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Valor Desecho


Enviado por   •  11 de Agosto de 2013  •  1.906 Palabras (8 Páginas)  •  435 Visitas

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Contrariamente a lo que muchos consideran, la evaluación de proyectos no debe ser clasificada como una técnica de toma de decisiones, sino sólo una herramienta que genera información para apoyar el proceso de tomar una decisión. En este sentido, es fácil observar como, con la misma información, mientras algunos inversionistas optan por aceptar destinar recursos para un proyecto, otros, con la misma información, prefieren no hacerlo.

Además del costo de oportunidad de los recursos de cada uno, de sus estrategias de negocio, de sus expectativas o de su aversión al riesgo, influye, en la decisión de aceptar o no invertir, su percepción acerca de la validez de los antecedentes provistos por el proyecto. Esto sucede porque el informe de evaluación que se elabora corresponde a cómo se estimó el comportamiento futuro de una serie de variables que, en conjunto, constituyen el escenario que el evaluador consideró como el más probable desde su particular punto de vista, el que no tiene porqué coincidir con el del resto de los agentes participantes de la decisión: accionistas, gerente o banco. Mucho menos coincidirá con la realidad que el proyecto realmente enfrente cuando se implemente, por la imposibilidad de la predicción perfecta.

Si bien esto explica porqué en una evaluación ex post los resultados prácticamente nunca coinciden con los pronosticados, existen otras razones que son responsabilidad única y exclusivamente del evaluador: la utilización adecuada de los conceptos, técnicas y procedimientos que emplea o selecciona para su análisis. El evaluador es, muchas veces, responsable en gran medida de inducir a decisiones incorrectas por su incapacidad de cuestionar propuestas teóricas que a veces no son válidas para proyectos con particularidades propias. Se acepta, sin analizar su validez, que siempre se debe considerar “la recuperación del capital de trabajo” al final del horizonte de evaluación, a excluir la reposición de un activo que tiene una vida útil de diez años si el proyecto se evalúa coincidentemente a diez años plazo, a incorporar los intereses en el flujo de caja si para implementarlo se requerirá necesariamente de un endeudamiento bancario, a señalar que el valor de un activo está dado por el precio al que una de las partes está dispuesta a vender y la otra a comprarlo, a suponer que si un computador hoy tiene una vida útil de tres años, debe considerarse su reposición cada tres años, entre muchas otras que se asumen “por definición” porque algún autor o profesor lo señaló así. Peor es el caso, por la distorsión que produce en el cálculo del VAN, de quienes no visualizan que todo proyecto de desinversión (outsourcing, abandono, reemplazo de tecnologías, etc.) lleva implícito un valor de desecho negativo al final del horizonte de evaluación.

Se podrían mencionar más de diez variables que los evaluadores aplican “por costumbre” sin cuestionar si es o no pertinente para el caso particular que se evalúa. En este artículo, se pretende llamar la atención de dos de ellas, asociadas y dependientes de un mismo concepto: el método de cálculo del valor de desecho o valor remanente de la inversión al final del horizonte de evaluación.

El valor de desecho del proyecto representa el valor de los activos de los cuáles el inversionista va a ser propietario por el sólo hecho de haber invertido en el negocio. En otras palabras, para medir la conveniencia de una inversión, no sólo se debe considerar el flujo de beneficios operacionales que esa inversión es capaz de generar en el plazo u horizonte de evaluación, sino que además el valor de lo que, al momento final de la evaluación, que no tiene porqué coincidir con la vida real del proyecto, va a ser de su propiedad.

El valor de desecho de una inversión se puede calcular por tres métodos diferentes que llegan todos a resultados distintos. No es materia de este artículo explicar cuándo debe usarse uno u otro pero sí señalar que no es aquél que muestre el mayor monto, sino el que conceptualmente explique de mejor manera el valor remanente de su inversión.

Dos de esos métodos calculan el valor de los activos al final del horizonte de evaluación: uno determinando el valor contable, o valor libro, de cada uno de ellos y el otro definiendo su valor comercial neto del efecto impositivo derivado de cualquier utilidad o pérdida contable que generaría su eventual venta. Cabe señalar que si un proyecto de evalúa a diez años y uno de los activos se reemplaza cada cuatro años, deberá estimarse su valor contable o su valor comercial para dentro de diez años, pero con sólo dos de uso (se reemplazó al final del cuarto y al final del octavo año). Obviamente, el método comercial sólo podrá calcularse cuando existe información acerca de cómo y en cuánto se transan los activos usados en el mercado secundario, lo que en innumerables casos es un imposible. Por ejemplo, no es difícil estimar en cuánto se “deprecia” en el mercado un vehículo, ya que es recuente encontrar ofertas en la prensa de vehículos con uno, dos o más años de uso. Sin embargo, no existe información de en cuánto se “deprecia“ un sillón dental. Nótese que el proyecto no acaba el décimo año, por lo que los activos no serán vendidos en ese momento. Sólo se simula la venta para estimar su valor.

El tercero de los métodos plantea que el valor del proyecto no es equivalente a la suma de los valores individuales de cada uno de los activos, sino que corresponde al valor actual de lo que ese conjunto de activos es capaz de generar como flujo perpetuo.

Antes de entrar al análisis de los dos conceptos que deberán ser aplicados en función al método que se seleccione de cálculo del valor de desecho, es importante un pequeño comentario acerca de cómo se calcula, la mayoría de las veces erróneamente, el valor actual de un flujo perpetuo. En matemáticas financieras el concepto de valor actual de una perpetuidad se calcula por:

01010

Sin embargo, esta ecuación que

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