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De La Brutalidad Y La Violencia En El Quehacer Educativo


Enviado por   •  19 de Febrero de 2013  •  1.627 Palabras (7 Páginas)  •  436 Visitas

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De la brutalidad y la violencia en el quehacer educativo*

Carmen Inés Rivera Lugo

Catedrática

Directora Departamento Psicología

Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

El presente trabajo es una reflexión en torno a la asunción de la violencia como elemento constitutivo de la experiencia educativa, como ‘paradigma social’, concepción kuhniana, revisada por el propio autor (1970), como un nuevo modo de mirar un fenómeno o problema que se usará como modelo. La necesidad de replantearnos el espacio de la enseñanza-aprendizaje como uno violento, emerge de la experiencia de trabajar en la preparación de futuros psicólogos en el escenario universitario enfrentando las dificultades que supone ese quehacer en el momento actual.

Desde hace algún tiempo me encuentro frecuentemente pensando acerca de la dirección pasada, presente y futura de mi trabajo docente. Los últimos años la reflexión ha supuesto plantearme y replantearme el conocer y el conocimiento como elaboración y creación de sus objetos, en el acto mismo de enseñar-aprender. Mi encuentro con las epistemologías que subyacen al construccionismo social (Gergen, 1982, 1985, 1985a; Harré, 1986; Ibáñez Gracia, 1989) y el constructivismo radical (Von Foerster, 1984, 1998; Glassersfeld, 1998) me posibilitó asumir el provocar y el problematizar, que no el facilitar, como las actividades centrales de la gestión educativa.

No parece posible, al menos en el tiempo que nos queda, a nosotros, como futuro, poder desmantelar la organización y la producción del conocimiento, particularmente el ‘científico’, que se fraguó al interior de la promesa moderna del progreso humano. Ese edificio que fue la ‘nueva ciencia’ se propuso como alternativa de apertura y celebración de lo humano frente la rigidez y el dogmatismo del saber legitimado por la religión, un “saber de entendederas en tensión… (que)… (enfrentó) mitos” (Quinteros, 1989, p.3) Sin embargo, su trayectoria histórica lo llevó a un casorio con la ideología del estado burgués, provocando una encerrona de esa ‘razón científica’.

Aunque podamos ser testigos y partícipes – y quizá ya lo somos – de interesantes transformaciones en el proceso formal de escolarización (Illich, 1985), la implosión del edificio de la educación escolarizada como lugar de reglamentación de la razón, que funde y confunde el aprendizaje y la producción de conocimientos con la asignación de funciones sociales, y mercantiliza el saber, queda, a mi juicio y, por lo pronto, fuera de nuestro alcance. A diferencia de la propuesta de Illich para desescolarizar la sociedad, creo que, al menos por lo pronto, necesitamos retomar la educación, particularmente la educación en Psicología, para propiciar la continua tensión que molesta y, con frecuencia, en opinión de algunos de mis estudiantes, casi agrede, como salida al embudo que institucionaliza y clona profesionales.

Quinteros (1989), aludiendo a Genet, expresa que la violencia es consustancial con la vida y aclara, que de las múltiples instancias de la vida en las que la violencia se hace presente para viabilizarla, no se responsabiliza ni se culpa a nadie. Añade que, cuando, de otra parte, el usar violencia se connota como acción procesable, la brutalidad, denotada violencia, se oculta, deslegitimando esta ultima como actividad necesaria y vital. Entiéndase que se trata de re-conocer que una y otra no sólo no son equivalentes, sino opuestas. Asumir la violencia como arma para irrumpir, para criticar, para transformar, para des-ordenar posibilita, apertura, libera, mientras que la brutalidad disminuye, degenera, limita, conforma.

Si tomamos la vida, con toda su gloriosa incertidumbre, como la experiencia educativa por excelencia, entonces, insertar la violencia de la que hablamos en la acción de conocer, se resignifica como necesario. En este punto conviene retomar el planteamiento de la escolarización según lo propone Iván Illich (1985).

La universalización de la educación, designada escolarización, ha traído consigo la reglamentación del aprendizaje y la normalización de la producción de conocimiento. La asistencia obligatoria a unos “centros de formación” básica, intermedia, superior y post-secundaria, llámense escuelas o universidades, el tránsito reglamentado por un currículo fijo, el currículo oculto y la institucionalización de los valores que acompaña a este tipo de “educación”, colocan la responsabilidad del aprendizaje en quien enseña y no en quien aprende, ahogando la iniciativa y el atrevimiento humanos por virtud de unas actividades brutales, por cuanto embrutecen, al no enfrentar la naturaleza ambivalente y contingente del conocer.

En el caso particular de la enseñanza de la psicología, tal actividad deviene doblemente peligrosa por cuanto resulta en un sujeto – psicólogo – con funciones y encargos sociales no inocentes, que pudieran suponer, casi siempre sin quererlo, lo que no importa, el ejercicio de la brutalidad sobre el Otro y los otros. La reproducción ‘inconsciente’ de la lógica del capital en el terreno de la subjetividad y las relaciones humanas que tal profesional, sea clínico, investigador, maestro, trae consigo, inevitablemente conduce a la estabilización y la normalización de una manera de vivir, en perjuicio de muchas otras posibles. Y no se trata, aclaro, de proponer que todas las posibles maneras de vivir la vida que podemos elaborar se asuman igualmente válidas. De lo que sí se trata es que las personas podamos seleccionar, elaborar y asumir, con conciencia,

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