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Abel Pintos. Revista Billboard Argentina. Diciembre 2014

AlduuLedesma7 de Mayo de 2015

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[Motivos sobran para ser nombrado Artista del Año Billboard Argentina. Acaba de meter 25.000 personas en el Estadio Único Cuidad de La Plata. Ganó por segunda vez consecutiva el Gardel de Oro. Su álbum Abel es quíntuple platino y vendió 250.000 copias. Retrato del músico más popular de la actualidad, que sabe guardar con recelo su intimidad y que tiene como objetivo la conquista de Latinoamérica y España.

Por Gabriel Pérez

Producción Ana Belén Arias

Fotografía Caro Patlis]

ES EL MÚSICO más convocante de su generación y el último en subirse a la categoría de artista popular. Como en su momento el Potro Rodrigo, se permite llorar en medio de un show; como Andrés Calamaro, se toma su tiempo entre tema y tema para agradecer la ovación que baja de la tribuna; como el Flaco Spinetta, puede entonar una canción acompañado solo por una guitarra y el estadio se hunde en un silencio sacramental; y como Sandro, guarda con recelo su intimidad y sabe hasta dónde entregarse al público y la prensa, y cuándo construir un enorme muro donde el personaje Abel Pintos no tiene cabida. A diferencia de todos ellos, su carrera está en pleno desarrollo y su próximo desafío es conquistar Latinoamérica y España.

Es el hombre récord, y por eso Billboard Argentina lo nombra Artista del Año. Su último trabajo, Abel, es quíntuple platino, a mitad de año llenó siete Luna Park y, luego de ganar por segunda vez consecutiva el Gardel de Oro, convocó 25.000 personas en un show en el Estadio Único Ciudad de la Plata que se agotó con varios meses de anticipación. Sin embargo, la única preocupación para ABEL PINTOS, al menos en los dos contactos que tuvo con este medio, es alcanzar la libertad, el autorreconocimiento, la autoaceptación. Pistas de esa búsqueda metafísica ya se reflejan en su último álbum. “Porque a veces tengo miedo solo y desnudo frente al espejo / ponerme sincero en voz alta, gritar lo que siento”, canta en De solo vivir, uno de los mejores temas de Abel. O en Lo que soy, sentencia: “Al final no queda nada más que lo que soy / Nada me condena, donde va el camino voy”. Los títulos de algunos temas que conforman el álbum siguen la misma tendencia Arder en libertad y Libertad, por citar dos ejemplos.

Está en la cima de su popularidad y un estadio podría responder a cualquiera de sus caprichos, es difícil entender entonces qué tipo de libertad busca Abel Pintos; es el director de su carrera, compone sus temas, tiene a su hermano cuidándole la espalda en el escenario, es un niño mimado de la industria y ya ganó el respeto de sus pares: fue invitado por La Oreja de Van Gogh, cantó junto al Pelado Cordera y Pedro Aznar lo convocó para participar de su último DVD.

Un rasgo característico que lo define como artista realmente popular es el ida y vuelta que mantiene con sus fans. En el Estadio Único, Abel pide que todos tomen asiento y el público le hace caso; en los momentos indicados, sus fans sacan carteles que dicen “gracias”, tiran papel picado o agitan espuma de carnaval al aire, un ritual que es agradecido desde el escenario. En el medio, Abel lanza mensajes políticamente correctos (“No a la droga, no a la trata”), canta a capela y todo el estadio escucha en silencio, y canaliza su amor por la música pesada (es fan de Megadeth) cuando emprende una versión demoledora de Halleluja, de León Gieco. “En el escenario es en los pocos lugares donde me siento en libertad”, dirá después a Billboard Argentina.

¿Cómo te sentís después de haber tocado en el Estadio Único?

- Hay sensaciones todavía procesándose, eran muchas las expectativas, fue la noche en la que cumplí un sueño y al mismo tiempo planteamos el deseo de un nuevo desafío así que el show tuvo mucha carga emotiva.

Fue un momento consagratorio en mi carrera, así lo vivimos, pero al mismo tiempo sabemos que es el inicio de un nuevo camino, el de tocar en los circuitos de estadios, que necesita un planteo artístico y logístico muy distinto a los conciertos en otras locaciones. Es buena esta doble lectura, nos hace bien, porque por un lado nos reconforta y festejamos, pero por otro lado lo vivimos como un primer paso y no como una meta cumplida. Quiero decir que después del estadio viene mucho por delante.

Me llamó la atención el manejo que tenés del público, cómo respetan lo que pedís y se adecuan a los climas del show.

- Hay dos motivos muy importantes: es un publico familiar, de todas las edades, sin ningún tipo de prejuicios ni hacia mí ni hacia ellos, y por lo tanto es un público muy solidario. se cuidan mucho entre sí. Y por otro lado, siempre digo que la gente me conoce más a mí que a mi música. Porque me sucede mucho esto de “Mirá, Abel, me encanta Aquí te espero y empecé a escuchar con este disco, pero yo me acuerdo de vos cuando eras chiquito y comenzabas a cantar”. Cuando vos te conocés con el público por haber compartido tantos años de espectáculos o porque sabían de vos hace mucho y recién ahora conectaron con vos, entonces se trasciende lo artístico y se le quita lo estructural, lo protocolar, y todo pasa a ser ameno.

Las fans preparan toda una producción: llevan carteles que dicen “gracias”, tiran papel picado, espuma. ¿Cómo ves ese ritual desde el escenario?

- Estoy tan atento a lo que pasa abajo como ellos a lo que pasa en el escenario. Por eso se genera la conexión. Todo lo que sucede en el concierto es efecto de un ida y vuelta, de lo que ellos proponen y yo recibo, y viceversa.

Al segundo tema te quebraste y te pusiste a llorar de la emoción. No es común que el artista exprese sus emociones.

- Es que vivo haciendo música, la música es la forma que yo elegí de vivir. Entonces experimento todas las emociones y me doy libertad de poder hacerlo.

Cuando cantás Sueño dorado enunciás unas palabras alejado del micrófono, como una plegaria o un mantra. ¿Qué decís exactamente?

- No es un mantra ni una plegaria. Pero si es algo muy mío, muy del alma. Algo que se refiere a mis emociones. No repito la misma frase en cada recital, pero lo que digo gira alrededor del mismo sentimiento.

¿Qué sentís cuando te desplazas de una punta del escenario a la otra agitando los brazos y mirando al cielo?

- Me divierto mucho, es un momento en que les permito a mis emociones y a mi cuerpo que se conecten y exprese. Porque bailar fuera de un escenario me provoca mucha vergüenza. En cambio ahí, no tengo ningún reparo ni medida [risas]. Mi forma de moverme, mi libertad expresiva arriba del escenario, más allá de que sean o no agradables estéticamente, o de que baile bien o no, son el reflejo y el símbolo de la libertad que siento cuando canto. Esto de romper mis propias fronteras, de expresarme y regocijarme en esa libertad.

¿Cómo es la relación con tus músicos en escena?

- Tengo mucha confianza, Marcelo Predacino y Ariel Pintos son los directores musicales, entonces entre ellos se reparten la responsabilidad de estar atentos a las cuestiones que se tienen que ajustar. Siempre es desde un lugar de sumar. Normalmente si hay un músico que está pifiando en los últimos conciertos, se nos dificulta darnos cuenta porque en realidad todos estamos pifiando y a veces tenemos muchos shows encima, mucho ensayo; la preparación está, somos todos muy profesionales, muy abocados,

entonces cuando hay una falla notable tiene que ver con algo que no está funcionando bien en el equipo.

Algo que sucede bastante después de muchos shows es que inconscientemente te empezás a aburrir de la estructura de un tema, entonces empezás a fraseas, a hacer arreglitos, y en un momento somos seis tipo haciendo eso en una sola canción.

¿Cuándo te diste cuenta de que necesitabas armar un espectáculo para estadios?

- Con Sueño dorado, el disco anterior. Lo teníamos pensado para teatros, por el concepto intimista del álbum. En Tucumán, por el éxito de venta de entradas, lo hicimos en un estadio y salió todo genial, pero nos dimos cuenta de que no era un show para un recito así. Queremos poder armar un show en todos los contextos para poder conceptualizar los espectáculos con el disco.

¿Qué retos implica ese cambio?

- Una apuesta audiovisual mucho más aplastante e impactante, pero también nos plantea a quienes estamos arriba del escenario todo un desafío respecto al timing por manejar. Una vez estábamos por salir a tocar en Jesús María, era la primera vez que yo hacía una noche como protagonista, y se había marcado un récord de convocatoria: unas 20.000 personal. Llamo a los músicos al camarín y les digo: “Vamos a salir a tocar para 20.000 personas y 2 millones en sus casas a través de todos los medios. Yo diría que hoy, más que nunca, toquemos para adentro, que nos hagamos fuertes, nos enraicemos en nuestro lugar, porque si salimos a querer aplastar energéticamente a toda esa gente, nos van a comer”. Cuanto más grandes son los lugares, mayor es el desafío de lograr que toda esa cantidad de gente siga tu ritmo y no intentar vos subirte al ritmo de la emoción de 20.000 personas, que es física y mentalmente imposible de administrar. El show de La Plata lo tenemos grabado por si en un futuro queremos hacer algún lanzamiento.

¿Desde cuándo venís grabando tus recitales?

- Desde 2008, cuando empezamos a tocar en salas grandes en Capital, por ejemplo en el Teatro Ópera. Cada concierto grande lo registramos, pero hasta ahora no editamos nada, porque el día que decidamos hacerlo, ese material queremos que esté superapto.

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¿De qué dependerá eso?

- De que sienta que haga falta ese material. Creo que los discos se general cuando

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