera maravillosa del abismo donde le arrojaste, que él era el monje loco que acogió el guarda forestal, que te persiguió como tu doble y murió aquí, en el Monasterio”.Lee unos papeles dejados por el misterioso pintor que reaparece a lo largo de toda la obra, en los que se narra la historia de la familia de Medardo. Ahí nos enteramos de la existencia de una extraña saga familiar en la que se repiten nombres, relaciones y crímenes. El pintor que reaparece a lo largo de toda la novela no es otro que su tatarabuelo, que posee su mismo nombre: Francesco. De hecho toda la línea de descendencia hasta Francisco (el capuchino Medardo) ha recibido los mismos nombres: Francisco, Francesco o Franz. Medardo y su doble Victorino son hermanos y Aurelia también posee un vínculo de consanguineidad con la familia. A lo largo de generaciones los mismos crímenes se han repetido y el mismo vínculo con los elixires del diablo, el vino otorgado a San Antonio por Satanás, los ha obligado a realizar acciones y crímenes más allá de su voluntad, llevándolos a un mismo destino, del que ninguno ha podido escapar. Es la sobrenaturalmente obligada repetición de un destino familiar lo que hace que Medardo intente asesinar a Aurelia en la noche en que iba a desposarla. Nos encontramos allí con uno de los rasgos que Freud señala como productor de ominosidad: lo idéntico se repite de generación en generación, una y otra vez con un aire “demoníaco”. Una lectura detenida de la novela nos muestra que tal vez el elemento siniestro por excelencia que se repite en la entreverada historia del capuchino se vincula con el hecho de ser controlado por una fuerza ubicada más allá de él, que restringe su libertad de acción y de la que no hay forma de escapar. Tal vez lo más inquietante a lo que pueda enfrentarnos esta obra es a ese punto en el que algo que está más allá de nosotros limita nuestro libre albedrío, autonomía, nos enfrenta a lo dudoso de nuestra preciada ilusión de libertad.

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