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Causas De La Infelicidad

aleli230 de Noviembre de 2012

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infelicidad

sustantivo femenino

desdicha, infortunio, desventura, desgracia*, adversidad. dicha, ventura, felicidad, fortuna.

Infelicidad designa la falta de felicidad. Desdicha y desventura ponen el acento en el sentimiento de tristeza que se asocia con la infelicidad y adversidad. Mala suerte e infortunio designan la fatalidad del destino. Desgracia presenta un matiz trágico.

http://es.thefreedictionary.com/infelicidad

Causas de la infelicidad

RicardoSada Fernández

23 mayo 2008

Sección: De la Ley de Dios

La infelicidad no es producto de la pobreza, la enfermedad o la ignorancia, es producto del pecado que nos aleja de ese fin último que es Dios.

Todo niño -noble producto de Dios- llega a la existencia con un “instructivo” que le asegura su felicidad, y que ese instructivo no es otro que la ley de Dios. Dijimos también que esa ley, para distinguirla de otras, se llama ley moral. Veremos ahora, a través de una sencilla comparación, lo que ocurre cuando ese instructivo se ignora o se rechaza.

El mayor temor de una niñera inexperta cuando los padres se ausentan de casa por la noche es que se despierte el bebé. Si eso ocurre, lo más probable será que esa misteriosa criatura se limite a mirar de hito en hito a su desconocida guardián mientras berrea sin cesar. ¡Si al menos pudiera hablar y decir lo que le pasa, en lugar de llorar como descosido!.

La niñera intentará calmarlo trayendo ante su vista un montón de juguetes y objetos variadísimos, pero será en vano. A continuación le cantará alguna canción de cuna, intentará darle algún alimento o algo de beber, le hará cucamonas y desplegará toda su fantasía sin lograr otra cosa que desesperar a la criatura y hartarse ella misma. Sin embargo, al minuto de llegar la madre y tomar en sus brazos al niño, el llanto cesa. Y un minuto después, el anterior energúmeno es ahora un angelito que duerme plácidamente.

La civilización contemporánea tiene a un niño en sus brazos, pero ese niño, en lugar de sentirse feliz, sigue llorando con inmenso desconsuelo, y todos los juguetes que le ha mostrado no han logrado calmarlo. Le ha cantado canciones, le ha contado cuentos, lo ha halagado, lo ha mimado… pero el niño sigue haciendo pucheros.

Ha intentado variados recursos para contentarlo: le ha dicho que era una máquina, un animal, un producto de la evolución de la materia, un periodo e incluso un paréntesis del universo; que era eterno e infalible, que llegaría a dominar la enfermedad y la muerte.

Le ha ofrecido riquezas, libertinaje, sensualidad, poder y gloria, pero el hombre sigue siendo desgraciado y su infelicidad se contagia al mundo. No, la civilización contemporánea no ha logrado hacer feliz al hombre, porque no sabe que el secreto de su felicidad está en el instructivo que le dio Aquel que lo hizo ser lo que es.

El pensamiento moderno no descubrirá dónde reside la felicidad del hombre mientras siga empeñado en ignorar lo que el hombre es. Porque la infelicidad humana no puede explicarse con las razones que aclaran por qué se marchita una flor o por qué languidece un caballo sediento. Hay vida vegetal y animal en el hombre, por supuesto, y ambas pueden ser dañadas; pero la cuestión fundamental es que el hombre tiene también alma, alma humana, y ésta puede ser dañada. Y ese daño es pecado.

Tal es la raíz de la humana infelicidad. No hay otra. Otras cosas pueden hacer la vida del hombre ingrata, desagradable, incluso dificilísima, pero no necesariamente infeliz, desgraciada. Porque se puede hallar la felicidad en medio de la más absoluta pobreza, enfermedad o ignorancia, en medio del cansancio más atroz o de las tareas más duras, pero no allí donde reina el pecado. No, no puede haber felicidad en el corazón de un pecador. Puede cubrirse con la máscara del placer y aparentar alborozo, pero la música no la lleva dentro. Nadie mejor que un sacerdote sabe que un pecador arrepentido no necesita que se le incite a la vergüenza y al pesar, porque ha bebido hasta las heces la copa del desconsuelo y conoce su amargura.

http://encuentra.com/de_la_ley_de_dios/causas_de_la_infelicidad__11622/

El Origen de la Infelicidad

Por Gaueko Bele

Lo primero a comentar es que estos pensamientos, este intento por descubrir el origen de la infelicidad es un catma para mí, y soy plenamente consciente de que, por lo tanto, está totalmente abierto a discusiones ya que está formado por mi conclusión actual del tema y que conforme vaya avanzando mi vida iré modificando de alguna manera esta breve presentación que ahora ocupa mis pensamientos.

Hace apenas unos años apenas diferenciaba Ego de Conciencia. Quién sabe como evolucionará este pensamiento en otros tantos años.

Pero este escrito recoge muchas de las luchas anímicas a las que me enfrento últimamente.

Una de las principales creencias de los seguidores druídicos es la dualidad. Los que seguimos el camino de los Druidas sabemos que todo tiene dos caras, el viejo concepto de otras filosofías, como por ejemplo la hermética, de que el Todo es dual y precisamente de esa dualidad es de donde evoluciona el posterior concepto trinario de la existencia, tan conocido, seguido y aceptado como una realidad dentro del druidismo.

Podemos entender la infelicidad como el opuesto a la felicidad, diferentes en grado pero iguales en esencia. Y entre ambas, existe todo un mundo de estados anímicos. A partir de esta premisa podemos acercarnos a la felicidad, pero desde el otro extremo, que es la infelicidad. Así pues, intentaré recorrer el mismo camino propuesto por Iolair Faol, la revisión de la felicidad, pero desde el otro lado, desde su opuesto.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define infelicidad como desgracia y a la propia desgracia como un suceso funesto, como un motivo de aflicción debido a un acontecimiento contrario a lo que conviene o se desea. Así pues podemos tomar esta definición comienzo de este camino. Y es que la definición habla por sí sola: un acontecimiento contrario a nuestros deseos. Pero, ¿qué parte de nosotros desea? ¿Y qué es lo que deseamos?

El problema básicamente viene dado por nuestra educación, por las enseñanzas de nuestra sociedad: se nos inculca un fuerte sentimiento de apego hacia nuestro Ego. Centramos nuestra existencia en el Yo. Todo lo contrario que las principales espiritualidades del mundo. Pero es que mundo occidental y espiritualidad parecen conceptos antagónicos.

En realidad somos una parte del Todo, nada más. Sin embargo, por lo general nos sentimos mucho más importantes, vivimos en un mundo egocéntrico.

Tenemos tendencia a ver el mundo como nuestra propia película. Cuando paseamos por la calle, vemos a la gente como si fueran elementos de atrezzo de nuestra historia, actores secundarios. Ni nos fijamos en ellos, pensamos que tengan importancia. Y nuestra conciencia se convierte en el centro de todo.

Acaso no hay mayor error que considerarnos el centro del mundo. En realidad no somos mejores que el vecino de al lado, aunque muchas veces así lo consideramos. No nos diferenciamos, en principio, en nada del mayor accionista de una multinacional o de un actor de cine. No existe diferencia de base entre la vida de un campesino peruano y la mía, entre la de un comerciante australiano y la de un Sin Hogar de Nueva York. Nuestras esencias son las mismas, aunque las circunstancias que rodean nuestras vidas sean diferentes.

Aún más, los seguidores druídicos entendemos que los seres humanos somos iguales a los animales y a los árboles. Quizás olvidar esto, sea el mayor motivo de infelicidad.

Aquellos que seguimos las constantes marcadas por los druidas, entendemos que no somos más o menos que un lobo, un ciervo o que una serpiente. No creemos que los seres humanos seamos los dueños de la creación, de la naturaleza, como sugieren algunas religiones monoteístas, sino que entendemos a los animales como verdaderos hermanos porque compartimos la misma esencia. Tenemos el mismo origen, que es la Naturaleza, el Todo y un mismo destino, que es la muerte.

Más allá de esto, asimismo, suponemos a los árboles y a las plantas igualmente como hermanas, puesto que al igual que los animales son seres vivos que comparten dentro de esta creación, dentro de la realidad en la que vivimos, la misma esencia que nosotros. No somos mejores ni peores que una planta, que una cucaracha, que un gato, porque en realidad tanto el mundo vegetal, como los miembros del mundo animal formamos parte del Todo.

Con todo lo que esta afirmación quiere decir.

Sin embargo, por lo general, no vivimos en la concepción de que nosotros somos mucho más importantes. Más aún, cada cuál cree que su vida es la única importante y lo hace como mucho, extensible a aquello a quienes quiere, acaso en un ejercicio de miedo a la pérdida de lo que amamos.

Desde niños nos enseñan a diferenciar nuestro Yo del resto del mundo y nos educan en satisfacer nuestras ambiciones. A la mayoría, que hemos crecido en la sociedad occidental moderna, basada en una sociedad de consumo, tenemos la premisa de satisfacer lo máximo posible nuestros deseos como búsqueda de la felicidad. Nos enseñan que para ser felices hay que consumir, hay que tener aquello que se desea y nos bombardean una y otra vez con reclamos para que ansiemos más y más cosas. De hecho, nos generamos necesidades ficticias, con el fin de encontrar una satisfacción ficticia cuando las cubrimos. Una falsa felicidad surgida de una falsa premisa. Pero los seguidores druídicos entendemos que la búsqueda de la felicidad a través de la posesión es una mentira, es caer en

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