Los robots de Isaac Asimov hijo Máquinas
oscsaulSíntesis27 de Noviembre de 2012
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Yo, robot
Isaac Asimov
Los robots de Isaac Asimov son máquinas capaces de llevar a cabo muy diversas tareas, y aunque carecen de libre albedrío, se plantean A menudo a sí mismos problemas de "conducta humana", en Situaciones que serían recreadas más tarde por muy distintos Autores. (Véase "El alma del robot", de B. J. Bailey). Pero estas Cuestiones se resuelven en "Yo, robot" en el ámbito de las tres leyes Fundamentales de la robótica, concebidas por el mismo Asimov, y Que no dejan de proponer extraordinarias paradojas, que a veces Pueden explicarse por errores de funcionamiento y otras por la Creciente complejidad de los "programas". Estas paradojas no son Sólo ingeniosos ejercicios intelectuales sino y además una fascinante Indagación sobre la situación del hombre actual en el universo Tecnológico y en relación con la experiencia del tiempo y la historia. Isaac Asimov nació en 1920 en la Unión Soviética, y es doctor en Bioquímica. Algunas de sus obras de ficción más importantes Aparecieron en las revistas populares del género en la década de los Cuarenta.
Las tres leyes robóticas
1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, Dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un Ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición Con la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta Protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes. Manual de Robótica
1 Robbie --Noventa y ocho... noventa y nueve... ¡cien! -Gloria retiró su mórbido
Antebrazo de delante de los ojos y permaneció un momento Parpadeando al sol
Estiró el cuello, estudiando las posibilidades de unos matorrales que Había a la derecha y se alejó unos pasos para tener mejor punto de vista La calma era absoluta, --Apostaría a que se ha metido en casa, y le he dicho mil veces que
esto no es leal -se quejó. Robbie no contestó, desde luego... con palabras. Echó a correr, esquivando a Gloria cuando la niña estaba a punto de alcanzarlo, oblig ndola a describir círculos que iban estrech ndose, con los brazos extendidos azotando el aire. --¡Robbie... estáte quieto! -gritaba. Y su risa salía estridente,
acompañando las palabras.Al poco rato recobró la respiración. Trató inútilmente de arreglar su alborotado cabello con un gesto de vaga imitación de su madre y miró -¡Mal muchacho! ¡Malo, malo! ¡Te pegaré!manera que ella tuvo que añadir: --¡No, no, Robbie! ¡No te pegaré! Pero ahora me toca a mí esconderme, porque tienes las piernas más largas y me prometiste no correr hasta que te encontrase.
Pero Robbie no era tan fácil de conquistar. Miró fijamente al cielo y siguió moviendo negativamente la cabeza, obstinado. --¡Por favor, Robbie, llévame a paseo! -Rodeó su cuello con sus rosados brazos y estrechó su presa. Después cambiando repentinamente de humor, se apartó de él-. Si no me das un paseo,
voy a llorar. -Y su rostro hizo una mueca, dispuesta a cumplir su amenaza.
El endurecido Robbie no hizo caso de la terrible posibilidad, y siguió moviendo la cabeza por tercera vez. Gloria consideró necesario jugar su última carta. Ante este ultimátum, Robbie se rindió sin condiciones y movió afirmativamente la cabeza, haciendo resonar su cuello de metal. Levantó cuidadosamente a la chiquilla y la sentó en sus anchos hombros.Gloria se agarraba a la cabeza del robot, inclin ndose hacia la derecha. Entonces dotó a la nave de un motor que hacía "Brrrr", y de armas que producían sonidos onomatopéyicos de disparos. Daba caza a los piratas y las baterías de la nave entraban en acción. Apuntaba por encima de su hombro con indomable valor, y Robbie era una achatada nave del espacio que zumbaba a través de la bóveda celeste con la máxima aceleración.. --¡Oh, qué bueno!... Robbie esperó a que recobrase la respiración y entonces le tiró suavemente de un mechón de pelo. --¿Quieres algo? -dijo Gloria
Robbie le tiró del pelo con más fuerza. --¡Ah, ya sé!... Quieres una historia. Robbie asintió rapidamente. Gloria reflexionó, evocó en su memoria el recuerdo del cuento (con sus modificaciones propias, que eran varias) y empezóinterrupción.
Robbie obedeció apresuradamente, porque sabía que más valía cumplir las órdenes de Mrs. Weston sin la menor vacilación. El padre de Gloria estaba raramente en casa durante el día, a excepción de los domingos -hoy, por ejemplo-, y cuando esto ocurría, se mostraba el hombre más afable y comprensivo. La madre de Gloria, en cambio, era una fuente de sinsabores para Robbie, que sentía siempre el deseo de alejarse de su presencia. Mrs. Weston los vio en el momento en que aparecían por encima de los altos tallos de la vegetación, y volvió a entrar en la casa a esperarlos. Te he llamado hasta quedarme ronca, Gloria -dijo severamente-. ¿Dónde estabas? --Estaba con Robbie -balbució Gloria-. Le estaba
contando la Cenicienta y he olvidado que era hora de comer. --Pues es una l stima que Robbie lo haya olvidado también. -Y como si de repente recordase la presencia del robot, se volvió r pidamente hacia él-. Puedes marcharte, Robbie. No te necesita ya. Y no vuelvas hasta que te llame -añadió secamente.Robbie dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo al oír a Gloria salir en su defensa. --¡Espera, mamá! Tienes que dejar que se quede: No he acabado de contarle la Cenicienta. Le he prometido contarle la Cenicienta y no he terminado. --Bueno..., pero la Cenicienta es su cuento favorito y no lo había terminado... ¡Y le gusta tanto! El robot salió de la habitación con paso vacilante y Gloria ahogó un sollozo. George Weston se encontraba a gusto... Tenía la inveterada costumbre de pasar las tardes de los domingos a gusto. Una buena digestión de la sabrosa comida; una vieja y muelle "chaise longue" para tumbarse; un número del "Times"; las zapatillas en los pies, el torso sin camisa... ¿Cómo podía uno no encontrarse a gusto? No experimentó ningún placer, por lo tanto,cuando vio entrar a su esposa. Después de diez años de matrimonio era todavía lo suficientemente estúpido para seguir enamorado de ellaMrs. Weston esperó pacientemente dos minutos, después, impaciente, dos más, y finalmente rompió el silencio. -¿Qué ocurre, querida? --Ya sabes lo que ocurre. Es Gloria y esta terrible máquina. --¿Qué terrible máquina? --No finjas no saber de lo que hablo. El robot, al cual Gloria llama Robbie. No se aparta de ella ni un instante. --¿Y por qué quieres que se aparte? Es su deber... Y en todo caso, no es ninguna terrible máquina. Es el mejor robot que se puede comprar con dinero y estoy seguro de que me hace economizar medio año de renta. Es más inteligente que muchos de mis empleados.--Vas a escucharme, George. No quiero ver a mi hija confiada a una máquina, por inteligente que sea. No tiene alma y nadie sabe lo que es capaz de pensar--¿Y cu ndo has tomado esta decisión? -preguntó Mr. Weston frunciendo el ceño-. Ya lleva con Gloria dos años y no he visto que te preocupases hasta ahora. -¿Y qué tienen que ver los vecinos con esto? Mira, un robot es muchísimo más digno de confianza que una nodriza humana. Robbie fue construido en realidad con un solo propósito: ser el compañero de un chiquillo --Pero puede ocurrir algo. Puede... puede -Mrs. Weston tenía unas ideas muy vagas del contenido interior de un robot-, no sé, si algo de dentro se estropease y...No podía decidirse a completar su claro y espantoso pensamiento. Tonterías... -negó Weston con un involuntario estremecimiento ser humano; que mucho antes de que algo pudiese alterar esta Primera Regla, el robot quedaría completamente inutilizado. Es una imposibilidad matemática. Además, dos veces al año viene un ingeniero de la U.S. Robots a hacer una revisión completa del mecanismo. Hay menos probabilidades de que se estropee algo en Robbie, --Ahí está la cosa, George. No quiere jugar con nadie más. Hay por aquí docenas de niños y niñas con quienes podría trabar amistad, pero no quiere. --Estás luchando contra las sombras, Grace. Imagínate que Robbie es un perro. He visto centenares de chiquillos que querían más a su perro que a su padre. --Un perro es diferente, George. --Tienes que escuchar una cosa, George. Hay mala voluntad por el pueblo. --¿Acerca de qué? -preguntó Mr. Mrs. Weston esperó a que cesara. Después dijo: --Acerca de Robbie.--¿Qué diablos estás diciendo? --La cosa se ha ido formando He tratado de cerrar los ojos y no verlo, pero no puedo más. Todo el pueblo considera a Robbie peligroso. No dejan acercarse aquí a los chiquillos. --Nosotros le confiamos "nuestra" hija. -La gente no razona, ante estas cosas. --¡Pues que se vayan al diablo! --Muy bien, pero no pueden impedirnos tener un robot en nuestra casa Diez veces durante la semana que siguió, tuvo ocasión de gritar: "¡Robbie se queda... y se acabó!", y cada vez lo decía con menos fuerza y acompañado de un gruñido más plañidero. Llegó finalmente el día en que Weston se acercó tímidamente a su --¿Puede venir Robbie? --No, querida -dijo él estremeciéndose al sonido de su voz-, no admiten robots en el visivo Dijo las últimas palabras balbuceando y miró a lo lejos.hubiera gustado mucho. ¿hay verdaderamente hombres-leopardo en la Luna? --Probablemente, no -dijo Weston distraído-. Es sólo fantasía. No podía entretenerse ya mucho con el coche. Tenía que afrontar la situación. Gloria echó a correr por el césped. --¡Robbie! ¡Robbie! De repente se detuvo al ver un magnífico perro de pastor que la miraba con ojos dulces, moviendo la cola. --¡Oh, que perro más bonito! -dijo
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