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Piedra Callada

182011 de Noviembre de 2012

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PIEDRA CALLADA

Cuando Esperanza dijo que quería casarse con Bernabé, la madre, en respuesta, le dio una paliza, manera bastante simple, pero que ella estimaba infalible, para quitarle la idea de la cabeza. La muchacha no dio un grito y en cuanto pudo escapó a contarle a la patrona sus cuitas.

--¡Hasta cuándo no me va'ejar casarme! Cada vez que tengo un pretendiente me lo espanta. Al mocetón de los Machuca lo corretió a lo qu'es piedra de honda. Y sin contar con las apaliaduras que me da. Hable su mercé con ella y llámela a razón. Ando en los veinte años. ¿Es que me quere ejar pa' vestir santos?

La patrona la miraba, vagamente reflexiva. No era extraño que tuviera pretendientes, linda, bien enseñada, casi como una sirvientita pueblerina, que siempre había vivido allegada a las casas, bajo su protección.

--Pero ¿qué te dice ella?

--Agora no me ijo na'. Me apalió no más. Pero otras veces ice qu'ella no mi'ha criado como una flor pa' que me coma el más burro. Cosas de veterana... Porque, al fin y al cabo, pue, patrona, yo no soy más que una huasita pa' casarme con uno d'estos laos.

--¿Y quién te pretende ahora?

Esperanza vaciló un segundo antes de responder:

--Bernabé, el de los Villares, el más guaina, el que trabaja en el palo parao, en los cercos.

--Pero si es una bestia... --exclamó la patrona después de una pausa para recordar al mozo.

--Yo lo quero harto... Claro qu'es así, medio lerdo, pero güeno y trabajaor como ni'uno. D'esto puee dar fe cualesquiera en el fundo. Y sin vicios. Arreglao pa' toas sus cosas. Es lerdo no más. Eso es too.

La patrona la miraba en suspenso, sin saber qué resolución tomar, porque no era la primera vez que se le presentaba el caso, que la muchacha venía a pedir auxilio para defenderse de la madre, que no admitía más voluntad que la suya. Y no era posible que sistemáticamente se opusiera a que Esperanza se casara. Celos de madre que no tenía sino esa hija, viuda y bregando como una desesperada para criarla, ayudante del molinero al morir el marido, que por años sirvió este puesto, y desempeñándose ella con tal pericia que en verdad era quien dirigía los trabajos.

Ambición de madre que tal vez quería un hombre con mayores posibilidades para marido de la muchacha y no aquellos cachazudos peones que nunca serían otra cosa. Pero ¿dónde hallar ese marido? Su mundo, lógicamente, tenía que ser aquel de campo entre montañas. Su destino, casarse con un mocetón allí nacido. Tener un rancho propio. ¿Qué más? Sí, porque más que eso, que los mocetones hijos de los inquilinos, no había en el fundo hombre alguno soltero. ¿Dónde, entonces, encontrar un marido para Esperanza, que en verdad era superior inmensamente a su medio?

Y cansada de haber cavilado tanto sobre un asunto que le importaba un poco, no mucho, no estaba segura si mucho o poco, la patrona hizo una pregunta que creyó definitiva:

--¿Pero tú estás segura de querer a ese Bernabé?

Esperanza hizo el gesto clásico de arrollar y desarrollar la punta del delantal y contestó sin ambages:

--Patrona, de toos es el que más hei querío. A los otros los hei querío así no más. A éste lo quero harto. Es güeno y me quere harto tamién. Claro qu'es lerdo... --concluyó con apuro, porque la patrona la miraba sostenidamente, como si quisiera verle el fondo del alma. Y en realidad no la miraba, entregada, como siempre, a sus propios vagos pensamientos.

--Bueno, bueno. Hablaré con tu madre.

--Claro que su mercé --y se puso muy zalamera y era así un encanto, con los ojitos pequeños y muy rebrillosos, y con dos hoyuelos que se le marcaban en las mejillas tan de melocotón pelusiento, y tan arremangada la nariz, y por boca un mohín de niña que se sabe linda y especula con su lindeza-- podía irle iciendo al patrón que nos diera rancho, porque así mi mamita no hallaría tanto que icir y ya teniendo rancho seguro, a Bernabé no lo miraría en menos naiden y es claro que too andaría al tiro mejor... Su mercé se lo ice al patrón, ¿no?

--Sí, sí... Ya te conozco... Con lo buena que eres para los arrumacos... Ándate tranquila...

Se quedó pensando, así, yendo de una a otra nebulosa de ideas, que era su manera de pensar, que tal vez podía llevarse a Esperanza a la ciudad como sirvienta, o mandarla a la escuela, o que ayudara a la enfermera que cuidaba a su madre. Hizo un gesto con la mano, como si borrara algo frente a los ojos. No, resultaba aquello mucha responsabilidad. Con lo linda que era la muchacha... A lo mejor, en vez de casarla... --y de repente pensó en el chofer, tan excelente hombre, que tenía su hermana, soltero, que podía enamorarse de Esperanza y casarse con ella--; si, en vez de casarla, pasaba cualquiera de esas cosas feas, que se cree que sólo existen en las novelas o en los films y que de repente se hallan también en la vida... Y la madre, la vieja Eufrasia, no iba nunca a dejarla irse, así fuera con ella. Y es claro que con la vieja Eufrasia y con Esperanza no iba a cargar. Aunque a lo mejor la vieja servía para lavandera o para hacer dulces o para abrir la verja cuando llegaban los coches. Volvió a hacer el gesto de borrar algo ante los ojos, algo que estaba allí sin forma. Y terminó por irse muy de prisa a su habitación, que de pronto recordó que era la hora del episodio radial tan lleno de inesperados acontecimientos.

Por cierto que olvidó hablar con Eufrasia. Pero Esperanza vino a la tarde siguiente y no cejó hasta conseguir que llamara a la madre y tuviera con ella una explicación. De la cual no se sacó nada, porque ese día la patrona estaba más en las nubes que de costumbre, perdida en su limbo, y la vieja quedó triunfante con sus respuestas y sus argumentos.

Era una vieja alta, huesuda, con el perfil corvino y una boca fina, apretados los labios y el inferior sellando una voluntad que sabía su meta, pero que sabía también llegar a ella por atajos, gateando, entre largas esperas, si el camino derecho se ponía dificultoso de obstáculos.

De regreso al molino, sin mayores explicaciones, le dio una paliza a Esperanza. Con lo que ésta entendió que tenía que buscar otro apoyo si quería casarse con Bernabé.

Fue entonces a verse con el patrón, estampa de viejo cuño, señor que parecía la réplica del abuelo que guerreara en la Independencia. Le dijo Esperanza lo mismo que ya le había dicho a la patrona. E inmediatamente el patrón hizo venir a Eufrasia. Diez minutos después salía del escritorio una vieja asequible que se cruzaba con Bernabé --también mandado a llamar por el patrón--, al que saludaba con frío comedimiento:

--Güenas tardes.

A lo que el hombre sólo atinó a contestar con un gruñido ininteligible.

Adentro el patrón le dijo:

--Bien. La Eufrasia está conforme con que te cases con la Esperanza. Eres serio y trabajador. Como el casado casa quiere, te voy a dar el rancho de don Valladares en la laguna. Valladares quiere venirse para acá, para estar cerca de la escuela y educar a su parvada de chiquillos, deseo que me parece muy sensato. Te casas y te vas para arriba. El rancho es nuevo. Y allá tienes trabajo para años, que todavía queda por cercar todo ese lado que linda con las termas. Ya hablaré con el administrador sobre las condiciones en que te irás. Y ahora a ser un hombre cabal y a portarse muy bien con la Esperanza.

Contestó Bernabé con otro gruñido ininteligible, dio dos o tres vueltas a la chupalla entre sus manazas, agachó la cabeza y como embistiendo se dirigió a la puerta. Parecía casi rectangular, con los hombros horizontales y unos enormes pies cuyas puntas se volteaban hacia afuera, colgantes los brazos y todo él anudado de fuertes músculos. Sobre ese cuerpo de gigante, la cabeza pequeña, redonda, se alzaba sobre el cuello desproporcionadamente delgado, con la nuez enorme y temblona. Una frente estrecha, el pelo duro de escobillón, unos ojillos sesgados y apenas lucientes bajo los pesados párpados cautelosos, una boca de labios gruesos, un cutis lampiño y entre todo ese conjunto negativo en que el espíritu parecía no hallar albergue, la inusitada belleza de unos albos dientes brillosos.

Al llegar al molino, Eufrasia dijo fría y firme a la hija, que la esperaba recelosa y ansiosa:

--El patrón quere que te casís con Bernabé. Te podís casar cuando se te antoje. Pero desde ese día no tenís más madre.

Fue un corto noviazgo entre los hoscos silencios de Eufrasia, la cháchara de pájaro enloquecido de sol de la hija y el otro silencio del hombre, presencia que enardecía en ira a aquélla y que para Esperanza significaba dos oídos atentos a sus palabras, la aceptación de todos sus propósitos, una defensa latente para --¡al fin!-- realizar su voluntad, haciendo caso omiso de la madre.

Bernabé fue al rancho, ya desalojado por don Valladares. Volvió diciendo, con sus pocas palabras tartajosas, que estaba muy bien, que no necesitaba arreglo alguno, que el menaje que llevara a lomo de mula había llegado "sanito".

Se casaron en el pequeño pueblo cercano, y ahí mismo --tan sólo los habían acompañado los testigos y padrinos, que Eufrasia fue terminante para decir que no quería festejos-- enrumbaron los recién casados para el rancho, junto a la órbita azul de la laguna, entre las estribaciones de la cordillera.

Eufrasia se hizo más dura, más recóndita, más ahincada en su trabajo. Nada se sabía de la nueva pareja. La laguna quedaba en un extremo del fundo. El camino era tan sólo transitable hasta cierta altura por vehículos, y desde ese punto en que se entraba de

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