La histeria masculina
Elena Hdez SoriaResumen3 de Junio de 2019
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La histeria masculina
La histeria masculina no tiene la misma historia que la femenina, pero como estructura psíquica esta afección neurótica alcanza tanto al hombre como a la mujer. A lo sumo, la encontramos categorizada de otro modo, es decir, capturada en las referencias de un discurso médico que suaviza los desbordes imaginarios habitualmente concedidos a la expresión invasora de la historia femenina.
No obstante, existe una expresión sintomática que evoca metafóricamente, en la histeria masculina, la “gran crisis”: se trata del acceso de ira, a menudo acompañado por crisis clásticas y cuya causa frecuentemente alegada es la contrariedad. Tales molestias inevitables son sistemáticamente expresadas en detrimento de si, de una manera suficientemente importante como para traducir un malestar solo neutralizable mediante la descarga psíquica de un acceso de ira. O, lo que es lo mismo, esta crisis de ira es un verdadera confesión de impotencia que disfraza una descarga libidinal.
Por más que no encontremos en el hombre ciertas expresiones características de la histeria femenina, identificamos algunos aspectos de temor orgánico que en ocasiones hacen pensar en la hipocondría. La elaboración psíquica y la función disfrazada de los síntomas desempeñan un papel comparable en ambos sexos.
Por ejemplo, ese afán del “dar para ver”, o del “dar para oír”, evocado anteriormente, está totalmente presente en la histeria masculina. Sin embargo, recordemos que, en la mujer histérica, el “dar para ver” es siempre dar para ver algo del cuerpo. En cambio, en el hombre, el “dar para ver” involucra a todo el cuerpo. A través de ese “dar para ver”, lo que se cuestiona fundamentalmente es el deseo de parecer, el deseo de gustar, o sea, al fin y al cabo, una demanda de amor y de reconocimiento. Esto explica, en la histeria masculina, la tendencia esencial a la seducción.
En la histeria masculina, la seducción se constituye como el soporte privilegiado de una negociación amorosa. Para asegurarse de ser amado por todos, el histérico ofrece su propio amor sin reservas. Como no puede renunciar a nadie, ante todo le importa recibir el amor de todos. Aquí encontramos uno de los componentes preponderantes de la histeria: la insatisfacción.
Es siempre, pues, el interés que el otro siente hacia un objeto, lo que se convierte en objeto de deseo para el hombre histérico. De ahí la posición potencial de víctima. Podemos decir que la divisa del hombre histérico es poner de manifiesto su incapacidad de gozar, o de aprovechar lo que tiene, en beneficio de la queja por lo que no tiene. De hecho, existe un rasgo de estructura propio de la histeria masculina: el fracaso o la conducta de fracaso. Cuando el histérico logra obtener lo que envidiaba en el otro, se apresura a fracasar.
De ello resulta la instalación de estados ansiosos, depresivos, hasta neurasténicos, idénticos a los que encontramos en la histeria femenina. Sobre la base de esta ineptitud inconscientemente orquestada por el histérico, pueden desarrollarse toda una serie de procesos de sobrecompensación, cuyas dos opciones más habituales son el alcoholismo y el uso de los tóxicos. En efecto, alcohol y droga permiten asegurar al histérico una nota compensatoria en su ser masculino, de su relación sexuada con el otro. Se trata de intentar aparecer “como un hombre” allí donde precisamente el histérico se queja de no poder lograrlo jamás. Así, el mediado “toxico” permite al histérico engañar al otro, se trate de una mujer o de un hombre.
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