Tragedias De Euripides
kenny_2920 de Octubre de 2012
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EURÍPIDES
TRAGEDIAS
ALCESTIS • MEDEA
LOS HERACLIDAS • HIPÓLITO
ANDRÓMACA • HÉCUBA
INTRODUCCIÓN GENERAL DE
CARLOS GARCÍA GUAL
INTRODUCCIONES, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE
ALBERTO MEDINA GONZÁLEZ
Y
JUAN ANTONIO LÓPEZ FÉREZ
BIBLIOTECA BÁSICA GREDOS
© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 2000
A. Medina González ha traducido Alcestis. Medea e Hipólito,
y J. A. López Férez, Los Heraclidas, Andrómaca y Hécuba.
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por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por
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ISBN 84-249-2465-7. Obra completa.
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Impresión y encuadernación:
CAYFOSA-QUEBECOR, Industria Gráfica
Santa Perpétua de la Mogoda (Barcelona).
Impreso en España — Printed in Spain.
INTRODUCCIÓN GENERAL
Una antigua anécdota griega contaba que Eurípides
nació el mismo día de la victoria sobre los persas en Sa-
lamina. En la lucha de los atenienses contra los ejércitos
invasores del bárbaro Jerjes, Esquilo se distinguió como
heroico combatiente, mientras que el joven Sófocles ac-
tuó en las danzas y los cantos corales con que se celebró
el triunfo. Este dato nos sirve para señalar la distancia
generacional entre los tres grandes autores trágicos: Es-
quilo había nacido hacia el 524 a. C., Sófocles hacia el
496, y Eurípides en ese año 480. (La inscripción del
Mármol de Paros nos da como año de nacimiento otra fe-
cha próxima: la del 484; y recuerda que en ese mismo año
Esquilo representó sus primeras tragedias).
Sea una u otra la fecha, nos interesa prestar atención
a la distancia de edad entre los tres autores: Esquilo per-
tenece todavía a una etapa arcaica, ha vivido la instaura-
ción de la democracia en Atenas y ha peleado gloriosa-
mente contra los persas, como recordará su epitafio;
Sófocles es un coetáneo de Pericles (nacido hacia 490) y
de los primeros sofistas. Eurípides, nacido hacia 480, no
ha vivido personalmente el gran conflicto ni la solemne
victoria de los griegos sobre los persas, y se ha educado
en el ambiente ilustrado y en el esplendor de Atenas en la
etapa periclea, y, ya en su madurez, presenciará la crisis
cívica en la Guerra del Peloponeso (429-404). Eurípides
resulta, por otro lado, unos diez años mayor que Sócrates
y que Tucídides, nacidos hacia el 470. Pertenece, por tan-
to, a la misma generación que el sofista Protágoras (na-
INTRODUCCIÓN GENERAL
cido en Abdera, hacia 482) y que el historiador Heródoto
(nacido en Halicarnaso, en 482), es decir, a la que se ha
llamado «la gran generación», la que tuvo la conciencia
más clara de los avances de la democracia y la ilustración
ateniense. Como veremos, Eurípides parece, sin embargo,
más cercano a Sócrates y Tucídides que a Protágoras y
Heródoto, por sus críticas al pensamiento tradicional, su
desencanto de la política y su mirada un tanto amarga
sobre el imperialismo de Atenas.
Vivió en la época del mayor esplendor político y eco-
nómico de Atenas, asistió a la construcción del Partenón
y los más hermosos monumentos de la Acrópolis, y com-
partió con sincero patriotismo el orgullo de los ideales
democráticos. Pero, a diferencia de Sófocles, que fue es-
tratego y tesorero, nunca ocupó cargos de relevancia en la
ciudad, y se mantuvo apartado de la política y el bullicio
callejero. De su vida tenemos pocos datos fiables. Algunos
autores de comedias, como Aristófanes, aludieron en
burlas al oficio de su madre, como una verdulera de la
plaza, pero esos chismorreos son cómicas calumnias. Su
familia era de clase acomodada. Su padre, Mnesarco, era
originario del demo ático de File, y tenía tierras en Sala-
mina. Eurípides se casó dos veces. (De ahí los autores
cómicos sacaron otros motivos de burla, suponiendo que
de sus problemas conyugales venían sus ideas sobre las
mujeres y sus peligros). Tuvo tres hijos: Mnesárquides,
Mnesíloco, y Eurípides el Joven.
Al parecer frecuentaba los círculos intelectuales de
Atenas, y allí escuchó algunas lecciones de Anaxágoras y
Protágoras, entre otros sofistas y filósofos. Una anécdota
relata que fue precisamente en su casa donde el escéptico
Protágoras leyó su Tratado sobre los dioses, un texto es-
candaloso para los creyentes más ingenuos. Se decía
también que poseía una biblioteca propia, una de las
primeras privadas de la ciudad, y que meditaba y compo-
nía sus tragedias en una cueva de Salamina, solitario
XI
frente al mar. Esta imagen del poeta solitario, con sus li-
bros propios (por entonces rollos de papiro), frente a un
paisaje marino y agreste, es sugestivamente romántica.
F. Nietzsche subrayó la afinidad espiritual entre él y Só-
crates, como racionalistas y críticos del saber mítico,
aunque muy poco sabemos de su relación personal. (Con
todo, no caben dudas de que Sócrates resulta más opti-
mista que Eurípides en su creencia del poder de la razón
frente a las pasiones).
Presentó sus primeras obras trágicas en el año 455,
cuando Esquilo acababa de morir, Conocemos el nombre
de una de esas primeras piezas: las Pelíades. (Por ese ti-
tulo sabemos que se trataba de las hijas de Pelias, que,
engañadas por la maga Medea, dieron sin quererlo muer-
te a su propio padre). En esa primera ocasión obtuvo el
tercer premio del certamen, es decir, el último.
Por espacio de cincuenta años Eurípides escribió para
la escena dionisíaca. Compitió frecuentemente con Sófo-
cles, y con otros dramaturgos cuyas obras se nos han
perdido. Compuso cerca de cien tragedias, cosechando en
su puesta en escena numerosas desilusiones y unos pocos
éxitos. Ya viejo, aceptó la invitación del rey de Macedo-
nia, Arquelao, para acudir a su corte en Pella. (Como
otros tiranos, gustaba de albergar en su corte a artistas de
prestigio. Allí fueron también el músico Timoteo y el
dramaturgo Agatón, por los mismos años). Y fue allí, en
la nórdica y semibárbara Macedonia, donde Eurípides
murió, en 406, unos meses antes de que concluyera, con
la batalla de Egospótamos, la larga Guerra del Pelopone-
so. Así se ahorró la noticia triste de la derrota de Atenas.
Al conocer su muerte, Sófocles, el fecundo y anciano
Sófocles, hizo desfilar a sus actores en el teatro ático de
Dioniso vestidos de luto y sin coronas festivas, para ren-
dir homenaje a su gran rival. Como Esquilo — que muno
en Sicilia—, también Eurípides había perecido lejos de su
ciudad, como si con esto quisiera marcar su distancia-
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EURIPIDES
XII
EURIPIDES
miento final de ella. Pronto sus compatriotas le echaron
de menos y levantaron en su honor un cenotafio junto a
los l..argos Muros. Y también sobre su muerte circuló una
versión pintoresca, acaso forjada por algún espíritu devo-
to Y malintencionado. Se contó que, allí en la boscosa
Macedonia, unos perros salvajes y enfurecidos, de la jau-
ría de Arquelao, lo hablan atacado y destrozado. Así se le
fabricó, con una anécdota tópica, una muerte digna de su
carácter irreligioso y crítico, una muerte digna de un
blasfemo o un sacrílego, un final ejemplar tan sangriento
coTt~0 el de Penteo o el de Acteón.
Tras la desaparición de Eurípides, y la muy cercana (en
404) de Sófocles, ya nonagenario, la escena trágica de Ate-
nas se quedó falta de grandes autores. Los volubles e in-
qu1e~os atenienses lo echaron pronto de menos, y el mejor
testimonio de su nostalgia es la comedia de Aristófanes Las
rano~. En ella se relata el sorprendente viaje del dios del
teatro, Dioniso, al Hades infernal con la intención de resca-
a un autor trágico del mundo de los muertos. El dios
mismo se confiesa gran adn-iiz-ador de Eurípides, y cruza la
lag~~ Estigia, entre el croar del coro de las ranas, y pene-
tra en el mundo tenebroso de los muertos para traérselo
comigo a
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