Euforia Y Auto-aniquilacion
denisegigdem9 de Diciembre de 2013
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Si regresamos ahora por última vez al cuadro de Munch, nos
parece evidente que El grito, de modo elaborado, aunque sutil, de-
construye su propia estética de la expresión, al tiempo que permanece
aprisionado en la misma. Su contenido gestual subraya su propio fra-
caso, dado que el reino de lo sonoro, del grito, de las desacompasadas
vibraciones de la garganta humana, resultan incompatibles con la ma-
nifestación artística escogida (lo cual está enfatizado por el hecho de
que el homúnculo carece de orejas). No obstante, el grito ausente se
aproxima más a la aún más ausente experiencia de soledad y ansiedad
atroces que el grito debía “expresar”. Esas vueltas y revueltas se ins-
criben en la superficie pintada mediante los grandes círculos concéntricos en los cuales se hace en última instancia visible la vibración so-
nora, como si se tratara de una superficie líquida: es un retorno infini-
to que se expande desde la víctima hasta convertirse en geografía mis-
ma de un universo en el cual el propio dolor habla y vibra por inter-
medio de la puesta del sol y el paisaje, ambos elementos materiales.
El mundo visible se convierte en las paredes de la mónada, sobre las
cuales este “grito que recorre la naturaleza” (palabras de Munch) se
graba y se transcribe: ello nos recuerda a aquel personaje de Lautréa-
mont que, habiendo crecido dentro de una membrana hermética y si-
lenciosa, al contemplar lo monstruoso de la deidad, la rompe de un gri-
to, y de esa manera se incorpora al mundo del sonido y el sufrimiento.
Todo lo anterior sugiere una hipótesis histórica más general:
conceptos como la ansiedad y la alienación (y las experiencias a las
que corresponden, como sucede en El grito) ya no resultan apropia-
dos en el mundo del posmodernismo. Las grandes figuras de Warhol
—la propia Marilyn o Eddie Sedgewick—, los famosos casos de ani-
quilación y autodestrucción de fines de la década de 1960, y las gran-
des experiencias dominantes de la droga y la esquizofrenia, parecen ya no tener mucho en común ni con la histeria y las neurosis de los
tiempos de Freud, ni con las experiencias clásicas de aislamiento y
soledad radicales, anomia, revuelta privada, locura al estilo de Van
Gogh, que dominaran el período de auge modernista. Este desplaza-
miento en la dinámica de las patologías culturales puede describirse
diciendo que la alienación del sujeto ha sido sustituida por la fragmen-
tación del sujeto.
Estos términos traen inevitablemente a la memoria uno de los
temas más de moda en la teoría contemporánea: el de la “muerte” del
propio sujeto —o dicho en otras palabras, el fin de la mónada, o el
ego, o el individuo burgués autónomo— y el stress que acompaña a
este fenómeno, sea como nueva moral o como descripción empírica,
al producirse el descentramiento de este sujeto o de esta siquis previa-
mente centrada. (De las dos posibles formulaciones de esta idea —la
historicista, que plantea que un sujeto que estuvo una vez centrado, en
el período del capitalismo clásico y de la familia nuclear, se ha disuelto hoy en el mundo de la burocracia organizativa; y la posición posestructuralistas, más radical, que sugiere que tal sujeto nunca existió, si no como una especie de espejismo ideológico, me inclino obviamente hacia la primera; de cualquier modo, la segunda debe tomar en consideración algo así como “la realidad de la apariencia”). Debemos añadir que el propio problema de la expresión está estrechamente relacionado con una concepción del sujeto como
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