Frustraciones, apreciaciones y agresión aversiva (aversivamente?) estimulada
liseymendoza7Documentos de Investigación31 de Marzo de 2016
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Frustraciones, apreciaciones y agresión aversiva (aversivamente?) estimulada
La hipótesis de frustración-agresión anticipada por Dollard, Doob, Miller, Mowrer y Scars está brevemente resumida y se observa que 1) una frustración puede ser definida como la no-satisfacción de una recompensa esperada, y 2) la instigación a la agresión producida por una frustración es una inclinación a una agresión hostil (o furiosa) y no instrumental. Los obstáculos para esta tesis sostienen que solo la frustración arbitraria (o ilegítima) producen reacciones agresivas y/o que solo el delito controlable e intencional da lugar a la ira son entonces examinados. La evidencia reportada muestra que las frustraciones pueden crear una instigación a la agresión incluso cuando no son arbitrarias o intencionalmente dirigidas a la persona. Sin embargo, es discutido que la hipótesis de frustración-agresión debería ser revisada: Las frustraciones producen inclinaciones agresivas solo en la medida que son aversivos y dan lugar a un sentimiento negativo. El modelo de Berkowitz sobre agresión aversivamente estimulada es resumido, y la evidencia de soporte es citada.
Palabras clave: atribución, aversivo, sentimiento negativo.
INTRODUCCIÓN
Han pasado casi 50 años desde que John Dollard, Leonard Doob, Neal Miller, O. Hobart Mowrer, Robert Sears. Y sus colegas de la Universidad de Yale publicaron su monógrafo clásico sobre la hipótesis de frustración-agresión. A pesar de que el libro era en tamaño pequeño, su impacto fue grande a través de las ciencias sociales, y las ideas que adelantó rápidamente atrajeron atención considerable. El análisis del grupo de Yale sobre las raíces de la agresión también provocó una gran controversia. En el presente artículo me gustaría examinar los posibles efectos de frustraciones sobre la agresión a la luz de desarrollos recientes en la psicología social, y también ofreceré una modificación de la tesis original que preserva su espíritu pero que amplía grandemente su alcance.
ALGUNAS DEFINICIONES Y DISTINCIONES
Antes de proceder más a fondo definiré mis términos. Primero, junto con la mayoría de psicólogos sociales, yo considero la agresión como cualquier comportamiento (físico o verbal) que es realizado con la intención de lastimar a alguien (ya sea física o psicológicamente). Tal concepto de agresión, sostenido por la gran preponderancia de investigadores en esta área, es idéntico a la posición tomada por Dollard y sus colegas (1939) que el fin de la agresión es infligir daño. Esto no quiere decir, sin embargo, que quien ataca solo, o quizá principalmente, quiere producir daño. Otra vez alineándome con la mayoría de los investigadores, creo que es también importante distinguir entre agresión instrumental y agresión hostil primero hecha por Feshbach (1964) y ahora ampliamente aceptada por la mayoría de los investigadores psicológicos de la agresión [e.g.. Baron, 1977; Rule, 1974] Donde toda agresión es un intento deliberado por lastimar a alguien, en la agresión hostil (o furiosa) el fin principal es lastimar, mientras que la agresión instrumental está orientada principalmente hacia la realización de algún otro objetivo tal como dinero, estatus social o territorio.
Dollard y sus asociados no han reconocido la necesidad de hacer esta diferenciación. Ellos han presentado dos proposiciones básicas en su monógrafo: una manteniendo que cada acto de agresión puede ser trazado hacia una frustración previa, y la segunda sostiene que cada frustración crea una instigación a la agresión. Podemos aceptar el segundo postulado sin estar de acuerdo con el primero. La primera declaración insiste en que cada acción agresiva se debe a alguna frustración temprana esencialmente sostiene que todas las agresiones son similares, al menos en origen, y que cada intento de lastimar a alguien puede ser últimamente reducido a agresión hostil. El grupo de Yale aparentemente no consideró que la agresión instrumental pueda ser aprendida tanto como otros comportamientos instrumentales. Los comportamientos agresivos no siempre se deben a alguna falla temprana en obtener un fin deseado. Así entonces debemos decir que solamente la frustración genera inclinación a la agresión hostil (o furiosa).
Además de distinguir entre tipos de agresión, es aconsejable estar claros sobre lo que es una frustración. Esta palabra obviamente es empleada en diferentes maneras, en discusiones técnicas de psicólogos así como en el uso diario del lenguaje, así que la definición de los psicólogos de Yale “una interferencia con la ocurrencia de una meta-respuesta instigada”, no siempre ha sido entendida. Con el fin de minimizar esta ambigüedad para una audiencia contemporánea, creo que es de ayuda traducir la terminología de la teoría del comportamiento S-R de 1939 en términos cognitivos. Hay una pista importante sobre cómo esto puede hacerse en un pasaje en el monógrafo en el cual los autores citan una copla de Prior: “¿Qué puede más a nuestras torturadas almas fastidiar/ Que observar, admirar y perder nuestro gozo?” Sin ir más allá en esta materia, podemos decir que –sin violar los esenciales del análisis del grupo de Yale [see Berkowitz, 1978]- que la frustración es un obstáculo para la obtención de una gratificación esperada [Dollard et al., 1939]. Cualquier prueba verdaderamente adecuada de la tesis de los psicólogos de Yale debe, por lo tanto, reconocer que la gente no está necesariamente frustrada cuando son privados de alguna meta atractiva. También tienen que haber anticipado el placer que experimentarían al alcanzar este objetivo.
El rol de las apreciaciones y atribuciones
¿Solo las frustraciones impropias producen reacciones agresivas?
La publicación del monógrafo frustración-agresión fue pronto seguida por una serie de objeciones de otros científicos sociales, cuya mayoría discutía que solamente algunos tipos de frustraciones producen inclinaciones agresivas. Muchos de los críticos mantuvieron que las frustraciones socialmente apropiadas no crean tendencias agresivas y que solo las barreras arbitrarias o ilegitimas para la obtención de una meta tiene estos efectos. El artículo de Pastore [1952] es quizá la crítica más conocida a lo largo de estas líneas. En este estudio se le preguntó a los sujetos cómo responderían ellos a varios incidentes en los cuales podrían no satisfacer algún propósito, por ejemplo si un bus de ciudad se equivoca en recogerlos en una parada de bus habitual. No sorprendentemente, los sujetos típicamente respondieron que no se pondrían furiosos si la frustración pareciera razonable o apropiada. Y entonces, dijeron que no les habría molestado si el bus que los pasó hubiese mostrado una señal mostrando que iba en camino al estacionamiento.
Mientras que los hallazgos de Pastore son frecuentemente citados como una demostración de que solamente las frustraciones ilegitimas tienen consecuencias agresivas, los resultados actualmente son altamente equívocos. Por una cosa, algunos de los incidentes de Pastore no satisface la definición de frustración del grupo de Yale. Tal condición existe, recuerda, solo cuando las personas son abstenidas de alcanzar una meta que esperar obtener. En consecuencia, regresando al caso del bus, si las personas habían estado alertas por algún tiempo que el bus que se acercaba estaba solo camino al estacionamiento y no pararía, no hubiesen estado esperando subirse en éste bus, y estrictamente hablando, no habrían estado frustrados cuando se pasó. Pero más importante, como Pastore mismo reconoció, sus sujetos pudieron haber dado solamente respuestas socialmente deseables a la hipotética situación que les fue descrita. Ellos muy bien podrían haber creído que era irracional enfurecerse contra barreras razonables hacia sus metas, ya sea que esperaran conseguir estas metas o no, y negado –a los otros y quizá incluso a ellos mismos- que hubieran tenido tal reacción emocional.
Atribuciones y reacciones de frustración
Interpretaciones atribucionales de agresión –o ira- provocando situaciones son la más reciente variación en el tema de solo-algunas-clases-de-frustración. Estos conceptos sostienen que los sentimientos que las personas tienen y las acciones que emprenden dependen en gran parte de su apreciación del evento emocional, y especialmente en su interpretación de su causa. Como ejemplos, Averill [1982, 1983] y Weiner [1985] afirman que la ira es producida por un error observado, controlable y deliberado. Así, Averill [1983] insiste en que “la ira es una atribución de culpa”, una acusación de que alguien ha hecho algo mal. Las personas frustradas probablemente no se volverían iracundas e inclinadas a la agresión a menos que pensaran que han sido intencional o injustamente abstenidas de alcanzar su meta. Desde esta perspectiva, personas con agresividad crónica son fácilmente provocadas porque son muy propensas de imputar metas mal intencionadas hacia otras [Dodge, 1980].
No cabe duda de que las atribuciones realizadas por una falla en la satisfacción de expectativas propias puede afectar la reacción emocional a esta ocurrencia [e.g., Averill, 1982, 1983; Rule, Dyck, and Nesdale, 1978; Smith and Ellsworth, 1985; Weiner, 1985]. Sin embargo, es posible explicar este tipo de influencia en varias maneras. He notado que las personas a menudo creen que su comportamiento e incluso sus sentimientos deberían ser seguidos por las reglas socialmente apropiadas para las circunstancias en particular. Al adherirse a estas reglas podrían retener esas reacciones emocionales que parecen socialmente inapropiadas. Pero entonces, incluso en la ausencia de estos detenimientos, es especialmente grosero pensar que alguien ha deliberadamente bloqueado el progreso hacia la meta propia. El descontento producido por la percepción de tal afrontamiento personal indudablemente se suma a cualquier descontento generado por la frustración misma. No, aquí el problema realmente no es si las atribuciones tienen un efecto, sino, si la percepción de un error deliberado y controlado es necesaria para que aflore la ira y la agresión.
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