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MUERTE DEL CONDOR (ELOY ALFARO) ECUADOR


Enviado por   •  23 de Enero de 2014  •  4.000 Palabras (16 Páginas)  •  512 Visitas

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La Muerte del Cóndor

“La muerte del cóndor” (1924) de José María Vargas-Vila (colombiano). El ágil y convulsivo libro, que canta al héroe liberal Eloy Alfaro (1842-1912), porque queda la justicia por defender; porque aun queda un gran crimen por castigar; por que hay una verdad heroica por decir. Era la vos de los justos en oración, y la de los mártires en patíbulo, que sonaban bajo el cielo inclemente, sin desarmar el hado enfurecido.

Cuando esos pueblos, sacudiendo sus cadenas, vuelvan a tener conciencia, miraran la sombra de ese gran hombre desaparecido, como el mas alto símbolo de la libertad, ELOY ALFARO, es que eso fue el HOMBRE SIMBOLO, el mas alto y genuino representante del tipo heroico, el ultimo libertador, en un mundo que ha apostado tan cobardemente de la libertad.

Eloy Alfaro, fue un águila que tuvo corazón de paloma; es por eso que sus alas se quemaron en la hoguera, destinado a ser arrancado, por el grito formidable de la gloria al reino silencioso de la muerte, Alfaro se había alzado como la encarnación heroica y tenas del pueblo esclavizado; durante treinta años fue el alma indomable de la libertad, contra la tiranía; el había sido la humanización tangible, de esa palabra misteriosa y sin limites: la revolución, la vida de Alfaro fue eso la condensación de un sueño histórico , el amor a la libertad, ese amor fue su vida y ese amor y fue su muerte.

Vencido hoy, vencedor mañana cayendo del poder a la prisión, de la prisión al exilio, sus brazos de vencedor, no supieron sino abrasarse a la misericordia, y sus brazos de vencido, a la justicia inmanente, atravesando una tempestad de tinieblas hacia la cima prometeica donde dormía el rayo de la libertad, que era toda la codicia de sus manos; el héroe, vencido y traicionado, escapo de la muerte, y se refugió de nuevo en el destierro ; entrando en zona gris, no hizo sino cambiar de campo de batalla, porque aquel hombre se agigantaba en el dolor y el infortunio era su mejor campo de acción.

Vencido por su esfuerzo, asombrado de verse sobrevivir tanta gloria, temblando ante derrumbamiento de tantos sueños históricos y hacia ellas iba, per ambulaba, entonces, llevando el peso de la revolución sobre sus hombros, masacrado por una turba asalariada dirigida por Cevallos, jefe de la cochera presidencial, en acto horrendo que Alfredo Pareja denominó “La Hoguera bárbara”. Lo arrastran por las calles de Quito y queman su cadáver en el Ejido. Acusa de autores intelectuales a los ex presidentes Leonidas Plaza, Lizardo García, Emilio Estrada, los encargados Carlos Freire Zaldumbide, Carlos R. Tobar, al clero católico, al arzobispo Federico González Suárez, los dominicos de Quito, al ministro de Gobierno Octavio Díaz, al ministro de Guerra, general Juan Francisco Navarro, al cuñado de Plaza, Juan Manuel Lazo, y a otros que traicionaron a Alfaro.

Los soldados simulan resistir. Los pretorianos se fingen vencidos. Ya lo estaban, por el oro clerical y la orden de sus amos. El Gran Anciano, surge erecto en toda su talla. Los brazos, cruzados sobre el pecho, mira a los asesinos con aquella mirada terrible, que los hizo temblar tantas veces y los apostrofa ¿Qué queréis?, les dice. Mataros viejo Eloy, le responde un soldado del Marañón y apunta su rifle. Cobardes, dice el héroe. El traidor dispara y el Libertador cae”. Abolió la pena de muerte. Estableció la igualdad ante la Ley, la libertad de cultos y de pensamiento, la enseñanza laica, el matrimonio civil y el divorcio como derechos propios. Creó el Registro Civil y de nacimientos. Separó la Iglesia del Estado. Expulsó a misioneros jesuitas. Terminó el poder político de “los curas”.

Sus bienes fueron transferidos a la beneficencia pública, para casas de menores, hospitales y asilos de ancianos. Confiscó los “Bienes de Manos Muertas” (herencias, legados y capellanías, obras pías testamentarias, donaciones de capital o tierras, que moribundos millonarios hacían para celebrar misas por el descanso del alma). Para evitar el infierno, los confesores ofrecían el cielo a los donantes. La Iglesia, terrateniente y dueña de financieras, heredaba dinero por misas (indulgencias) por la salvación del alma y asegurar el bienestar en el “más allá”, y el de su familia y amigos en el “más acá”. Redujo las rentas eclesiásticas. Suprimió impuestos que sustituyeron al diezmo. Los cementerios, antes en poder de la Iglesia, pasan al Estado pues no se podía sepultar a los de otra religión o a los extranjeros en “suelo sagrado”. Empresario exitoso. Exportó sombreros de paja toquilla (Panamá Hat). Su fortuna personal y familiar financió la revolución liberal.

Criticó a empresarios mercantilistas. “Los hombres indiferentes a la desventura de la nación, aunque sean privadamente laboriosos, son los auxiliares inconscientes de las desgracias y corrupción de los pueblos”, dijo. Padre ejemplar, magnánimo en su accionar y generoso con los desvalidos. Autodidacta, estudioso, contador, militar, visionario, valeroso, indomable y rebelde. Negó la renegociación de la deuda externa. Modernizó al Ejército. Mejoró la recaudación fiscal. Eliminó impuestos contra los indígenas. Incorporó a la mujer a la vida pública. Derrotado mil veces, rompió con el pasado e impuso el liberalismo. Cambió el país.

Alfaro, fue el héroe mas cabal, aparecido en el escenario de nuestra historia moderna, fue incompleto, no por falta de virtud, sino por exceso de ella; permaneció puro a la corrupción de su siglo, pertenecía a la raza de los grandes hombres de aquellos que hacen la victoria, pretendió desarmar el odio de la piedad, sin prever el día , en que las turbas regresivas de Quito, sueltas en plena barbarie, tumbarían los altares de la piedad, que el había levantado en el capitolio, y lo arrastrarían desnudo, sobre los mismos senderos, que el había tapizado con sus dadivas.

Alfaro, cuando al fin de su primer periodo presidencial, resolvió cegado por el destino, patrocinar a Leónidas Plaza, para sucederle.

El calvario de Alfaro, Alfaro no vio si no espaldas vueltas hacia él y cabezas cubiertas con una insolencia igual, a la sumisión con que antes se habían inclinado reverentes a su paso, se refugió en la gran fortaleza del liberalismo ecuatoriano, en Guayaquil, la ciudad anadiomena y leal a la cual parece atado al carro de los destinos futuros de la República.

Leónidas Plaza pertenece a los rastreros, a los silenciosos, a os vertebrados inferiores, es de la raza de las víperas, no tiene ninguna forma fuerza, que no sea la de la astucia, ninguna grandeza que no sea la del mal. Leónidas Plaza fue el traidor de Alfaro el miserable que hipócritamente estuvo con

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