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“MUJERES DE OJOS GRANDES”

Esteyci CornejoReseña14 de Octubre de 2022

1.061 Palabras (5 Páginas)159 Visitas

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“MUJERES DE OJOS GRANDES”
Ángeles Mastretta

En la colección de “Seix Barral” se ha publicado el libro Mujeres de ojos grandes, en el que Ángeles Mastretta hace una recopilación de treinta y siete cuentos cortos, contados en tercera persona. Nos presenta la historia de mujeres educadas para el matrimonio y sus servidumbres tradicionales. Su vida se reduce a la familia. Revela personalidades femeninas, que a menudo eclipsan a los hombres. Al describir a cada una de esas tantas mujeres, la narradora nos va colocando un delicado contrapunto entre las “expectativas de género”, es decir, lo que en la sociedad y cultura tradicional mexicana es aceptable y esperado del comportamiento de hombres y mujeres, y lo que, de hecho, ellos y ellas son capaces de sentir.

A las mujeres que protagonizan estos relatos el mundo les había reservado una felicidad circunscrita a las paredes de su casa. Pero más allá de la dedicación a su marido, la cocina y los niños, siguen latiendo sus singulares personalidades. Llegado el momento, reconocerán la señal reservada para que cada una de ellas dé un giro a su vida. Una se enamora del mar y se marcha en su busca, otra para en el hospital y abandona al marido enamorado de la doctora.

Ángeles Mastretta retrata la fuerza del carácter de mujeres que nacieron con estrella, y nos muestra un universo libre de autonomía y sabiduría. En Mujeres de ojos grandes, lo femenino irrumpe en la cultura para ensanchar sus límites e iluminar el camino. La inteligencia y la complicidad que transmite la prosa de Ángeles Mastretta convierten estas historias minúsculas en adictivas narraciones de magistral sencillez. Estos relatos son verdaderamente hermosos, la manera en que la autora cuenta estás historias te hace pensar que cada relato es basado en hechos reales; la escritura de Ángeles te hace sentir que todo es cierto ya que habla mucho de su lugar de origen, lo cual te hace sentir una complicidad íntima con la escritora.

A ellas se refiere Mastretta como «la tía», lo que las convierte en personajes cercanos y familiares que, a la vez, se alejan de estereotipos y convencionalismos. Son mujeres que, pese al mundo, a la sociedad en la que les ha tocado vivir y a los que tienen alrededor, pese a todo y a todos son libres de un modo u otro. Las tales tías reciben la instrucción y la compañía de madres, hermanas, abuelas y primas para aprender a cumplir, con decoro, sus papeles de hijas, madres, esposas, cristianas, pero en estas mismas mujeres, las tías, van a encontrar cobijo, complicidad y fuerza para atreverse a ser simplemente mujeres. Temas como la relación con el cuerpo, sexualidad, libertad, maternidad, religión, soltería, infidelidad, relación con el padre y con el marido, relaciones prohibidas, como el tabú del incesto, son abordados con tal normalidad que, con aparente ingenuidad o ironía, va resquebrajando las certezas, las “leyes naturales” y las “verdades eternas” elaboradas por una sociedad patriarcal, a través de sus instituciones: el derecho, la familia, la religión, etc. La libertad es su más preciado tesoro, lo único a lo que no pueden renunciar por nada ni por nadie; ni siquiera por esos hombres que las trastornan y las hacen vibrar, pues ellas saben que las únicas personas de las que no pueden prescindir, a las que deben cuidar, son ellas mismas. Si ellas no lo hacen, puede que nadie lo haga. 

La primera es la tía Leonor, que “a los diecisiete años, se casó con la cabeza y con un hombre que era justo lo que una cabeza elige para cursar la vida” (pag. 9) y que nunca le faltó nada de lo que una mujer debía desear. Pero tuvo tiempo y oportunidad de encontrar la complicidad y el cobijo de su abuela, que la induce a librarse de lo que en otros momentos le advirtiera: “si los primos se casan tienen hijos idiotas” (pag. 13). Y como, según la abuela, “hay más vida que tiempo”, es ella misma la que le da consejo para recupere la “práctica perdida”. La tía Fernanda es otra de las tías. Ella tuvo la habilidad de hacer que en su jornada diaria le cupieran, perfectamente, las obligaciones de esposa y madre de nueve hijos, de cristiana acudiendo a los pobres y necesitados; de buscar un buen vino y de escalar la azotea. Lo único que le causaba desbarajuste era la maldita “cadencia”, causa de su extravío; hasta en el cuerpo se le notaba la generosidad del caos que vivía. Motivo que la llevaba a discutir con Dios: “No era justo. Tanta prima soltera y ella con un desbarajuste en todo el cuerpo...” (pag.43) Pero cuando el dueño de la “cadencia” desapareció, la tía Fernanda pasó “doce horas seguidas entre mocos y lágrimas”, a base de té de azar, tila y valeriana, hasta que la “Divina Providencia le tuvo piedad”.

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