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Gracias, Pero Me Quedo Con La Coca Y El Pochoclo


Enviado por   •  28 de Octubre de 2012  •  2.032 Palabras (9 Páginas)  •  458 Visitas

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La sala está a oscuras. Se escuchan ruidos de fondo: algunos susurros, risitas, besuqueos, gente masticando. Se enciende la pantalla, todos expectantes. Desaparecen las distracciones y sólo queda el duelo entre los ojos y el telón blanco. Nos esperan dos horas de emociones. Dos horas para alejarse de todo y de todos, dos horas para sumergirnos en un mundo que no es nuestro, pero que de algún modo nos pertenece. Nos esperan las risas o el llanto, la sorpresa, el corazón latiendo rápido, las manos sudorosas y la boca seca. Nos espera una gran película.

En general, las películas hacen algo más que entretener. Nos ofrecen distintas visiones del mundo, movilizan deseos, influyen sobre nuestra percepción de la vida y ayudan a construir imágenes de nuestra cultura y sociedad. Apelan a la memoria pública, llevan ideas y conversaciones a nuestra vida cotidiana y son un punto de partida desde el cual las personas pueden dialogar y repensar sus vidas. Tienen la capacidad de hacer que nos veamos reflejados en la pantalla, de generar empatía y reconocimiento con los personajes y, en esencia, de constituirse como un “espejo de la vida”. Cuando vemos una película estamos en contacto con historias humanas, con el espíritu de las personas, con eso que le da sentido a sus vidas y las hace salir adelante. Básicamente, podemos decir que participan en la construcción de identidades individuales y colectivas.

El film en cuestión puede ser cualquiera. Cualquier película que elijamos puede cumplir estas características. Ya sea de acción, romántica, de suspenso o un thriller, cualquiera nos permite ver la realidad desde otra perspectiva, cualquiera nos evoca situaciones que podemos aplicar en la vida propia. Sin embargo, en el imaginario colectivo, cuando hablamos de “Duro de Matar”, por ejemplo, no se nos viene a la cabeza una imagen de película que nos ayude a reflexionar y repensar nuestras vidas, ¿verdad? Cuando pensamos en “Rocky” (y en cualquiera de sus secuelas) o en “Jurassic Park”, ¿pensamos en las películas como reflejos de sociedad? La respuesta que muchos darían a estas preguntas seguramente sería un rotundo no.

Entonces, si el cine comercial no se identifica con estas características, ¿por qué lo seguimos eligiendo? Si las películas que vemos todos los días en un multipantallas, en la televisión y hasta en internet nos sirven todo procesado y no nos dejan pensar, ¿Por qué no preferimos ver películas “profundas” y llenas de significado? La respuesta es más que sencilla, y la encontraremos en boca de la mayor parte de la sociedad: no elegimos ver películas independientes porque nos aburren. Simplemente por eso. No creo que exista alguna otra razón que justifique nuestra fuerte preferencia de ir al cine a ver a Bruce Willis tiroteándose con los malos y explotando autos mientras comemos pochoclo calentito. Seguimos eligiendo ver películas norteamericanas. Dejamos al cine independiente de lado, y nos lanzamos de lleno al comercial, a Hollywood en su mayor esplendor, a los efectos especiales y a los tiroteos.

El cine es entretenimiento. Y punto. La discusión acerca de los consumos cinematográficos es trillada e innecesaria. La pura verdad es que ni yo ni la mayoría de las personas que conozco no van al cine a ver películas que las hagan pensar, para eso hay otros medios. No quiero (ni necesito) que los snobs traten de convencerme de consumir películas profundas, que se coloquen en una posición pseudo intelectual para defender un cine lento y bucólico, menoscabando la previsibilidad que ofrece la industria cultural. El cine, ya desde sus inicios, fue planteado para alejarnos de la realidad, para interpelarnos fugazmente y para escapar con rapidez a nuestras miradas. Suponer que éste debe hacernos pensar es indicativo de una pobreza analítica absoluta. A la inversa, ir al cine con una mirada crítica, permite disfrutarlo más y dejar de lado las ideologías que intentan permearnos. Así, podemos apreciar otros aspectos que normalmente no tendríamos en cuenta, como la fotografía, la banda sonora, el decorado o los benditos efectos especiales.

La mayor parte del tiempo quiero ver cine que no me haga pensar. Lo que quiero ver son películas como "Piratas del Caribe", con excelentes efectos visuales, bandas sonoras modernas y con agujeros en la trama del tamaño de la capa de ozono. Pero no me importa. Yo lo que quiero es relajarme. Y no pensar. Para mí, ir al cine es: muchos efectos especiales, algún drama o una comedia blanca, y pochoclo. Nada más, y nada menos.

Hay que tener en cuenta también que estamos viendo cine hecho por gente que hace más de cien años que está construyendo una excelente industria del mismo. Por gente que sabe lo que hace. Y no lo han hecho al azar. Han estudiado al respecto, analizado y aprovechado las situaciones que le permitieron llegar al nivel de predominancia global en el que se encuentran hoy. La historia del cine nos cuenta que los norteamericanos fundaron Hollywood escapando del pago de gravámenes impuesto por Thomas Edison. El dinero, siempre el dinero. Y además nos cuenta que tomaron clases con camarógrafos europeos, que se instruyeron sobre la literatura y los géneros del siglo XIX y que se sentaron a estudiar metódicamente la comedia y la tragedia griega para aplicarla en sus películas. Como dije, una industria bien planeada y, evidentemente, con resultados más que satisfactorios.

No es casualidad que las películas más taquilleras de la historia (“Avatar”, “Titanic”, “El Señor de los Anillos” y la lista sigue) hayan sido hechas por estudios de Hollywood. Su esquema es un negocio estudiado. Un modelo que por más de cien años los norteamericanos han intentado imponer globalmente con éxito. Y no sólo se trata de buenos efectos, escenografías y bandas sonoras. Se trata también de personajes bien creados, de personajes que nos sumergen en una situación fantasmática que nos permite formar parte del film y sentirnos identificados con el mismo. Carl Jung ya hablaba de los arquetipos hace más de un siglo, principio que también tomaron los americanos y aplicaron en sus películas. Una idea genial, que explica una vez más por qué nos sentimos tan atraídos hacia las

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