ARMONIA EN LA PAREJA
EMILIOFEREIRA28 de Noviembre de 2013
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ARMONIA EN LA FAMILIA:
Bases Psicosociales y Espirituales
Emilio Fereira
ARMONIA EN LA FAMILIA:
Bases Psicosociales y Espirituales
Emilio Fereira
PRESENTACIÓN
Matrimonio y familia no son constructos sociológicamente casuales, fruto de situaciones particulares históricas y económicas. Por el contrario, la cuestión de la justa relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y sólo puede encontrar su respuesta a partir de ésta.
El ser humano es creado a imagen de Dios, y Dios mismo es amor. Por este motivo, la vocación al amor es lo que hace del hombre auténtica imagen de Dios: se hace semejante a Dios en la medida en que se convierte en alguien que ama.
De este lazo fundamental entre Dios y el hombre se deriva otro: el lazo indisoluble entre espíritu y cuerpo: el hombre es, de hecho, alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo que es vivificado por un espíritu inmortal. También el cuerpo del hombre y de la mujer tiene, por tanto, por así decir, un carácter teológico, no es simplemente cuerpo, y lo que es biológico en el hombre no es sólo biológico, sino expresión y cumplimiento de nuestra humanidad. Del mismo modo, la sexualidad humana no está al lado de nuestro ser persona, sino que le pertenece. Sólo cuando la sexualidad se integra en la persona logra darse un sentido a sí misma.
De este modo, de los dos lazos, el del hombre con Dios y --en el hombre-- el del cuerpo con el espíritu, surge un tercer lazo: el que se da entre persona e institución. La totalidad del hombre incluye la dimensión del tiempo, y el «sí» del hombre es un ir más allá del momento presente: en su totalidad, el «sí» significa «siempre», constituye el espacio de la fidelidad. Sólo en su interior puede crecer esa fe que da un futuro y permite que los hijos, fruto del amor, crean en el hombre y en su futuro en tiempo difíciles. La libertad del «sí» se presenta por tanto como libertad capaz de asumir lo que es definitivo: la expresión más elevada de la libertad no es entonces la búsqueda del placer, sin llegar nunca a una auténtica decisión. Aparentemente esta apertura permanente parece ser la realización de la libertad, pero no es verdad: la verdadera expresión de la libertad es por el contrario la capacidad de decidirse por un don definitivo, en el que la libertad, entregándose, vuelve a encontrarse plenamente.
En esta perspectiva, el «sí» personal y recíproco del hombre y de la mujer abre el espacio para el futuro, para la auténtica humanidad de cada uno, y al mismo tiempo está destinado al don de una nueva vida. Por este motivo, este «sí» personal tiene que ser necesariamente un «sí» que es también públicamente responsable, con el que los cónyuges asumen la responsabilidad pública de la fidelidad, que garantiza también el futuro para la comunidad. El matrimonio, como institución, no es por tanto una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una imposición desde el exterior en la realidad más privada de la vida; es por el contrario una exigencia intrínseca del pacto de amor conyugal y de la profundidad de la persona humana.
Diagrama1
La Pareja Matrimonial
VISIÓN CATÓLICA DEL MATRIMONIO
La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer según salieron de la mano del Creador; así pues, el matrimonio no es una institución puramente humana y a pesar de las numerosas variaciones que haya podido sufrir a lo largo de los siglos, en las diferentes civilizaciones, estructuras sociales y actitudes espirituales, existe en todas las culturas un cierto sentido de grandeza en la unión matrimonial.
La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo". La mujer, "carne de su carne", es decir su otra mitad, su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como un apoyo: "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer, de manera que ya no son dos, sino una sola carne" Eso significa una unión indefectible de sus dos vidas; el Señor mismo lo muestra recordando cual fue "en el principio" el plan del Creador.
La Iglesia resume en un magnífico párrafo la grandeza y sublimidad del plan de Dios respecto al matrimonio: "Esta alianza matrimonial por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados".
Los protagonistas de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer bautizados, libres para contraer el matrimonio y que expresan libremente su consentimiento. "Ser libre" quiere decir: no obrar por coacción; no estar impedido por una ley natural o eclesiástica. La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los esposos como el elemento indispensable "que hace el matrimonio" Si el consentimiento falta, no hay matrimonio.
El consentimiento consiste en "un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente" Yo te recibo como esposa" — "Yo te recibo como esposo" Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos "vienen a ser una sola carne". El consentimiento debe ser un acto de la voluntad de cada uno de los contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo Ningún poder humano puede reemplazar este consentimiento. Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido
En el sacramento del matrimonio, los contrayentes son al mismo tiempo ministros y sujetos; el sacerdote interviene tan solo como testigo oficial de la Iglesia. El reunir la oferta y la aceptación de una parte y de la otra, es lo que constituye el vínculo sacramental; por ello, los contrayentes deben llevar al matrimonio la santidad requerida no solamente para recibir, sino para administrar un sacramento, obrando así en nombre y con la autoridad de N.S. Jesucristo. La bendición que da el sacerdote a los desposados, es con el objeto de confirmar, en nombre de la Iglesia, esa unión y para atraer sobre ellos más copiosamente las bendiciones de Dios.
El signo sensible del matrimonio, como de todo sacramento, comprende dos cosas: materia y forma. La materia remota del matrimonio, son los cuerpos de los contrayentes y la próxima, la donación que los esposos hacen de sí mismos. La forma consiste en las palabras o señales con las que los contrayentes aceptan el derecho de dicha unión:
“Yo, te quiero a ti como esposo/a, me entrego a ti y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y la enfermedad, todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe”
BÚSQUEDA DE ARMONÍA PERFECTIA
En la familia y en el matrimonio tanto la mujer como el hombre tienen un papel principal e igualmente importante, con las características propias de cada sexo. La mujer tiene un puesto esencial: de ella depende en, el estilo y la marcha de todo el hogar. No son cristianas las posturas machistas que pretenden relegar a la mujer a un nivel inferior al esposo.
Cada uno de los miembros de la familia, especialmente los esposos, deben esmerarse en sus respectivos deberes con toda responsabilidad, a costa de los sacrificios que sean precisos: el trabajo, la educación de los hijos el cuidado de los ancianos y de los enfermos de la familia. Los hijos también tienen su propia parte: cumplir sus deberes de obediencia, docilidad, cariño y respeto por sus padres; y en el estudio y el trabajo bien hechos.
La base de la armonía es el amor manifestado sobre todo por la renuncia y la abnegación para hacer amable la vida a los demás; en la lealtad y la confianza; en el respeto y la comprensión. También, en el espíritu de servicio y generosidad, porque así se supera el egoísmo y la comodidad, fuentes de impaciencia y mal humor; verdaderos enemigos de la armonía conyugal y familiar.
DESARROLLO DE LA PERSONA
El ego, según Erickson, se presenta como el centro individual de la experiencia organizada y de la planificación razonada, de pié, ante los peligros tanto de la anarquía de los instintos primarios, como de un espíritu de grupo (masa) sin ley; ubicado entre el id, dentro de sí mismo, y el asedio de quienes lo rodean.
Freud, señala Erickson, instituyó, dentro del ego, el yo ideal o super-ego, internalización de todas las restricciones a las que el ego debe reverencia. Este yo ideal es impuesto, a la fuerza, al niño por la influencia crítica de los padres y posteriormente, por los educadores y por una multitud de co-humanos que conforman su el entorno. Rodeado por tan fuerte atmósfera de desaprobación, el estadio original de amor a sí mismo se ve comprometido. Busca, entonces, modelos que le permitan auto evaluarse y cifra su felicidad en parecerse a ellos. Cuando tiene éxito en esta tarea, desarrolla auto estima, un cierto facsímil, no muy convincente, del narcisismo y sentido de omnipotencia.
El ser humano, en su epigénesis (desarrollo), ha de derivar un sentido de la realidad vital a partir de la percatación de que sus modos de dominar la experiencia. Su síntesis yoica, es una variante exitosa de una identidad grupal acorde con su ubicación espacio- temporal y plan de vida.
Para comprender ese proceso,
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