Sol De Media Noche
dixia181823 de Noviembre de 2011
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Capítulo 1: Primer encuentro
Éste era el momento del día en el que más deseaba ser capaz de dormir.
El instituto.
¿O sería más apropiado emplear el término «purgatorio»? Si existía algún modo
de purgar mis pecados, esto tenía que contar de alguna manera. El tedio era a lo
que menos me había conseguido acostumbrar y, aunque parezca imposible, cada
día me resultaba más monótono que el anterior. Supongo que ésta era mi manera
de dormir, si el sueño se define como un estado inerte entre periodos activos.
Me quedé mirando fijamente las grietas del enlucido de la esquina más lejana de
la cafetería, imaginando dibujos en ellas. Era una manera de sofocar las voces
que parloteaban dentro de mi mente como el gorgoteo de un río. Ignoré el
centenar de voces por puro aburrimiento. Cuando a alguien se le ocurre algo,
seguro que ya lo he oído con anterioridad más de una vez. Hoy, todos los
pensamientos se concentraban
en el trivial acontecimiento de una nueva incorporación al pequeño grupo de
alumnos. No se necesitaba mucho para provocar su entusiasmo. Había visto
pasar repetido el nuevo rostro de un pensamiento a otro, desde todos los ángulos
posibles. Sólo era otra chica humana. La excitación que había causado su
aparición resultaba predecible hasta el aburrimiento, era como mostrar un objeto
brillante a un niño.
La mitad del rebaño de ovejunos varones se imaginaba ya enamorándose de ella,
sólo porque era algo nuevo que mirar. Puse más empeño en no prestar atención.
Sólo hay cuatro voces que bloqueo por una cuestión de cortesía: las de mi familia,
mis dos hermanos y mis dos hermanas, quienes están tan acostumbrados a la
ausencia de intimidad en mi presencia que rara vez se dan cuenta. A pesar de
ello, les concedo toda la privacidad posible. Procuro no escucharlos si puedo
evitarlo.
Lo intento con todas mis fuerzas, claro, pero aún así... me entero de cosas.
Rosalie pensaba en ella misma, como de costumbre. Había captado su reflejo en
las gafas de sol de alguien y se regodeaba en su propia perfección. La mente de
Rosalie era un charco poco profundo de escasas sorpresas.
Emmett estaba que echaba chispas después de haber perdido un combate de
lucha libre con Jasper la noche anterior.
Necesitaría de toda su escasa paciencia para llegar al final de las clases y
organizar la revancha. Nunca he sentido que me entrometía en sus pensamientos
porque nunca ha pensado nada que no pudiera decir en voz alta o poner en
práctica. Sólo me siento culpable al leer la mente de los demás cuando me consta
que les gustaría que ignorase ciertas cosas. Pero si la mente de Rosalie es un
charco poco profundo, la de Emmett es un lago sin sombras, tan transparente
como el cristal.
Y Jasper estaba... sufriendo. Reprimí un suspiro. Edward. Alice me llamó por mi
nombre, pero sólo sonó en mi cabeza y le dediqué de inmediato toda la atención.
Era lo mismo que si la hubiera oído hablarme en voz alta.Me alegraba que en los
últimos tiempos hubiese pasado de moda el nombre que me habían puesto.
Menos mal, ya que hubiera resultado un fastidio volver la cabeza automáticamente
cada vez que alguien pensara en algún Edward…
En ese momento no me volví. A Alice y a mí se nos daban muy bien esas
conversaciones privadas, y era raro que nos pillaran durante las mismas. Mantuve
la mirada fija en las líneas que se formaban en el enlucido.
¿Cómo lo lleva?, me preguntó.
Torcí el gesto, pero sólo pareció que había cambiado ligeramente la posición de la
boca, nada que pudiera alertar a los otros. Era fácil que pensaran que lo hacía por
aburrimiento.
El tono de la mente de Alice ahora parecía alarmado y leí que vigilaba a Jasper
con su visión periférica. ¿Hay algún peligro? Ladeé la cabeza hacia la izquierda
muy despacio, como si contemplara los ladrillos de la pared, suspiré, y luego me
volví hacia la derecha, de nuevo hacia las grietas del techo. Sólo Alice se dio
cuenta de que estaba negando con la cabeza.
Ella se relajó. Avísame si la cosa se pone fea.
Moví sólo los ojos, primero arriba, hacia el techo, y luego abajo.
Gracias por ayudarme con esto.
Me alegré de no tener que contestarle en voz alta. ¿Qué le podría haber dicho?
¿«Encantado»? En realidad no era así. No disfrutaba asistiendo al debate interior
de Jasper ¿Era necesario pasar por todo esto? ¿No era un camino más seguro
admitir
simplemente que él nunca sería capaz de controlar su problema con la sed como
los demás, en lugar de tentar continuamente sus límites? ¿Por qué coquetear con
el desastre? Habían pasado ya dos semanas desde nuestra última expedición de
caza. No era un periodo de tiempo excesivamente insoportable para el resto de
nosotros. Algo incómodo a veces, si un humano caminaba muy cerca de nosotros
o si el viento soplaba del lado equivocado. Pero los humanos rara vez se
aproximan a nosotros. El instinto les dice lo que sus mentes conscientes
difícilmente comprenderían: que somos peligrosos.
Y en ese preciso momento Jasper lo era en grado sumo. Una chica bajita se
detuvo en un extremo de la mesa más próxima a la nuestra para hablar con un
amigo. Se pasó los dedos entre el pelo corto, color arena, y sacudió la cabeza.
Justo en ese momento la rejilla del aire acondicionado empujó su aroma en
nuestra dirección. Yo estaba acostumbrado a la forma en que me hacía sentir el
olor: sequedad y dolor en la garganta, un agujero anhelante en el estómago, un
agarrotamiento instantáneo de los músculos, el flujo excesivo de ponzoña en la
boca…
Todo eso era bastante normal y, por lo general, fácil de ignorar; pero hoy resultaba
más duro al tener los sentidos agudizados y notarlo todo por duplicado: la sed se
multiplicaba al monitorizar las reacciones de Jasper. Era la sed de dos, no sólo la
mía.
Jasper intentaba mantener la mente lejos de allí. Estaba fantaseando…Imaginaba
que se levantaba del lado de Alice y se paraba al lado de la chica. Pensaba en
inclinarse como si le fuera a susurrar algo al oído y dejar que sus labios rozaran el
arco de su garganta. Imaginaba también cómo fluía el cálido flujo de su pulso
debajo de la fina piel que sentiría bajo su boca…Propiné una patada a la silla de
Jasper.
Nuestras miradas se encontraron durante un minuto, y luego él bajó la suya. Pude
escuchar cómo se enfrentaban en su interior la culpa y la rebeldía.
—Lo siento —musitó.
Me encogí de hombros.
—No ibas a hacer nada —murmuró Alice en un intento de mitigar el disgusto de
Jasper—. Lo vi.
Reprimí la mueca que hubiera echado por tierra la mentira de Alice; ella y yo
debíamos apoyarnos el uno al otro. No resultaba fácil para ninguno de los dos oír
voces y tener visiones del futuro. Éramos bichos raros, incluso entre los que ya lo
eran de por sí. Nos protegíamos los secretos entre nosotros.
—Pensar en ellos como personas ayuda un poco —sugirió Alice con voz aguda y
musical, demasiado baja y rápida para que la escucharan los oídos humanos—.
Se llama Whitney y tiene una hermanita muy pequeña a la que adora. Su madre
invitó a Esme a aquella fiesta en el jardín, ¿te acuerdas?
—Sé quién es —contestó Jasper secamente.
Se volvió para mirar por una de las pequeñas ventanas situadas bajo el alero a lo
largo del muro que rodeaba la gran habitación. El tono de su voz puso fin a la
conversación.
Deberíamos haber ido de caza el día anterior por la noche. Era ridículo enfrentar
esa clase de riesgos, intentar demostrar entereza y mejorar la resistencia. Jasper
tendría que asumir sus limitaciones y vivir con ellas. Sus antiguos hábitos no eran
los más apropiados para el estilo de vida que habíamos elegido; no podría
adaptarse a él.
Alice suspiró silenciosamente y se puso de pie, llevándose la bandeja de comida
—un atrezo, en realidad—y dejándole solo.
Sabía hasta dónde llegar con su apoyo y cuándo dejar de hacerlo. Aunque era
más evidente que Rosalie y Emmett mantenían una relación, Alice y Jasper se
conocían tan bien que sentían los estados de ánimo del otro como si fueran
propios.
Parecía que también pudiesen leer las mentes, aunque sólo fuera entre ellos.
Edward Cullen.
Acto reflejo. Me volví al oír mi nombre, aunque no es que nadie lo hubiera
pronunciado en voz alta, sólo lo había pensado. Mi mirada se encontró durante
una breve fracción de segundo con la de un par de enormes ojos marrones, de
color chocolate, unos ojos humanos en medio de un rostro pálido, con forma de
corazón. Conocía ese rostro a pesar de no haberlo visto nunca con mis propios
ojos. Era el tema más destacado del día en todas las mentes: la nueva alumna,
Isabella Swan, la hija del jefe de policía de la ciudad, que había venido a vivir aquí
por algún cambio en su situación familiar. Bella. Hasta ahora
...