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Dos hembras


Enviado por   •  26 de Octubre de 2012  •  Reseñas  •  3.938 Palabras (16 Páginas)  •  453 Visitas

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¿dos hembras?

malizya (malizya.cs@gmail.com)

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De como un enfado termina con...

Hola de nuevo soy José un hombre de 50 años, algo más de 1,70 mts de altura, no soy atractivo, calvo, ojos claros, dientes algo amarillentos por el tabaco, bastante sobrepeso, espaldas ensanchadas por el trabajo duro de toda una vida, un hombre algo por debajo de la media, pero sin exagerar.

Los que hallan leído mis relatos anteriores tendrán una idea de como transcurre mi vida. Hoy me gustaría narrar una anécdota de tantas que me marcaron.

Por entonces yo contaba con casi 26 años de edad tenia un trabajo fijo en una empresa de reparaciones eléctricas y llevaba conviviendo Ulva, una nórdica con todas las consecuencias, tan solo unos pocos meses. Ella era algo más alta que yo, robusta, de pelo y ojos claros, algo de vientre, una talla 115 de pecho, y... 22 años más que yo. Ademas era ex-profesional del sexo... no, no había estudiado sexología, había sido prostituta, o empleando el castellano del maestro Cela: ramera, zorra, puta, etc...

El como conocí y llegue a mantener una relación prolongada con Ulva, formará parte de otro relato. Hoy quiero explicar como fue una experiencia que no volví a repetir pero que puede resultar cuando menos, interesante.

Fue en un templado Viernes de primavera, no hubo nada de especial ese día, terminé mi trabajo, fui a casa, vi las noticias con Ulva mientras cenábamos.

Serian algo más de las 11 de la noche cuando me decidí a irme a dormir. Traté de convencer a Ulva para que hiciera lo mismo, pero aludió que no tenia sueño y si mucho que fregar en la cocina. Pese a mis reticencias me fue imposible hacer que se acostara. La jornada había sido dura así que no tardé mucho en dormirme.

En mitad de la noche me desperté, con la boca seca y ganas de orinar. No me sorprendió que Ulva no estuviera a mi lado. Aunque cada vez era menos habitual, de tanto en tanto le venia la “depre” y se quedaba despierta toda la noche, fumando, escuchando música de los 60 a mínimo de volumen y bebiendo whisky barato con cola.

Al dirigirme al baño comprobé la esperada luz mortecina de las velas en el comedor, por la puerta entre-abierta.

Tras evacuar y beber agua fresca me dirigí al comedor, tomándome unos segundos para controlar mi mal genio.

Al entrar en el comedor lo primero en lo que me fije fue en la desnudez de Ulva, sus grandes pechos reposaban en sus brazos cruzados sobre la mesa, ante ella había una botella de cola vaciá y otra de whisky a la que le faltaban dos tercios. Todo ello estaba iluminado por la luz de una vela colocada sobre un plato de postre puesto del revés en el centro de la mesa.

-¿Que Ulva? - dije - ¿Otra vez recordando viejos tiempos?

Me miró a la cara con una serena sonrisa, con la mirada enrojecida.

-Hola Chuchi estoy escuchado un poco de música.

Dirigiendo mi mirada al reloj de encima del televisor comprobé que eran las 3 en punto de la madrugada.

-Yo diría que algo más que un poco ¿no?

-Si, pero no me apetecía acostarme.

-Bien, pues me quedaré contigo un rato.

Retiré la silla más próxima con la intención de sentarme, al hacerlo de debajo de la mesa redonda, salio Baffy, la perra, mezcla de galgo, de 6 años, que Ulva ya tenia cuando la conocí. Se sentó al lado de su ama, casi sin mirarme.

Mientras Ulva hacia la habitual sermón sobre lo mal que la habían tratado todos los hombres, sobre los hijos que dejó al cuidado de otros, sobre su huida del proxeneta que la apaleaba, sobre el cáncer de cuello de útero que se había saldado con la amputación de los ovarios, las trompas y la matriz.

En ese estado se revolcaba en los detritos de su vida pasada. Como allí no había nadie más que yo toda su rabia por los errores cometidos se volcaba en mi, esa era la razón por la cual odiaba verla en ese estado, parecía ser yo el Hombre, así en mayúsculas, el representante de todo el genero masculino.

Aquel fue uno de esos días que venían dándole una o dos veces al mes, se ponía a beber lo primero que caía en sus manos y al pasarse de vueltas se olvidaba de todo el cariño y las atenciones que yo le daba y pasaba a atacarme.

Supongo que quería demostrar que todos los hombres solo queríamos aprovecharnos de las mujeres como ella.

Me explicaba algunas anécdotas sexuales que había tenido con clientes, amantes, conocidos, chulos, amigas, etcétera. Historias más que subidas de tono, todas ellas tenían tres cosas en común: en ninguna de aquellas situaciones había sido forzada por ningún medio, las personas con las que las había hecho después le hicieron daño de un modo u otro y jamas conseguí que hiciera ninguna de aquellas cosas conmigo, ni siquiera cuando estaba bebida.

Eran historias muy morbosas, representaban sueños que, si bien en ocasiones eran aberrantes, las más de las veces representaban los sueños más depravados de cualquier hombre que hubiera aprendido a disfrutar de cada nueva sensación en ese terreno.

Yo había aprendido a aislarme lo suficiente como para no forzarla a nada, ya que presentía que era lo que ella quería en esos momentos, demostrar que incluso yo podía comportarme como una bestia y forzarla a cualquier cosa.

Siempre que estábamos en esa situación la jornada terminaba de la misma forma: la engatusaba para irnos a la cama, hacía que me la follara, sin moverse ella para nada, y después dormíamos plácidamente. Tengo que decir que la mayor parte de las veces yo ni siquiera conseguía el orgasmo, cuando follo, o cuando hago el amor, me gusta que la persona que está conmigo tome parte activa, en esos casos no era así. Al día siguiente se despertaba siendo la mujer dulce que siempre era.

Pero aquel día fue distinto, no sé que debió pasarme. Supongo que el cansancio del trabajo o el hastío por la historia repetitiva.

Eran algo más de las 5 cuando en la radio sonaban los primeros acordes de “In dreams” de Roy Orbison.

-¿No te parece que deberíamos irnos a la cama? - pregunte,

...

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