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LA REBELION DE LOS COLGADOS RESEÑA

Daniela Dominguez TorresDocumentos de Investigación14 de Julio de 2017

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LA REBELION DE LOS COLGADOS

INTRODUCCION

Cándido es un indio que después de la muerte de su esposa llega a una montería acompañado de sus dos hijos y su hermana, se encuentra en este lugar debido a que un abusivo, mañoso y mentiroso ladino, le hizo un préstamo para poder salvar la vida de su esposa, un préstamo que para nada sirvió, un préstamo tan miserable de tan solo 250 pesos, por la cual tendría que pagar con creces. Ahí le pasa de todo, desde la pérdida de la vida de uno de sus hijos de tan solo 10 años de edad (en un supuesto accidente en el rio), que le corten ante sus ojos las orejas a su otro pequeño de 7 años, que le corten las orejas a él mismo, y que su hermana, cuyo nombre era Modesta, sea tratada como la peor basura existente, todo esto le pasa simplemente por tratar de escapar del lugar, porque a pesar de que no tenía mucho tiempo ahí, ya no aguantaba más.

CAPITULO 1

En un ranchito que formaba parte de la colonia agrícola libre de Cuishin, en los alrededores de Chalchihuistán. Vivía Cándido Castro, indio tzotzil, en compañía de su mujer Marcelina de las casas, y de sus hijitos, Angelino y Pedrito.

Su propiedad alcanzaba más o menos dos hectáreas de un suelo pedregoso, seco, calcinado, que exigía un trabajo durísimo a fin de obtener de él, el alimento necesario para los suyos.

Los finqueros se hallaban constantemente a caza de familias indígenas, empleaban los medios más carentes de escrúpulos para conseguir arrancarlas de sus pueblos. Los finqueros en varias ocasiones habían tratado de convencer a Cándido para que abandonara su miserable ranchito.

Marcelina, la esposa de Cándido se enferma, tenía un dolor horrible del lado derecho del vientre y ni sus remedios logran curarla. Cándido decide llevarla al doctor. Cándido solo contaba con 18 pesos; la operación le costaría $200 pesos. Marcelina muere por no poder realizarse la operación a tiempo.

CAPITULO 2

Al morir Marcelina, Cándido compra un hermoso ataúd y cinco litros de aguardiente. Cándido había comenzado a gastar, sin pararse en cuentas a partir del momento en que el médico le había exigido el pago de los diez pesos, bajo amenazaba de retener el cadáver de Marcelina si no le eran entregados.

El dolor de Cándido era tan grande que le impedía discernir lo malo de lo bueno, lo justo de los injusto.

Bruscamente se dio cuenta de las circunstancias que rodeaban sus riquezas, de los gastos que había hecho y de que no solo había perdido a su mujer si no que había empeñado su libertad para siempre.

Cándido se había convertido en el esclavo de don Gabriel, que lo mandaría a las monterías arrancándolo de la tierra en que reposaba Marcelina.

Le saltaba la idea de huir lejos con sus dos hijos pero si huía tendría también que separarse de esa tierra que era la carne de su carne de su carne. Cándido decide emprender la marcha con sus dos hijos sin esperar siquiera a que saliera el sol.

CAPITULO 3

Los indios se pusieron en marcha. Eran 35 contando a los 2 hijos de Cándido. Cuatro mujeres formaban parte de la caravana. A cada kilómetro la caravana aumentaba, se les iban uniendo pequeños grupos de aislados de trabajadores pertenecientes a los pueblos o ranchos por donde pasaban y que don Gabriel había enganchado anteriormente.

Antes de llegar a la región desetica, se contaban ciento veinte hombres, catorce mujeres y nueve niños menores de doce años.

A la entrada de Hucutsin, los hombres avanzaban encorvados bajo el peso de sus cargas, fatigados. Sentaba al borde del camino esperaba una india joven, Modesta, era hermana de Cándido. Modesta era la más joven de sus hermanas. Cándido era el mayor y tenía una marcada preferencia por la muchacha.

Su madre había muerto de viruela dejándolo al cuidado de Modesta ya que las dos hermanas mayores se habían casado y habían seguido a sus maridos a sus respectivos pueblos.

CAPITULO 4

Don Severo era el mayor de los tres hermanos Montellano, propietarios de aquella gran montería y de dos más pequeñas situadas al otro lado del rio. La más importante se llamaba la Armonía y las otras la Estancia y la Piedra Alta.

La Armonía cubría una extensión que debió ser dividida en cuatro regiones: Norte, Este, Sur y Oeste. El campo Norte estaba bajo la dirección personal de don Severo. El segundo hermano don Feliz, llevaba las cuentas de la explotación en la oficina central que se encontraba al otro lado del río. El hermano menor, don Acacio, administraba las monterías del otro lado del rio. Era en el campo Sur en donde don Severo hacia su inspección y dirigía al Pícaro y al Gusano.

CAPITULO 5

La nueva cuadrilla llego al campo Sur en plena noche. Los hombres se hallaban muertos de cansancio por su marcha; apenas tenían fuerzas para pedir de comer.

Los indios que se hallaban acostados alrededor del fuego escuchan gemidos y quejas que llegan en oleadas de la maleza. Todos pensaban que estaban atormentando a los animales.

Se trataba de 20 leñadores que aullaban. Los han colgado por 3 o 4 horas por no haber producido las toneladas de caoba que les correspondían. Al que no cumplía lo colgaban de un árbol atado de los 4 miembros durante la mitad de la noche. Los ataban por no cumplir con las cuatro toneladas que don Acacio pedía.

CAPITULO 6

Don cacho había escogido un árbol especialmente para Cándido para sacar las toneladas, el número de Cándido estaba escrito en la corteza, de ese árbol se sacaban tres toneladas. El árbol era de una especie excepcionalmente dura.

Las excepciones eran muy frecuentes y don Acacio y sus capataces las hallaban fácilmente para designarlas a los leñadores a quienes querían hacer la vida demasiado dura y Celso era uno de ellos.

El mes de agosto llegaba a su fin y don Severo había decidido echar las trozas al agua al comenzar la siguiente semana.

Acompañado de 4 capataces don Acacio recorría a caballo la montería para inspeccionar los campos y ver si todas las trozas se hallaban reunidas y listas para ser arrastradas.

CAPITULO 7

Urbano y Pascasio, indios del mismo pueblo y amigos desde la infancia, eran de los que habían podido levantarse, se curaron mutuamente sus heridas y se cubrieron las llagas con la grasa que el cochinero distribuyo entre todos los colgados.

Los indios alcanzaron el campamento agarraron apresuradamente toda la carne seca, tortillas y el polvo de frijol que tenían en su jacal, atravesaron rápidamente la explanada y se perdieron en la espesura. Con suerte no se darían cuenta que los indios habían escapado sino hasta el día siguiente.

Al día siguiente cuando a media mañana atravesaban el arroyo, oyeron que los llamaban por sus nombres. Era dos capataces, lanzados a caballo en su persecución. Don Acacio muere, fue hallado con un balazo en la cabeza.

Un lazo alcanzo a Urbano a mitad del arroyo. Pascasio, más rápido, pudo ganar la orilla opuesta y escapar. Corrió a refugiarse en la espesura que rodeaba un macizo de rocas poco elevadas. Pero él sabía lo que le esperaba al regresar al campo.

CAPITULO 8

Don Severo y don Félix llegaron para asistir al entierro de su hermano Acacio. Lo sepultaron en el cementerio destinado a los muchachos que morían en el campo.

Todas las tumbas eran iguales, pero tratándose de don Acacio había sido necesario levantar una cruz más grande. Empezó a correr el rumor de que n Acacio había tenido un fuerte altercado con su mujer, que esta había cogido la pistola y que cuando el trataba de quitársela el arma se había disparado.

Todos los capataces, o por lo menos todos los capataces en jefe, los mayordomos, habían sido llamados al campo para ser enterados de la forma en que se haría la nueva repartición de distritos, necesaria debido a la muerte de don Acacio, para conocer las zonas que les correspondían

CAPITULO 9

Durante toda una semana, Celso había sacrificado dos horas diarias para ayudar a Cándido a producir sus cuatro toneladas al igual que los otros.

Aquella noche después de la cena, Celso enrolla algunos cigarrillos y se dirige hacia el río. Celso no era el único que se refrescaba de esa forma, en ambas orillas del rio se miraban muchachos reposando. Un hombre vino a colocarse cerca de Celso, era Martin Trinidad.

Martin Trinidad le revela su secreto a Celso, le cuenta todo sobre el de donde viene, él es de Pachuca. Él fue maestro de escuela y ahora era un leñador de montería.

CAPITULO 10

Don Félix se presentó en el cobertizo que servía de comedor los trabajadores. Seis troncos sostenían un techo de paja y eso era todo.

Cándido mando a sus dos hijos en busca de los chinitos, que vivían libremente en el campamento alimentándose con lo que podían encontrar. Modesta ayuda a su hermano Cándido a hacer sus paquetes. Don Félix se dirige hacia el jacal donde se hallan Cándido y Modesta y ofrece a Modesta trabajar para don Félix pero ella se rehúsa.

Cándido pierde a Ángel a uno de sus dos hijos en el río. Cándido llevaba su rutina: trabajaba, comía, se acostaba, se levantaba, apenas hablaba, iba viviendo como un automata. Todas las mañanas y tardes se aproximaba a la orilla del río y miraba correr las aguas agitadas que le habían arrebatado a su Angelito.

CAPITULO 11

Don Feliz había ordenado que le llevaran al indio, a Modesta, al niño y a todo cuanto Cándido poseyera, porque deseaba aplicar un castigo ejemplar, a fin

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