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El fracaso escolar


Enviado por   •  21 de Febrero de 2015  •  Tesis  •  2.384 Palabras (10 Páginas)  •  183 Visitas

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Buenas tardes espero estén muy bien

Este es su programa Jubileo soy Lucía Pérez y a nombre de Diacono Gerardo Saldañaque está de vacaciones les doy la mas cordial bienvenida

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Llamado a la santidad

Un tema muy actual es el del fracaso escolar. Se está viendo que los chicos no tienen una buena formación intelectual por muchos años que pasan en el colegio, pero además se ve que tienen una gran indiferencia a la hora de asumir la obligación del estudio. Hay una crítica clara al poco esfuerzo que los jóvenes de hoy están dispuestos a poner en el estudio. Se comprueba que esa actitud "pasota" de antaño, que se ejercía más que nada como una postura activa de protesta ante las estructuras sociales, hoy se vive simplemente como una actitud personal. No existe esfuerzo porque simplemente no apetece. Los jóvenes, no ya en el estudio, sino en todo, se dejan llevar.

Se plantean reformas, estimular el interés, valorar el esfuerzo que se ha de realizar... pero al final topamos con la libertad de quienes tienen que aceptar el estudio y el trabajo como un compromiso. Así se sigue durante años, sin dar con el "quid" de este asunto. Es un problema que cuesta atajar porque es muy difícil motivar una voluntad acostumbrada a no tener interés por nada.

No conseguir los objetivos marcados se considera un fracaso. Y ante un fracaso masivo, se culpabilizan padres, profesores, centros de estudio, metodologías, leyes... y por supuesto niños. Con culpables o no, lo que no deja de pensarse es que es un verdadero fracaso. Al chaval que no consigue superar unos mínimos se le considera un fracasado, aunque él no termine de estar convencido de serlo.

Algunos pedagogos y legisladores, entre otros, para intentar evitar el fracaso lo que hacen es rebajar el nivel de exigencia, de modo que al exigir menos, los que alcancen el nivel propuesto sean más. Esta fórmula no termina de convencer, pero además se ha demostrado que no es verdad. Que el fracaso sigue existiendo, porque a menos exigencia, aún menos empeño para alcanzar la meta. El fracaso sigue existiendo.

Llegados a este punto nos debemos plantear cual es la meta de nuestra condición de Cristianos. Muchos creen que no conviene "pasarse", otros ante sus fracasos personales en la lucha, han tomado una postura "conformista", pero hay que decir que la meta del cristiano es única, invariable, realmente necesaria: La santidad. El cristiano está llamado a ser santo, santo de verdad, santo de altar.

EXPOSICIÓN DOCTRINAL

1. LA SANTIDAD NO ES UN PRIVILEGIO.

"Jesús, el Señor, predicó la santidad de vida de la que él es divino Maestro y Modelo, a todos y cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen" (LG 40). Es una invitación que Cristo hizo a todos sus seguidores, sin excepción: "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48).

Jesús predica la santidad de vida entre quienes le escuchan, porque él es santo. Su vida es testimonio de esa santidad. No pide nada distinto a sí mismo. Quiere que sigamos sus huellas también en esto.

Muchas veces podemos pensar que la santidad es algo propio de almas escogidas. Personas que por una especial gracia divina son capaces de aceptar el reto de buscar la santidad en todas sus cosas. El mismo lenguaje de la Iglesia a veces no ha ayudado mucho a entender esto. Así se ha llamado a la vida consagrada "estado de perfección", o cosas similares, que aunque puede ser comprendido de modo correcto y no excluyente en lo que a la santidad respecta, sí se puede dar una imagen falsa de que sólo quienes asumen los consejos evangélicos podrán alcanzar un grado aceptable de santidad.

La santidad es la meta de todos los bautizados. No hay santidad de diferentes categorías dependiendo del estado de vida que uno asuma. La santidad que se nos pide vivir a cada uno de nosotros es la misma, aunque lo tengamos que hacer por caminos diversos. "Fluye de ahí la clara consecuencia que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40).

Esto tiene enormes consecuencias prácticas, porque aunque lleguemos a entenderlo intelectualmente, en la vida ordinaria es fácil caer en la tentación de excusarnos en las obligaciones y compromisos que tenemos como bautizados con el pretexto de que no somos "ni curas ni monjas". "Esta es la voluntad de mi Padre, que todos los hombres se salven", y esa perfección consiste, según el conocido himno paulino: "Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor" (Ef 1, 4).

"La tendencia a la perfección no es privilegio de algunos, sino compromiso de todos los miembros de la Iglesia" (Juan Pablo II; 24/11/1993). Para tomarnos en serio la santidad no es una excusa ser laico, estar casado, dedicarse a las cosas del mundo. Cada uno en su sitio, pero con la misma exigencia en el amor, debemos buscar esa santidad, sin compararnos con el resto de los bautizados, porque nuestro ideal es Cristo. Cuando a la Beata Teresa de Calcuta le preguntaron si no opinaba ser un poco pretenciosa cuando manifestaba su deseo de ser santa, ella contestaba "Me avergonzaría de afirmarlo si ser santo fuera un privilegio de unos pocos, pero la santidad es lo que Dios quiere para todos nosotros, también para mí".

2. SANTIFICARSE EN EL MUNDO.

Y la santidad a la que el Señor llama a los fieles laicos no es una llamada a dejar el mundo, o sus trabajos. La santidad ha de adquirirse en el lugar donde el cristiano vive, trabaja, se relaciona, ejerce sus obligaciones cívicas. "Todo lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre" (Col 3, 17). Por lo tanto no consiste en hacer cosas raras, sino el hacer lo que se debe hacer, con criterio cristiano, con espíritu de servicio y buscando la mayor gloria de Dios.

"Ni la atención a la familia ni los otros deberes seculares deben ser algo ajenas a la orientación espiritual de la vida" (AA 4). Y es que todas las cosas nobles, bellas y buenas lejos de apartarnos de Dios nos llevan a Él, puesto que a través de ellas se hace visible la bondad y la belleza

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