La empresa como un sistema

La empresa como un sistema

Por Fernando Reyes Baños

Una tendencia administrativa es, de hecho, la surgida a raíz de la teoría general de sistemas (TGS), propuesta en 1950 por Ludwig Von Bertalanffy, caracterizada por su naturaleza interdisciplinaria y totalizadora (citado por Chiavenato, 2014). De acuerdo a la TGS, una organización puede ser concebida como un sistema social: conjunto de elementos íntimamente relacionados que interactúan entre sí para lograr la consecución de un fin determinado (El enfoque de sistemas en administración, s.f.). Como sistema, la organización está integrada por ciertos elementos (Chiavenato, 2014): entradas, lo que el sistema importa del exterior, para abastecerse con lo necesario para cumplir con sus objetivos; procesamiento, transformación de las entradas; salidas, como sistema, la empresa produce una o varias salidas, mismas que permitirán al sistema exportar el resultado de sus operaciones; retroalimentación, mecanismo por el que la energía de salida regresa a la entrada del sistema, alterándola de algún modo.

A su vez, estos elementos se basan en tres principios fundamentales (Chiavenato, 2014): expansionismo (todo fenómeno es parte de un fenómeno mayor), pensamiento sintético (los fenómenos se explican visualizándolos como parte de un sistema mayor) y teleología (la lógica sistémica busca resolver problemas considerando como premisa que el todo es diferente de cada una de sus partes). Por lo anterior, si una empresa se concibe como un sistema, entonces es posible hacer las siguientes observaciones:

1. Como entidad económica que se ocupa de gestionar y poner en marcha acciones estratégicas para lograr propósitos específicos, las operaciones de una empresa funcionan acordes a un proceso administrativo (planeación, organización, dirección y control), para el cual, aspectos como la secuencia en los procesos y la comunicación entre los integrantes es primordial, ya que el desempeño de una empresa, depende de que la relación entre sus componentes funcionen sistemáticamente no solo entre sí, sino también con sistemas externos hacia los que está orientada la entidad, mismos que vendrían caracterizando el entorno inmediato que la circunscribe. Lo anterior insinúa, el tipo de problemática que podría presentarse en este ámbito y cuya solución correspondería al pensamiento sistémico: ¿cómo propiciar que las personas que integran una empresa trabajen no solo para su propio beneficio, sino también para el de la empresa? Si bien la Teoría de Juegos aportaría elementos valiosos al respecto, los principios del comportamiento organizacional también harían una contribución importante.
2. En general, una empresa está integrada por áreas funcionales: mercadotecnia, operaciones, administración y finanzas, recursos humanos, alta dirección y áreas de apoyo (subsistemas), las cuales se vinculan entre sí con el propósito contribuir, desde su ámbito de acción, a trabajar en pro de los intereses preestablecidos por la empresa a través de su misión, visión y objetivos. La complejidad de un sistema así, dependerá de varios factores: su giro, su magnitud y su régimen jurídico. Obviamente que, en el ámbito empresarial, conviene tener cierta claridad sobre la estructura de las entidades económicas, por ejemplo, por medio de organigramas, los que sirven para informar gráficamente sobre quién responde a quién en la línea de mando empresarial, sin embargo si la idea es pensar en la entidad económica desde un punto de vista sistémico, resulta obvio que herramientas semejantes resultan insuficientes para dar cuenta de su complejidad inherente, misma que puede visualizarse en diferentes escalas: cada empresa es un sistema formado por otros sistemas: las áreas funcionales, mismas que son subsistemas con relación a ésta; la empresa en sí viene siendo a su vez un metasistema, por su relación con otros sistemas externos a ella, por ejemplo: otras empresas que representan su competencia. Más allá, podría hacerse referencia a los individuos que integran cada área, quienes tendrán cierta claridad y apego a los intereses de la compañía, pero también sus propios intereses, lo que aumenta la complejidad del sistema en cuestión, ya que un desafío casi siempre presente en toda organización es cómo hacer para que los intereses de cada integrante fluyan sincrónicamente con los intereses que la empresa establece.
3. En una empresa hay cabida tanto para una retroalimentación positiva como una negativa. Dentro del primer caso, por ejemplo, se puede mencionar un tema que ha preocupado por mucho tiempo a los estudiosos del comportamiento organizacional: la motivación, cómo hacer que los trabajadores hagan mejor su trabajo; dentro del segundo caso, y derivado del anterior puede hacerse mención de los intereses que, contraponiéndose a los de la empresa, requieren mayor control e, inclusive, su atenuación.
4. Los problemas que una organización plantea podrían hallar soluciones más eficaces y eficientes si su cuerpo directivo y trabajadores tuvieran más presente que todos son parte del mismo sistema y que éste no es solamente la suma de sus partes, sino que implica una sinergia particular que demanda una forma de relacionarse también particular. ¿En qué beneficiaría a todo esto el pensamiento sistémico? En comprender que todos los integrantes de la organización son nodos relacionados entre sí, mismos que a su vez, se relacionan con otros sistemas del entorno, por lo que comprender que cada uno contribuye, en mayor o menor medida, para que la empresa cumpla con los objetivos para los que fue creada es benéfico no solo para la empresa, sino también para cada uno de sus integrantes.

En suma, la organización es concebida como un sistema que es parte de un sistema mayor, con el cual mantiene una relación más o menos productiva; asimismo, cualquier comprensión que pretenda obtenerse en torno a su desempeño, deberá hacerse en términos del rol que desempeña en el sistema del cual es parte; finalmente, los sistemas siempre representarán entidades globales y funcionales con objetivos y finalidades particulares.

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