Amor Culpa
dianelag20 de Abril de 2015
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La situación emocional del lactante
El primer objeto de amor y odio del lactante, su madre, es deseado y odiado a la vez con toda la fuerza e intensidad características de las tempranas necesidades del niño.
Al principio ama a su madre cuando ésta satisface sus necesidades de nutrición, calmando sus sensaciones de hambre y proporcionándole placer sensual mediante el estímulo que experimenta su boca al succionar el pecho. Pero cuando el niño tiene hambre y no se lo gratifica, la situación cambia bruscamente. Se despierta su odio y su agresión y lo dominan impulsos de destruir a la misma persona que es objeto de sus deseos y que en su mente está vinculada a todas sus experiencias, buenas y malas. Además, el odio y los sentimientos agresivos del lactante dan origen a los más penosos estados, como la sofocación, el ahogo y otras sensaciones similares que, al ser sentidas como destructivas para su propio cuerpo, aumentan nuevamente la agresión, la desdicha y los temores.
El medio primario e inmediato de aliviar al lactante de la dolorosa situación de hambre, odio, tensión y temor es la satisfacción de sus deseos por la madre. La temporaria seguridad obtenida al recibir gratificación incrementa grandemente la gratificación en sí; de este modo la seguridad se transforma en un importante componente de la satisfacción de recibir amor. Esto se aplica a las formas de amor más simples y a sus manifestaciones elaboradas, tanto al niño como al adulto. Nuestra madre desempeña un papel duradero en nuestra mente porque ella fue la que primero satisfizo todas nuestras necesidades de autopreservación y nuestros deseos sensuales, proporcionándonos seguridad. La parte importante que desempeña el padre en la vida emocional del niño influye también en todas las relaciones de amor posteriores y en todas las asociaciones humanas. Pero el primer lazo infantil con él, como figura gratificante, amistosa y protectora, está parcialmente basado en la relación con la madre.
El lactante, para quien la madre es primariamente sólo un objeto que satisface todos sus deseos, un pecho bueno[1], pronto comienza a responder a sus gratificaciones y cuidados desarrollando sentimientos de amor hacia ella como persona. Pero este primer amor se encuentra ya perturbado en su raíz por impulsos destructivos. Amor y odio luchan en su mente y, en cierto grado, esta lucha persiste durante toda la vida, pudiendo constituirse en fuente de peligro en las relaciones humanas.
Los impulsos y sentimientos del lactante se acompañan de un tipo de actividad mental que considero como la más primitiva: es la elaboración de la fantasía, o más familiarmente, el pensamiento imaginativo. Por ejemplo, el niño que anhela el pecho materno, al no tenerlo imagina que lo tiene, es decir, evoca la satisfacción que deriva de él. Este primitivo fantasear es la forma inicial de una capacidad cuyo desarrollo posterior se observa en los trabajos más elaborados de la imaginación.
Las fantasías tempranas que acompañan los sentimientos del lactante son variadas. En la que acabamos de mencionar imagina la gratificación que le falta. Con todo, las fantasías placenteras también coexisten con la satisfacción real, y las destructivas vienen con la frustración y los sentimientos de odio que ésta despierta. Cuando se siente frustrado por el pecho lo ataca en sus fantasías, pero si el pecho lo gratifica lo ama y fantasea agradablemente con él. En sus fantasías agresivas desea morder y destrozar a la madre y a sus pechos, y destruirla también en otras formas.
Un rasgo muy importante de la fantasía destructiva, equivalente al deseo de muerte, es el del lactante que cree que sus deseos fantaseados tienen efecto real, es decir, que siente que sus impulsos destructivos han destruido realmente al objeto y seguirán destruyéndolo; esto tiene consecuencias sumamente importantes para su desarrollo mental. Se defiende de tales temores mediante fantasías omnipotentes de tipo reparador, lo que también influye grandemente en su desarrollo. Si en sus fantasías agresivas el niño ha dañado a su madre mordiéndola y destrozándola, pronto puede fantasear que une de nuevo sus pedazos para repararla[2], sin embargo, ello no aplaca del todo su recelo de haber destruido al objeto que, ya lo sabemos, es el que más ama y necesita, del que depende enteramente. En mi opinión estos conflictos básicos actúan profundamente sobre el curso y la fuerza de la vida afectiva de los adultos.
Sentimiento inconsciente de culpa
Todos sabemos que al captar en nosotros impulsos de odio hacia la persona amada nos sentimos afligidos y culpables. Como dice Coleridge:
... El enojo contra el ser amado
tortura al seso como la demencia.
Como los sentimientos de culpa son muy dolorosos, solemos relegarlos muy al fondo de la mente. Sin embargo, se expresan disfrazados en distintas formas y constituyen una fuente de perturbación en nuestras relaciones personales. Ciertas personas, por ejemplo, se desazonan muy pronto cuando notan falta de aprecio, aun en quienes poco signifiquen para ellas; la razón es que en su inconsciente consideran que no merecen la atención de nadie, y una actitud fría les confirma la sospecha de no ser dignos. Otras están insatisfechas de si mismas (sin base objetiva) en las más variadas formas, sea en relación con su apariencia, su trabajo o su capacidad en general. Algunas de estas manifestaciones son comúnmente reconocidas y suelen ser llamadas vulgarmente "complejo de inferioridad".
Las investigaciones psicoanalíticas demuestran que las actitudes de esta naturaleza tienen raíces mucho más profundas de lo que habitualmente se supone y siempre están relacionadas con sentimientos inconscientes de culpa. Muchas personas tienen intensa necesidad de alabanza y aprobación general, precisamente porque necesitan la prueba de que son dignas de ser amadas. Esto se origina en su temor inconsciente de ser incapaces de brindar amor suficiente y genuino y, en particular, de no poder dominar los impulsos agresivos hacia los demás; temen ser un peligro para los que aman.
El amor y los conflictos en relación con los padres
La lucha entre el amor y el odio, con todos los conflictos a que da lugar, aparece, como he tratado de demostrar, en la primera infancia y opera activamente durante toda la vida. Comienza en la relación del niño con ambos padres. En el vínculo del lactante con su madre ya están presentes los sentimientos sensuales. que se expresan a través de sensaciones placenteras en la boca durante la succión. Pronto aparecen sensaciones genitales y el anhelo por el pecho materno disminuye. No desaparece del todo, sin embargo, sino que permanece activo en el inconsciente y también, en parte, en la mente consciente. En el caso de la niña, su atracción hacia el pecho materno se transforma en interés, en gran parte inconsciente, por el genital paterno, el cual se convierte en el objeto de sus deseos y fantasías libidinales. A medida que prosigue el desarrollo, la niña desea al padre más que a la madre y tiene fantasías conscientes e inconscientes de ocupar el lugar de ésta, conquistándolo y transformándose en su esposa. Cela también a los niños de su madre y quisiera tener hijos con el padre. Estos sentimientos, deseos y fantasías provocan rivalidad, agresión y odio contra la madre y vienen a agregarse a anteriores agravios originados en las primeras frustraciones causadas por el pecho. No obstante, los deseos y fantasías sexuales hacia la madre permanecen activos en la mente de la niña. Bajo esa influencia, quisiera también reemplazar al padre en su relación con la madre; en ciertos casos este anhelo puede incluso ser más intenso que los que siente hacia él. De ese modo, su amor por los padres coexiste con sentimientos de rivalidad hacia ambos, y esta mezcla afectiva incluye también a los hermanos y hermanas. Los deseos y fantasías vinculados a la madre y a las hermanas constituyen la base de futuras relaciones homosexuales directas, ya sea como sentimientos homosexuales que se expresarán indirectamente en forma de amistad y afecto entre mujeres. En el desarrollo normal de las cosas, los deseos homosexuales quedan relegados al segundo plano, se modifican y subliman, y predomina la atracción hacia el otro sexo.
Una evolución similar ocurre en el niño, que pronto experimenta deseos genitales hacia su madre y odio hacia el padre rival. Pero también en él se desarrollan deseos genitales hacia el padre, y ésta es la raíz de la homosexualidad masculina. Estas situaciones suscitan conflictos: la niña, aunque odie a su madre, también la ama y el niño ama al padre y querría evitarle el peligro que emana de sus impulsos agresivos. Además, el principal objeto de todos los deseos sexuales -para la niña, el padre, para el niño, la madre- también despierta odio y rencor, porque defrauda estos deseos.
El niño cela intensamente a sus hermanos y hermanas, porque son sus rivales en el amor de los padres. Sin embargo, también los ama, y aquí de nuevo surgen fuertes conflictos entre los impulsos agresivos y los sentimientos de amor. Esto provoca culpa y origina nuevos deseos de hacer reparaciones, mezcla los sentimientos que tienen gran influencia no sólo en la relación entre hermanos sino también, ya que las relaciones humanas obedecen al mismo patrón, en la actitud social, el amor, la culpa y los futuros deseos de reparar.
Amor, culpa y reparación
Como lo expresé antes, los sentimientos de amor y gratitud surgen directa y espontáneamente en el niño, como respuesta al amor y cuidado de su madre. El
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