Reconstrucción De Una Reconstrucción
cheosong23 de Febrero de 2012
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Reconstrucción de una reconstrucción
(Análisis de la película de Christoffer Boe, para leer después de haberla visto)
Egipto. Nos encontramos en la cuna de la civilización. Osiris en su forma mortal ha muerto y ha resucitado como la fuerza creadora que da calor a la tierra, Isis, y la fecunda. Osiris e Isis son hermanos y de su amor incestuoso nacen todos los seres vivientes, incluidos nosotros, los seres humanos, quienes nunca llegaremos a amarnos con la perfección con que ellos lo hicieron. Sigamos avanzando un poco, hacia los comienzos del cristianismo, camino hacia la gran imperfección, hacia la paradoja. Sansón, el más famosos juez judío, dotado de una fuerza física y espiritual sobrehumana que lo acerca a lo divino, es derrotado por el más seductor y peligroso de los poderes. Dalila, hija del pueblo filisteo, lo enamora y arranca sus cabellos, receptáculos de su poder. Lleguemos ahora hasta los griegos, y hablemos del mito de Orfeo y Eurídice, el cual hace parte del universo simbólico de la película. Orfeo utiliza su música y su amor para descender al hades y convencer al amo y señor de las oscuridades de permitir la salida de su amada Eurídice del mundo de los muertos. Con el corazón reblandecido por primera y última vez, Hades coloca una sola condición para su liberación: él debe caminar delante de ella y no volver su mirada atrás hasta haber alcanzado el mundo superior, si lo hace, ella se desvanecerá… Un fade out o un movimiento virtuoso de cámara de 360 grados para no encontrar nada.
“Like the beat, beat, beat of the tom, tom, when the jungle shadows fall”, nos sitúa la voz de Fred Astaire más de un milenio después, ahora en Copenhague, capital de Dinamarca, una hermosa jungla de asfalto, antiquísima y a la vez muy moderna. Los créditos del comienzo acompañan la romántica canción Night and Day, con las luces difusas y vertiginosas de la gran ciudad; el amor, mito de mitos, se encuentra aún vivo, ha adaptado su forma a las complejas sofisticaciones de la actual postmodernidad.
Despojémonos de ese color rosa que se nos viene a la mente cuando mencionamos la palabra amor. Hagamos a un lado las historias de finales con matrimonios felices, las conversaciones entre quinceañeras que se visten con minifaldas, la chica que inicia una relación en el backstage con el rockero, su amor platónico; los clichés de las más irreflexivas películas hollywoodenses.
Recordemos nuestros amores. Al principio, cada rostro aparece muy definido, cada experiencia muy vívida. El sosiego de tenerla cerca, la risa en los parques, la libido liberándose, la caída en ese abismo de placer… luego… los pequeños desperfectos, los momentos de soledad en que fruncimos los labios, los grandes desencuentros, la caída en ese otro abismo de soledad… Rostros fundiéndose sobre rostros, lo que fue, lo que pudo haber sido. Cada momento vivido y recordado como una verdad absoluta y a la vez como una total falta de sentido. Pasado, presente y futuro confundiéndose. Rostros fundiéndose en un solo rostro, en aquello que desesperadamente hemos estado buscando. Nos encontramos ante la forma del amor postmoderno.
El amor lleva de la mano al cine en Reconstrucción de Cristopher Boe. Esta película es ante todo una declaración de amor al cine. Podemos sentir cómo se desvive el joven Boe por los diferentes usos del montaje, por las diversas posibilidades que ofrece la cámara, por la inclusión del sonido como un recurso lleno de posibilidades significativas dentro de la narración. El amor por el cine lo desborda y desea mostrarlo sin sonrojo en su opera prima. No usando los diferentes elementos del lenguaje desarrollados a lo largo de la historia cinematográfica por usarlos; sino más bien, haciéndoles una dedicatoria, justificando su uso en situaciones en donde adquieren total sentido. Por otro lado, cada uno de estos recursos cinematográficos es usado en un esfuerzo de captar por medio de las formas del cine, la forma del amor. ¿Como pintar el amor? ¿Cómo llevar a la música el amor? ¿Cómo filmar el amor? No una relación amorosa, sino el amor mismo en su esencia.
El mito amoroso aquí narrado encuentra sus elementos fantásticos en los paisajes de la actualidad tecnológica que muchos pensadores han dado a llamar postmodernidad. A través de satélites situados a miles de kilómetros del planeta los poderosos pueden espiar la vida de cada uno de nosotros, los del común podemos saber exactamente como luce cualquier ciudad del planeta con sólo dar zoom a un mapa en el Google Earth. Las grandes avenidas y los rascacielos brindan un paisaje solemne y grandioso sobre todo en ciudades como Copenhague cuando avistamos sus panorámicas desde helicópteros. El metro se desplaza a cientos de kilómetros por ahora a lo largo de esta ciudad y muchas otras ciudades nórdicas. El tiempo, el espacio, han cambiado. Podemos estar aquí y allá casi en el mismo instante. La relatividad de Einstein, la física cuántica desarrollada después de él, nos han enseñado sobre la inconmensurabilidad de los eventos, la infinidad de opciones, inclusive, sobre los universos paralelos.
Los planos del comienzo pueden ser los mismos del final, sólo que exactamente al revés: “primero un hombre… no, no está sólo, todavía”. Adelante, atrás, en el medio… podemos situar los planos, las unidades mínimas del lenguaje cinematográfico, donde queramos. Es la enseñanza que nos dejaron los surrealistas: el montaje, la organización de los planos es un capricho de la mente, no hay nada más que comande este proceso, sólo nuestra propia noción de lo que puede y no pude ser. El montaje, entonces, puede ser la principal clave para acercar el cine a la forma postmoderna del amor.
Entremos por primera vez al bar Krasnapolsky (Alex abre la puerta por nosotros) y presenciemos uno de los eventos de montaje más interesantes que hayamos visto. Mientras la voz del narrador-escritor-creador August nos susurra: “recuerden, todo es una película, todo es una interpretación, pero aún así, duele”, Aimee apaga soplando un fósforo cuatro veces, la misma pequeña acción se repite apenas perceptiblemente a nuestros ojos. Alex hace su entrada al bar desde diferentes ángulos, avanza y retrocede, y ante nuestros ojos todo ocurre con una naturalidad pasmosa. La gran ficción del cine se nos revela no sólo por el comentario del narrador, sino por lo que se nos muestra. Y más interesante todavía, se nos plantea una analogía entre la ficción del cine y la ficción del amor. Y sobre cómo, a pesar de ser ilusión, podemos sentirlas como espinas penetrando en nuestra piel.
“Jugar con el tiempo es tratar de mostrar esa noción de identidad que tenemos y quiénes somos como seres humanos; se tiende a pensar que todo es muy concreto, muy estable y fijo. Yo no lo creo. Más bien pienso que la identidad es muy fluida, que tenemos muchas identidades, y que las cosas cambian muy rápidamente. Mañana puedo creer cosas en que no creo hoy…” A estas palabras del director podríamos agregar, que el tiempo es el principal recurso del amor. Comprimimos el tiempo, expandimos el tiempo cuando amamos; una tarde se nos hace un minuto, o un minuto de placer una eternidad presente a lo largo de nuestra vida.
El amor-tiempo es totalmente paradójico. La persona a la que se ama puede ser un completo desconocido después de haber vivido 100 años a su lado, o, alguien a quien conocemos el alma después de diez segundos de haber visto. Un poco más allá de la mitad de la película, en el restaurante La Sommelier, Alex le pregunta a Aimee qué prefiere: ser una pareja que va a menudo al restaurante, y hablan y se escuchan y “descansan uno en compañía del otro” en un acto de sosegada cotidianidad; o, ser un par de desconocidos que se atraen y se preguntan ansiosos “¿Quién eres realmente?”. Aimee responde: ¿puedo escoger todo? Las dos posibilidades nos son mostradas al tiempo que Alex habla de ellas, y el tiempo presente (real) es una mezcla entre ambas, algo completamente difuso. En el amor se pueden vivir diversos tiempos al mismo tiempo.
En el cine todo tiempo es un tiempo imaginario. Cualquier situación tiene sus cimientos en el frágil suelo de la verosimilitud. Por eso cualquier cosa que ocurra podría ocurrir también de otra forma, y el suceso original y su copia tener una diferencia de unos pocos grados. Regresemos a la primera vez que entra Alex en el bar Krasnapolsky. Después de comenzar una conversación casual con Aimee (a quien ni siquiera conoce) ésta le pregunta: “¿Qué quieres?”, el responde “Decir adiós”. Inmediatamente se nos muestra un universo paralelo en el que Alex y Aimee se sientan en otra parte del mismo bar, y comparten la noche juntos. Alex le dice a Aimee que la ama. La noche pasa hasta que Aimee llega a darse cuenta de que Alex no le miente, “sí que la ama”… en ese momento Alex dice “adiós”… volvemos al suceso original en el que Alex ha empezado hace unos pocos minutos una conversación con Aimee, la desconocida… se miran con la sonrisa del misterio.
Y es que la gran paradoja del amor-tiempo de la que penden todas las otras planteadas en la película, la materia prima, la podemos encontrar en el argumento principal de la historia. Dos personas desconocidas se encuentran en la estación del metro. Sus miradas se cruzan en medio de un espectáculo moderno de magia, alguien que hace flotar en el aire un cigarrillo. A lo largo de unos segundos, ambos sienten que el resto de su vida depende de ese instante. El metro ha llegado, ¿recorrerán juntos, de la mano, el resto de sus vidas? Un momento irracional pero que perfectamente se podría convertir en algo concreto. Tiempo comprimido, tiempo imaginado, tiempo extendido por
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