El Aprendizaje
Holacomoestan1325 de Octubre de 2014
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El aprendizaje
Vivimos y aprendemos
La palabra “aprendizaje” evoca la imagen de un grupo de estudiantes meticulosos que leen
sus libros de texto, bajo la mirada vigilante del profesos en una decidida búsqueda de
conocimientos. No podríamos pensar en el aprendizaje en términos de un niño nonato o de
un anciano meciéndose apaciblemente en el atardecer de su vida. Pero, para el psicólogo, el
aprendizaje es un proceso que dura toda la vida. Desde el momento en que el organismo
humano comienza a responder al tacto y a reconocer los cambios de temperatura, como
sucede en los fetos de ocho semanas, el aprendizaje continúa tan incesante como los latidos
del corazón, hasta que muere, tal vez 80 o 100 años más tarde.
Toda una vida de lecciones
En los primeros años de esta pasmosa búsqueda del “saber hacer” nos encontramos en la cima de
nuestra capacidad de asimilación. Primero nos arrastramos y gateamos y luego nos tambaleamos
en dos piernas. Al poco tiempo aprendemos a correr y a saltar y a gritar por la alegría de hacerlo.
Descubrimos la manera de coordinar la laringe, los pulmones y la lengua para emitir sonidos y nos
adaptamos al vocabulario y a la gramática del idioma que hablamos -quizá nuestra mayor
conquista.
Los niños pequeños primero aprenden a pensar en cosas concretas. Clasifican los objetos de una
manera binaria: grande-pequeño, gordo- delgado, rápido-lento, bueno-malo. Un niñito que ve a
Tom y Jerry en la televisión ve dos gatos y dos ratones: un Tom grande y un Tom pequeño, un
Jerry grande y un Jerry pequeño. Aun falta aprender la perspectiva y sus significados.
Durante los intervalos que todos pasamos en el salón de clases se nos instruye formalmente sobre
los aspectos que, por decreto de la sociedad, serán útiles para nosotros -o para ella misma. Pero
el aprendizaje no termina con una ceremonia de graduación. Constantemente obtenemos nueva
información, descartamos las opiniones ya establecidas y buscamos en otras direcciones.
Sin el aprendizaje, la vida sería una inflexible serie de pasos hacia lo desconocido. Nos hallaríamos
confundidos y seriamos incapaces de establecer la relación social, de desarrollarnos o incluso de
preparar nuestra comida. Conjuntamente con la memoria, el aprendizaje nos permito ubicarnos en
e1 tiempo, establecer del caos un orden y sobrevivir.
Por tanto, el uso que los psicólogos dan a la palabra “aprendizaje” se aplica a una esfera de
actividades más amplia que la interpretación comúnmente dada. Además, la psicología tiene una
definición muy sencilla del término, la cual abarca dicha esfera: el aprendizaje es la modificación
del comportamiento como resultado de la experiencia. Es una buena definición porque revela
la importancia de la diaria adaptación a los acontecimientos. Aún así, resulta engañosamente
simple, pues no intenta explicar el aprendizaje ni la manera como se presenta. Para entender la
definición científica del aprendizaje debemos de remontarnos a los primeros años de este siglo y
conocer los trabajos de uno de los pioneros de la psicología, el ruso Iván Pavlov.
Pavlov y la respuesta condicionada
Iván Pavlov, ganador del Premio Nobel, fue uno de los padres fundadores de la psicología
científica. Como fisiólogo, trabajó en la formación de patrones de asociación, estudiando los
procesos de salivación en los perros cuando son alimentados (Pavlov, 1927). Se trata de una
situación directa de estímulo-respuesta. Se mantenía hambrientos a los perros durante periodos
específicos de tiempo y luego se les alimentaba dejándoles caer un poco de alimento en el hocico.
La cantidad de saliva que producían, como respuesta, se podía medir y relacionar con el grado de
su hambre.
Fue aquí -lo cual complicó su experimento original- donde Pavlov realizó una observación clave
que lo llevaría a internarse en una nueva área de investigación y finalmente a la formulación de
teorías de gran influencia que relacionaron a la fisiología con el aprendizaje y la personalidad. Las
observaciones fueron lo suficientemente triviales: los perros suelen salivar antes de ser
alimentados. Fue la incansable exploración de estos fenómenos la que le ganó a Pavlov un lugar en
la historia.
Lo que notó fue que los perros esperaban la llegada del alimento desde el momento de ver llegar
a sus guardianes con los utensilios para alimentarlos. Se trata de un proceso de asociación bien
conocido por todos. Por ejemplo, en nuestra boca se produce saliva cuando vemos limones: tal
vez el sólo hecho de leer la palabra “limón” o la simple imagen mental de la fruta sean suficientes
para obtener esta respuesta. Pavlov llamó condicionamiento a este proceso. Actualmente, por
consideraciones a su esmerado trabajo sobre este proceso básico de aprendizaje, nos referimos a
él como condicionamiento clásico o pavloviano.
Tras de su observación inicial de que los perros salivan al ver el alimento o a las personas que se
lo proporcionan. Pavlov empezó a introducir variaciones en su esquema experimental. Descubrió
que, si a la hora de alimentarlos se tocaba un diapasón, los perros aprenderían a salivar con sólo
oírlo: se condicionarían al sonido. Introdujo algunas cuidadosas definiciones para distinguir estos
fenómenos. El alimento era un estímulo incondicionado y la salivación, al proporcionarse el
alimento, produjo una respuesta incondicionada; el sonido del diapasón se convirtió en un
estímulo condicionado y la salivación, consecuente al sonido, una respuesta condicionada.
Pavlov demostró que, para llevar a cabo el condicionamiento, resulta decisivo el período de
tiempo entre el estímulo condicionador (el sonido del diapasón) y la entrega del alimento. Si hay un
espacio muy largo de tiempo entre ambos, el condicionamiento no tiene lugar. También estudió la
generalización de los estímulos. Habiendo condicionado a un perro a una sola nota, midió su
respuesta condicionada (su salivación) a otras notas diferentes. Como era de esperarse, las notas
más parecidas a la original producían salivación; cuanto menos se parecían dos notas, tanto menos
podía la segunda producir una respuesta condicionada.
Alberto y la rata blanca
Algunos años posteriores a la publicación de los primeros estudios experimentales sobre
condicionamiento, realizados por Pavlov, en Harvard un profesor de psicología -John B. Watson-
aplicó los principios del condicionamiento clásico a un niño pequeño (Watson, 1924). Alberto era
un feliz bebé de 11 meses que no sentía miedo cuando se le mostraba un conejo blanco, una rata
blanca, un abrigo de piel blanca o una máscara peluda blanca -todos ellos estímulos neutrales.
Pero Alberto, al igual que todos los niños, presentaba un patrón de “sobresalto”, seguido de
miedo, cuando se producía un fuerte ruido al golpear una barra de hierro con un martillo. Watson
demostró que el miedo se puede aprender o condicionar y cómo, por la generalización del
estímulo, el temor se puede extender del temor a un objeto al temor a muchos otros.
Watson tomó el ruido (estímulo incondicionado) y lo unió a la rata (estímulo condicionado).
Después de mostrarle varias veces la rata, al tiempo de sobresaltarlo con el fuerte ruido del metal,
Alberto se condicionó y mostró así que la respuesta de temor condicionada se generaliza a otros
objetos peludos y blancos: la máscara, el conejo y el abrigo. Debe quedar claro que no hubo más
razonamiento consciente en la actitud condicionada de Alberto que en la de los perros de Pavlov.
El condicionamiento se puede llevar a cabo si se dan las condiciones adecuadas -particularmente
el período de tiempo exacto entre los estímulos condicionados y los incondicionados.
La extinción
La respuesta condicionada, o aprendida, no queda necesariamente fija o permanente: puede
desaparecer en forma paulatina. Pavlov ya habla analizado este fenómeno. Descubrió que si
dejaba de presentar el alimento después de tocar el diapasón, el sonido perdía poco a poco su
efecto sobre los perros. La respuesta condicionada moría gradualmente si a un perro previamente
condicionado no se le hacia asociar el sonido con la llegada del alimento. Pavlov denominó
extinción a tal efecto. Watson hubiera sido capaz de “descondicionar” a Alberto presentándole
varias veces la rata sin emitir sonido alguno. Desafortunadamente, para ambos, el niño fue retirado
del experimento antes de que se pudiera lograr su extinción. Independientemente de lo que
pensemos sobre lo correcto de sujetar a un bebé a este tipo de experimentos (personalmente lo
encuentro de mal gusto), el trabajo de Watson ha tenido una importancia perdurable en el estudio
del condicionamiento.
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