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El Padrino Del Soul, Joseph James Brown


Enviado por   •  2 de Septiembre de 2014  •  1.993 Palabras (8 Páginas)  •  315 Visitas

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El padrino del soul, James Joseph Brown.

Por Eder Pacheco P.

Whooooau! I feel good, I knew that I would, now

I feel good, I knew that I would, now

So good, so good, I got you

De pie junto a la destartalada puerta de una casa, y frente a dos inertes figuras, Susy Brown bate sus manos al viento en señal de desaprobación, Susy; de 20 años, de cuerpo menudo, joven pero maltrecho y enjuto, de negra piel lustrosa azabache, de cara redonda, cortos cabellos apretados y enrollados, de cejas arqueadas hirsutas que enmarcaban unos grandes ojos avellana, cubiertos de preciosas pestañas, que parecieran escapar de los parpados, nariz de dorso convexo y base ancha; la boca mediana de labios gruesos y firmes, mostraban unos relucientes y blancuzcos dientes, que revelaban una mueca de rabia, dolor y hasta desprecio por su lacra vida.

Ese 2 de agosto de 1937, cuando Susy le dio la fatal noticia, llevaba sobre su escuálido y desnudo cuerpo, un largo vestido blanco con mangas, adornado de borrosas flores, puños con encajes y ribetes amarillos, zapatos negros bajos, enmohecidos y sucios; no portaba ningún otro accesorio, solo el vestido blanco.

Deslizó su mirada pausadamente por la habitación, esa era toda la casa, no había mucho que mirar, sus paredes formadas por maderas desgastadas y crujientes, con una carcomida pintura gris, y adosada a ellas un par de recortes de periódicos que anunciaban la inminente guerra; el piso en tierra, formaba pequeñas olas de polvo y mugre que impregnaban todo, absolutamente todo.

En un rincón de ese escuálido lugar se encontraban un cajón y dos mesitas, y sobre una de ellas, una improvisada lámpara de petróleo que no era más que un tarro con una mecha de trapo, en el otro rincón una estufa de leña, que servía más que para cocinar, para calentar el gélido invierno en Barnwell (carolina del sur), y para espantar los mosquitos en verano; al centro, una cama de abedul empotrada al piso, que alojaba un harapiento colchón de algodón y retazos.

Susy trataba de recordar que alguna vez fue feliz; si lo fue, si llegó a serlo alguna vez, ya se le olvidó. Con su mirada escarbaba las sombras de la habitación buscando el rostro de su negro esposo y la de su jovial negro hijo. En el piso, descansaba una vieja valija de cuero vetusto de color marrón, que contenía un chal, dos vestidos, un par de sandalias de fibra y un chaquetón rojizo de piel, todo era viejo; viejo, sucio y oloroso a pobreza, a hambre, no se podía ser más pobre, si ese estado de pobreza se pudiera medir, el punto más bajo de esa escala estaría en esa apestosa maleta.

Sintiendo cada latido de su corazón, Susy, respira profundo y luego lentamente exhala, para pronunciar aquello que le embargaba las entrañas y que en borbotones desde su garganta emergían, tan simple como ella, pero cargadas de hastío; sin perder el control, incólume, sin demostrar ningún arraigo de culpa, pronuncio lentamente aquellas inolvidables palabras:

–Me canse de esta mierda, me voy, me largo, los dejo, encárgate del niño-.

Los volvió a mirar, repasando en su memoria los rasgos de los que fueron sus cómplices en esa travesía llamada infortunio; tomó la maleta y presurosa dio vuelta para desaparecer de la estancia.

James Joseph Brown y su padre, mudos quedaron; el ambiente se tiño de gris como las paredes de la vieja casa y un sonido de tristeza invadió profundamente el corazón del pequeño niño; recuerdos aquellos que lo acompañarían hasta el día de su muerte.

Transcurrió el tiempo, igual que la vida; padre e hijo subsistieron extrayendo trementina de los bosques cercanos, pero James, que permanecía gran parte del día solo, utilizó ese período para hacer dos cosas; hablar con larvas, lagartijas, sapos e insectos y jugar con una vieja armónica; ahí, en ese momento y lugar sintió que el espíritu de la determinación se apoderaba de él, aprendió que solo podía contar con sí mismo, y que tendría que esforzarse, para no ser igual que su padre; un pobre, pobre y desconocido hombre.

En 1938 Los vientos de guerra se sentían en todo el mundo, pero también los del racismo, la segregación y discriminación de los negros en los estados unidos, País en el que se leían letreros como Colored Waiting room (sala de espera para los de color) Colored dining room in rear ( comedor en la parte trasera para los de color ) y para cerrar el círculo de desprecio, apoyados por la brutalidad policiaca. Es ese momento histórico en el que se desarrolla la vida del “señor Dinamita”.

Este trágico proceso, se complica con la partida de “Joe” su padre, que ingresa a la marina a combatir en la segunda guerra mundial, dejando al niño, al cuidado de su tía Honey.

Aunque de maltrecho corazón, de ahí brotarán más tarde las grandiosas interpretaciones de canciones que llevarían esa carga de nostalgia

“Este es un mundo de hombres, Este es un mundo de hombres

pero

...

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