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VIVA LA MUSICA


Enviado por   •  21 de Octubre de 2022  •  Ensayos  •  968 Palabras (4 Páginas)  •  60 Visitas

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La narrativa de Andrés Caicedo se ha caracterizado desde sus inicios por la serie rasgos transgresores que la componen. Que viva la música, su obra más prominente, no escapa de los escenarios escandalosos: las drogas, la prostitución, los bajos mundos. Como apunta Mark Malin, la literatura de Caicedo “comenzó a encontrar nuevas direcciones no-Macondianas para la novela colombiana” (Malin, 1995) . Es decir, se alejó del realismo mágico, de la descripción asombrosa y romántica de un territorio y sus personajes, y dio paso a una serie de descripciones crudas, secas y voraces. Se trata de un realismo inclemente: la “experimentación con el posmodernismo” (Malin, 1995).

Sin embargo, dentro del espacio narrativo, dentro del ir y venir en un mundo caótico, Caicedo deja un elemento siempre limpio. Es la montaña la que se mantiene al margen de ese ruido que parece envolverlo todo. Si bien Alberto Carvajal señala que la novela consta de “oposiciones binarias (día/noche, vida/muerte/, norte/sur, interno/externo, individual/colectivo)” (Carvajal, 1998), no parece centrarse en una oposición latente que tienen lugar a lo largo de varios momentos del texto: la oposición ciudad/montaña. El objeto de las siguientes páginas es, entonces, exponer la oposición mencionada y mostrar el carácter simbólico de la montaña, dejando en evidencia los rasgos principales de la novela y su incidencia en lo que podría fácilmente llamarse también oposición urbano/campestre o artificio/naturaleza.

Desde las primeras páginas de la novela, María del Carmen Huerta mira por la ventana y ve, allá lejos, las montañas. “Anoche quemaron las montañas y sólo quedan pelitos pasudos” (Caicedo, 1977), dice la protagonista. Esta frase, presente apenas en la tercera página abre de entrada la posibilidad a una interpretación a favor de la oposición ciudad/montaña o artificio/naturaleza. En efecto, lo que deja ver es la nostalgia de la protagonista por aquel elemento lejano que se ha vuelto cenizas. La vista de la María atraviesa la ciudad para posarse en el horizonte natural. Y este resulta dañado.

La creciente intriga de la protagonista por la montaña crece proporcionalmente con el desarrollo de la historia. Entre más explora la ciudad, entre más se inmiscuye en sitios perversos, su fascinación por la montaña crece. “No miro a nadie hasta que el viento de esta ciudad me despierta de mi propósito (…), y a esa hora (las 6) se me antojan tan femeninas, tan hermanas las montañas” (Caicedo, 1977). De este pasaje se pueden extraer varias cosas. La primera es el despertar: el deseo (“propósito”) de la protagonista, al parecer imposible, se encuentra con su propia imposibilidad tras chocarse con el viento de la ciudad. La ciudad le recuerda a María su realidad. Otra cosa es que, en ese momento, la montaña aparece como un lugar cómplice, la hermandad mencionada sugiere la correspondencia entre los deseos de la protagonista y la propia naturaleza de la montaña. De nuevo, la oposición ciudad/montaña aparece ahora con el matiz subjetivo de María, cuyos propósitos parecen entrar en el mundo natural y no en la ciudad.

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