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Cultura De Los Bebes

rosygarciaramos23 de Febrero de 2015

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DESARROLLO AFECTIVO-SOCIAL

Un primer presupuesto debe tenerse en cuenta al tratar del desarrollo afectivo: la continua interacción entre éste y el desarrollo cognitivo. Ambos constituyen una verdadera unidad funcional, que se expresa en la gran variedad de repertorios conductuales de cada individuo.

Una misma conducta puede ser explicada a partir del funcionamiento cognitivo y emocional, al mismo tiempo, y esta constante podría generalizarse a todas las conductas y aprendizajes, no sólo de los primeros años, sino de toda la vida. El inicio del lenguaje, por ejemplo, supone, desde el punto de vista cognitivo que se dé el desarrollo de la función simbólica; pero esa condición no es suficiente para que el niño aprenda a hablar. Es necesario un interlocutor humano válido que se motive a comunicarse; en aquel momento, el interlocutor válido será sin duda la persona con quien el niño se siente vinculado afectivamente.

En una edad mucho más avanzada, por ejemplo, alrededor de los 5 o 6 años, momento en que el niño se inicia en el aprendizaje de la lectura, se ve que aunque en proporción distinta, siguen teniendo valor explicativo las mismas variables(interacción aspectos cognitivo y afectivo); o sea que, en esta situación, el aprendizaje será posible, impedido o interferido según el nivel de desarrollo cognitivo y según la interrelación entre el niño y el educador, o simplemente según el estado de ánimo del niño.

No sólo por comodidad teórica aparecen generalmente separadas las descripciones referentes a los aspectos cognitivos y a los afectivos. En efecto, ambos aspectos se rigen por sistemas de organización y de evolución que no son idénticos. De ahí la dificultad, no superada dentro de la psicología evolutiva, que surge al tratar de encontrar coincidencias entre modelos teóricos que explican el desarrollo cognitivo y los que explican el desarrollo emocional, o al intentar relacionar las etapas evolutivas descritas por uno y otro modelo. Tal es el caso de las teorías piagetiana y psicoanalítica, entre las cuales se han intentado múltiples conexiones.

Al principio se mencionaba la interacción entre los esquemas cognitivos y afectivos, pero esta afirmación debe tener en cuenta que interacción no supone identidad, sino más bien relación entre realidades o categorías distintas. Tal es el caso de las realidades cognitiva y afectiva, que se han de tratar salvando sus peculiaridades y evitando cualquier reduccionismo.

Desde el punto de vista de la progresión evolutiva, aparece una primera distinción entre ambos desarrollos. Mientras que las estructuras cognitivas evolucionan en un sentido progresivo –la aparición de los estadios sigue una sucesión genética fija-, el desarrollo afectivo no sigue un proceso tan lineal. En este terreno, son mucho más frecuentes los movimientos de progresión y regresión, que coexisten a su vez en un mismo estadio cognitivo. No resulta extraño observar reacciones emocionales típicas de los primeros años en edades más avanzadas.

Por ejemplo, la conducta oposicionista, más propia de los 2 años, puede reaparecer fácilmente en edades posteriores como reacción ante una frustración. Los temores a estar solo o a los animales, que serían normales en los primeros años, pueden constituirse a cualquier edad en conductas estables (síntomas), las cuales coexisten con funcionamientos personales y cognitivos propios de la edad cronológica del sujeto.

El proceso de maduración significa una integración cada vez más funcional entre ambas estructuras. Cuando se accede a la representación mental y más especialmente al pensamiento verbal, las emociones quedan articuladas a estas capacidades y poseen, por tanto, un correlato cognitivo.

Si se imagina, a título de ejemplo, el primer día de escolarización de un niño de 3 años, no sorprenderá su reacción desconsolada ante

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