¿Quién Es El Amante De Las Mentiras?
pumbita5555520 de Marzo de 2014
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¿Quién es El amante de las mentiras?
Cuestiones de la enunciación ficcional en el Philopseudés de Luciano de Samósata
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María del Carmen Cabrero.
Universidad Nacional del Sur (Argentina)
Resumen
El Philopseudés de Luciano de Samósata aborda todo el complejo sistema de creencias de su lugar y tiempo centradas en el arte de curar. Asociados a todo tipo de curaciones prodigiosas, toda una serie de sucesos fantásticos se suceden en el relato y muestran cómo la realidad nutre a la mentira tanto como a la Verdad. La mentira no es, en Luciano, sino opción por lo creativo, por alejarse de la realidad para poder decir la verdad acerca de ella. El problema del pseûdos se integra así en una interrogación sobre la veracidad de los discursos. Los dos universos que la experiencia reconoce como discontinuos –el de la alétheia y el del pseûdos- son presentados aquí como espacios continuos y esto provoca un incomparable efecto de asombro en el oyente/lector.
Abstrac
The Philopseudés of Luciano of Samósata deals with his time and place complex system of beliefs, focused on the curative arts. Associated with all kinds of prodigious cures, a whole sequence of fantastic events happens within the story, and shows how reality feeds the lie as much as it feeds the truth. The lie is not, in Luciano, anything but an option for the creative, to put some distance from reality and be able to tell the truth about it. The problem of pseûdos becomes then a question about the truthfulness of speeches. The two universes that experience recognizes as discontinuous – the alétheia’s and the pseûdos’ – are presented here as continuous spaces and this causes an incomparable astonishing effect in the reader/auditor.
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El Philopseudés de Luciano de Samósata aborda todo el complejo sistema de creencias de su lugar y tiempo -el Oriente griego durante el siglo II- centradas en el arte de curar. Asociados a todo tipo de curaciones prodigiosas, toda una serie de sucesos fantásticos se suceden en el relato, frutos de la superstición, la magia, la creencia en brujas, fantasmas y ensalmos redentores. Algunos de estos recursos traspasan las barreras de lo fantástico para entrar plenamente en el terreno de lo sobrenatural. Mediante los recursos propios de la parodia y la sátira -sus armas predilectas-, Luciano nos cuenta una historia más compleja de lo aparente, que pone en relación dos niveles difícilmente superpuestos de veridicción: el saber y el creer, la verdad y la certidumbre, las formas del saber-verdad y del saber de lo cierto. Frente a ellas se erige una forma de verdad más sofisticada, la verdad artística, la verdad de la mentira, el pseûdos. La trampa está en el tono moralizante del narrador, que juega a la defensa de lo provechoso –chrésimon-, mientras permite que se filtre hacia el receptor la sensación de lo placentero –terpnón-, verdadero objetivo del autor: por estética, por convicción, Luciano va en búsqueda de la risa, de una risa que sea sonrisa, pues se origina en el cerebro y no en órganos más bajos, y sea con-risa, pues es compartida a través de la distancia. Reímos con Luciano, no de Luciano.
Philopseudés se nos presenta bajo las formas de un diálogo, lo que en sí ya es una primera y pequeña trampa: la convención quiere que el diálogo -platónico- sea un subterfugio destinado a demostrar alguna verdad "última". Nada de eso se constata aquí, ni tampoco, por lo general, en otros diálogos de Luciano. Esto merece una breve reflexión: el diálogo luciánico, en cuanto técnica, se inspira en la forma platónica pero la trastoca, va más allá. Sus raíces están también en los diálogos del cínico Menipo y en las comedias clásicas: sintetizar, en cuanto género, a dos de sus ídolos, Platón y Aristófanes, fue una de las grandes satisfacciones de Luciano, que confiaba en que ése sería considerado como uno de sus verdaderos aportes a la paideia.
El diálogo al que asistimos es un pretexto. Apunta a mostrar, por medio de una extensa metáfora, una nueva enfermedad: el contagio insalubre del placer que procede del pseudós. El personaje-narrador, Tiquíades, se encuentra con su amigo Filocles luego de haber visitado a un tal Eúcrates; es en casa de Eúcrates donde acontecen los hechos del relato, como no sea que, en realidad, nada sucede allí tampoco, sino que se cuentan sucesos, estos sí, los contados, de gran espectacularidad .
En esta forma dramática de representación, Tiquíades asume distintos roles: introduce primero las preguntas que crean la atmósfera propicia para la reflexión final, luego se hace cargo de contar los cuentos que se contaron en casa de su amigo y, por último, interactúa nuevamente con Filocles en el cierre. La figura de Filocles, por su parte, cumple una mera función retórica: está allí para justificar la forma expositiva elegida y para convalidar, de algún modo, la perspectiva crítica absoluta elegida por Tiquíades. Nada sabemos de su condición, pero para que el diálogo -aun como recurso- tenga sentido, Filocles ha de ser un par, un hombre de paideia él también. Entre las pantomimas del diálogo inicial y final, Tiquíades nos relata una serie de historias maravillosas que, de algún modo, se relacionan con el arte de curar . Cada una de ellas tiene una relativa autonomía -sintáctica al menos-, que le permite insertar ese universo mágico en medio de la vida cotidiana del grupo de pepaideuménoi, con sus diligencias y distracciones.
Una teoría de la mentira
No hay psicología de los personajes, diríamos ahora, y los cuentos del filósofo peripatético (Cleódemo), del estoico (Deinómaco), del platónico (Ión) y del pitagórico (Arígnoto) son indiferenciables, y podrían ser atribuidos en forma cruzada. Al menos aquí, no hay el menor indicio de que Luciano pensara que alguna de estas escuelas filosóficas estuviera más cerca de la verdad que las otras. Como Luciano no era indiferente a estas diferencias, haremos bien en sospechar que la idéntica actitud y unánime aceptación de las mentiras por los filósofos es voluntaria, buscada y hasta forzada con respecto a la realidad: en Philopseudés, al menos, a Luciano le interesa más remarcar lo que los une que lo que los diferencia.
Tiquíades se muestra comprensivo hacia la mentira, pero limita su amplitud de espíritu a las mentiras de los simples; finalmente, los perdona a todos como hace Filocles , pues los simples no saben demasiado bien qué es mentira y qué es verdad. En cambio, le resulta intolerable que hombres de paideia presentados en calidad de synetoús [2], pansofoús kaì panaretoús [6] la acepten .
Y no puede dudarse que se trata de este tipo de personas; si sólo se hubiera tratado de filósofos, podría desconfiarse que Luciano pretendiera dar una imagen exageradamente negativa de ese oficio, pero también hay un médico, Antígono, y un hombre de paideia prototípico, el dueño de casa Eúcrates .
La teoría de la mentira de Tiquíades se contrapone a la fácil explicación de Filocles: para éste, la gente miente por estupidez. Desde luego, las cosas son mucho más complicadas. Se miente por interés o necesidad -en legítima defensa, se diría-, se miente sin necesidad directa pero por un sentido antropológico o patriótico -lo que vendría a configurar una forma superior de necesidad- y, finalmente, se miente sin necesidad pero bellamente. Parcamente enunciada, como al pasar, estamos frente a la teoría de la ficción luciánica, que se funda en la poesía del pasado -la que inventa un fundamento para la idea misma de Grecia- y apunta hacia la prosa del futuro. En esta categoría de mentirosos entra, a la cabeza, Homero, y ligado a él -pero diferente, con toda la autonomía de la creatura frente a su creador- Ulises, un verdadero rey de los mentirosos, de los astutos alteradores de la verdad. Los historiadores -Heródoto y Ctesias- también caen en la lista de los manipuladores de la verdad . ¿Por qué mienten todos estos padres de la patria, todos estos nombres sin los cuales Grecia no sería lo que es? Porque quieren ocasionar placer a su público; espíritus superiores, comprenden la necesidad social e individual del placer mucho antes de que Freud pudiera formularla y pretendiera ir "más allá". El placer está en la médula misma de todo acto creativo.
Hay un elemento sutil entre tanta mentira que comparten filósofos, médico y dueño de casa ante el envarado Tiquíades: la mayoría de estas maravillosas historias son "orientales", vienen del este del mundo helénico, son hijas de los territorios a los que Grecia se precipitó por los sueños de Alejandro de Macedonia. Árabes, babilónicas, egipcias, las fuentes de la mentira son, sintéticamente, el Otro. Si Grecia no hubiera pasado por el helenismo se hubiera quedado con sus mentiras fundantes, pero no hubiera entrado en este universo donde lo mágico pareciera tener mayor entidad que lo real. Para Luciano, esto es decisivo. Lo tiene sin cuidado la realidad en su apariencia, y va en busca de síntesis más profundas. Su propia condición de extranjero lo hace, por un lado, reforzar lo ático de su lenguaje y lo griego de su imaginario; por otro lado, lo hace buscar todo eso que compone al Otro, a lo diferente, a lo extranjero y extraño, porque sabe que allí también yace una parte de su más íntimo ser.
Las historias fantásticas – tà ápista kaì mythóde-, definidas como terástia kaì allókota en el parágrafo [5] no parecen elegidas al azar; son repertoriadas por otros autores, populares,
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