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Conferencia 20 De Freud


Enviado por   •  17 de Abril de 2014  •  3.437 Palabras (14 Páginas)  •  897 Visitas

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La 20va conferencia da inicio con una explicación clara de cómo es tomado lo sexual desde el ámbito social, dándole así el nombre de todo aquello que es indecoroso y que debe mantenerse en secreto. Freud, por lo contrario lo toma como todo lo relacionado con el cuerpo que dará una ganancia de placer. A partir de la definición que le da la sociedad se despliegan infinidad de argumentos para dar a entender que es errada y que por ello se conocen múltiples desviaciones a nivel de la vida sexual de los hombres, siendo la causa principal de éstas, la restricción de la vida sexual en la niñez.

Se enumeran una gran variedad de vidas sexuales que se apartan de las habituales, dividiéndolas así en dos grandes grupos. El primero que abarca a los homosexuales, hombres que encuentran placer con alguien de su mismo sexo y no tienen como meta final la unión de sus órganos ni la reproducción; Los fetichistas quienes no encuentran placer en una parte específica del cuerpo sino en una prenda de vestir o un objeto personal; y los necrófilos quienes encuentran placer en cadáveres y son capaces de hacer cualquier cosa para obtenerlo de esa manera. El segundo grupo lo conforman los perversos, como lo son los voyeristas, quienes encuentran placer en espiar a la otra persona en sus funciones íntimas; los exhibicionistas, que encuentran placer en desnudarse sólo para obtener una acción idéntica del otro; los sádicos, los cuales sólo buscan humillar e infligir dolores en el otro; y por último los masoquistas, quienes les gusta soportar el dolor y las humillaciones de los sádicos.

Con todo esto Freud plantea una aceptación de todas estas prácticas sexuales, porque se han difundido a través del tiempo y con mucha frecuencia sin que nos demos cuenta.

Otras de las estructuras consideradas en el hombre, es la neurosis, la cual es tomada desde dos grandes grupos, la histeria y la obsesión. Siendo esta primera la perturbación en las funciones del cuerpo, por lo cual se busca la sustitución de los genitales y la cual se da de una manera inconsciente. La segunda es una lucha constante entre la satisfacción y defensa de los deseos sexuales, llevando así a una auto-mortificación y el fantaseo sexual.

A partir de esto, se llega a la causa principal mencionada al principio y radicada en la niñez. Para la sociedad el niño es visto como inocente y puro y todo lo que se vea de manera distinta en él, es mencionado como malas costumbres. Para Freud el niño es restringido de su ideal, es confundido y es domeñado por la educación, la cual lo desvía de la sexualidad y lo hace confundir la sexualidad con la reproducción. Es desde allí de donde Freud menciona el concepto de la líbido, para nombrar la fuerza mediante la cual se hace externa la pulsión.

A medida que el niño crece se va dando cuenta del uso que tiene su órgano genital y de la participación que tiene en la creación de los niños, además experimenta que es una fuente de placer y que todos los mitos acerca de este son mentira.

Todo esto sucedido en la niñez, es la causa para que Freud llegue a la conclusión de que: “la sexualidad perversa no es otra cosa que la sexualidad infantil aumentada y descompuesta en sus mociones singulares.”

Freud inicia su conferencia hablando de lo sexual, donde expresa que lo sexual es lo indecoroso, aquello de lo que no está permitido hablar. Me han contado que los alumnos de un famoso psiquiatra se tomaron una vez el trabajo de convencer a su maestro de que los síntomas de las histéricas figuran con muchísima frecuencia cosas sexuales. Con este propósito lo llevaron ante el lecho de una histérica cuyos ataques imitaban indudablemente el proceso de un parto. Pero él dijo, meneando la cabeza: «Bueno, pero un parto no es nada sexual». No en todas las circunstancias, claro está, un parto tiene que ser algo indecoroso. Ya veo que les disgusta que tome en broma cosas tan serias. Pero no es enteramente broma. En serio: no es fácil indicar el contenido del concepto «sexual». Todo lo que

se relaciona con la diferencia entre los dos sexos: eso sería quizá lo único pertinente, pero ustedes lo hallarán incoloro y demasiado amplio. Si ponen en el centro el hecho del acto sexual, enunciarán tal vez que sexual es todo lo que con el propósito de obtener una ganancia de placer se ocupa del cuerpo, en especial de las partes sexuales del otro sexo, y, en última instancia, apunta a la unión de los genitales y a la ejecución del acto sexual. Pero entonces no están ustedes muy lejos de la equiparación entre lo sexual y lo indecoroso, y en realidad el parto no pertenecería a lo sexual. Ahora bien, si convierten a la función de la reproducción en el núcleo de la sexualidad, corren el riesgo de excluir toda una serie de cosas que no apuntan a la reproducción y, no obstante, son con seguridad sexuales, como la masturbación y aun el besar. Pero ya estamos al tanto de que ensayar definiciones nos acarrea siempre dificultades; renunciemos a tener mejor suerte este caso. Podemos vislumbrar que en el desarrollo del concepto de «sexual» ha ocurrido algo que, según una feliz expresión de H. Silberer, tuvo por consecuencia un «error de superposición».

En general, no carecemos de orientación acerca de lo que los hombres llaman sexual. Para todas las necesidades prácticas de la vida cotidiana, bastará algo que combine las referencias a la oposición entre los sexos, a la ganancia de placer, a la función de la reproducción y al carácter de lo indecoroso que ha de mantenerse en secreto. Pero para la ciencia no basta con eso. En efecto, cuidadosas indagaciones, que por cierto sólo pudieron realizarse tras un abnegado olvido de sí mismo, nos han hecho conocer a grupos de individuos cuya «vida sexual» se aparta, de la manera más llamativa, de la que es habitual en el promedio. Una parte de estos «perversos» han borrado de su programa, por así decir, la diferencia entre los sexos. Sólo los de su mismo sexo pueden excitar sus deseos sexuales; los otros, y sobre todo sus partes sexuales, no constituyen para ellos objeto sexual alguno y, en los casos extremos, les provocan repugnancia. Desde luego, han renunciado así a participar en la reproducción. A estas personas las llamamos homosexuales o invertidos. Muchas veces —no siempre—• son hombres y mujeres por lo demás intachables, de elevado desarrollo intelectual y ético, y incomodados sólo de esta fatal desviación. Por boca de sus portavoces científicos se presentan como una variedad particular del género humano, como un «tercer sexo» a igual título que los otros dos. Quizá tengamos después oportunidad de someter a crítica sus pretensiones.

Por cierto que ellos no son, como gustarían proclamarse, una «cepa selecta» de la humanidad, sino que incluyen por lo menos

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