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Historias Con Mejor Forma Sluzky

mariajosearias17 de Octubre de 2013

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VICTIMIZACIÓN, RECUPERACIÓN Y LAS HISTORIAS “CON MEJOR FORMA.”

Carlos E. Sluzki, MD

RESUMEN

Este artículo describe el proceso de destrucción o mistificación que caracteriza las narrativas de victimizacion violenta, diferentes estados del proceso de restitución, así como el proceso terapéutico requerido para reconstruir — o tal vez construir — historias que facilitan una posición activa, responsable y ética en los actores. Los rasgos de una “historia con mejor forma” y del proceso terapéutico son explorados en detalle.

ABSTRACT

This article details the process of destruction of the narratives by the violence, different stages of the process of restitution, as well as the therapeutic process required to reconstitute — or build — stories that favor agency and ethical strength. Traits of the process of narrative disruption during violence as well as of what constitutes a “better formed story” are discussed.

INTRODUCCION

Tiempo atrás estaba ayudando a un hombre en terapia a reorganizar su identidad, dañada durante dos meses de tortura despiadada en una prisión del gobierno militar de su país de origen seguida de un exilio forzado. Después de unas primeras sesiones en las que parecía fundamentalmente embotado, este hombre comenzó a llorar inconsolablemente, semana tras semana. Lloraba, decía, por el tiempo perdido, por la inocencia perdida, por sus ideales traicionados, por los amigos muertos o que aún estaban en prisión, por su propio sufrimiento. En un momento dado del proceso terapéutico lo empuje suavemente a que incluyera comentarios acerca de los perpetradores, a que expresara sus emociones al respecto. Me frenó: “No estoy interesado en ellos”, dijo, “Déjeme hace mil duelo a mi manera, en paz”. Por supuesto, tenía razón.

Recientemente, en el curso de una terapia con una mujer que había sido abusada emocional y sexualmente con saña durante largo tiempo por su novio, ella comenzó a describir al perpetrador en términos de su contexto, su historia y su estilo. Como tuve la impresión de que con esas descripciones estaba intentando justificar esa violencia, desafié su descripción, definiendo sin ambigüedad la responsabilidad que él tenia acerca de la violencia. Me corrigió: “No es que lo esté justificando. Trato de entenderlo, de verlo como un ser humano y no como un objeto, para diferenciarme de él. Esto es lo que estoy haciendo”. Por cierto, ella tenía razón.

Otra mujer, que había sido víctima de un asalto y violación que la había dejado profundamente traumatizada, paso por un período prolongado dominado por lo que me pareció era una diatriba interminable de odio y de planes fantasiosos de venganza en contra sus agresores. Si bien yo, en tanto testigo de su historia, legitimaba su indignación, cada tanto hacia comentarios centrados en su sufrimiento, la pérdida de la inocencia, su desilusión acerca del mundo. Y cada vez que lo hacia, ella me acusaba de que estaba intentando distraerla de lo que sentía como central para ella, a saber, la legitimidad de su furia. Y, por supuesto, también ella tenía razón.

NARRATIVAS DE VICTIMIZACION (I)

El trabajo terapéutico con víctimas de la violencia — con sobrevivientes de atrocidades tanto individuales como colectivas — conlleva un proceso de develar y recuperar verdades, facilitar el duelo, reconstituir la autoría y experiencia de iniciativa a través de la acción y la reivindicación, recuperar el futuro, y reconectarse consigo mismo y con los demás (Herman, 1992). Esta implica una tarea algunas veces agotadora de ayudar a nuestros pacientes a cambiar específicamente aquellas narrativas acerca de su experiencia de victimizacion y de las consecuencias morales y de comportamiento de las mismas, que los ha atrapado en un mundo en el cual su capacidad de autoafirmación, reconocimiento, autoría, autonomía, crecimiento, alegría y enriquecimiento emocional reciproco está drásticamente disminuida.

La historia con la que se presentan estos pacientes varía de caso en caso — a veces dominadas por la perdida, a veces por la vergüenza, a veces por el odio, y plagada de distorsiones potenciales. Ahora bien, data esta variedad de puntos de partida, ¿existe una historia natural, un patrón estable, que caracteriza a la evolución de las narrativas de victimización a lo largo de un proceso de recuperación? Y, en caso afirmativo, ¿de que manera este patrón puede guiar a un terapeuta, más allá de ser un testigo cálido, implacable, y fiel?

Este artículo intenta responder a dichas preguntas. Tomaré como punto de partida algunas ideas (discutidas previamente en Sluzki, 1993) acerca del conjunto de condiciones que consolidan la experiencia traumática en un contexto tanto de violencia familiar como de victimización política.

La mayoría de nosotros — especialmente aquellos privilegiados en términos de vivir en comunidades estables y con bajo nivel de violencia — vivimos en un mundo razonablemente ordenado. Aun más, damos por sentado ese orden. Nuestras experiencias y nuestras descripciones así lo reflejan, desde temprano en nuestras vidas. Nuestra cotidianidad en tanto seres sociales se fundamenta sólidamente en el supuesto de que nuestros padres, cónyuge, hijos, amigos cercanos, nos protegerán en caso necesario, favorecerán nuestro bienestar, y no harán cosas que puedan dañarnos; que las instituciones de seguridad de nuestros países, tales como la policía y las fuerza armadas, cumplirán con su misión de garantizar nuestra seguridad y bienestar, no de amenazarla; que, en su sentido mas amplio, el mundo social circundante operará de acuerdo a reglas previsibles, y creará un entorno amistoso o al menos indiferente; es decir, que quienes nos rodean compartirán con nosotros una filosofía de lealtad recíproca básica o, al menos, de vivir y dejar vivir. Aun mas, nuestra identidad y nuestras acciones están organizadas sobre la base de un supuesto de continuidad de estos atributos en nosotros mismos y en nuestro entorno social y personal.

Todo acto de violencia interpersonal traiciona esas hipótesis básicas, pone en jaque nuestras premisas acerca de cómo concebir y como describir nuestra vida y nuestro alrededor, destruye nuestra inserción en el mundo. No es de sorprender que el primer efecto de un acto de violencia en la victima es una experiencia de confusión, una pérdida de la coherencia interna que constituye su identidad: La violencia destruye el modo de describir el mundo, y por lo tanto, destruye ese mundo (Scary, 1985)

Un niño que acaba con un brazo roto por una paliza propinada por un padre o una madre malhumorados, una mujer que recibe una trompada de su esposo, una persona mayor invalida emaciada por el abandono de sus hijos, una joven que acaba violada en lo que ella entendió era una cita amistosa, una persona que es asaltada en un callejón por un ladrón, un ciudadano que es torturada por un oficial de seguridad, la violación masiva de mujeres con fines de “contaminar el grupo racial,” la exterminación sistemática de una población dada, una expulsión masiva de un grupo étnico, el Holocausto, los actos del Kmer Rouge, Ruanda, Darfur, todos son escenarios diferentes, y todos tienen en común el ultraje de esas premisas básicas de seguridad y respeto reciproco en tanto seres humanos, de ese apoyo que esperamos como miembros de una familia, de una comunidad, o de la familia humana. Las víctimas son despojadas en cada caso del requisito de coherencia necesario para vivir en un mundo predecible, ordenado y razonable.

Esta fractura de la trama del mundo hace añicos la identidad, y genera en aquellos que la padecen un hambre de coherencia, un anhelo básico de orden. Como consecuencia, buscarán y aceptarán cualquier descripción que pueda permitirles reestablecer alguna semblanza de estabilidad en su visión del mundo y de si mismos. Esta necesidad extrema de claridad expone a las víctimas de violencia a ser inoculadas por narrativas distorsionadas y toxicas provenientes de su cultura o de su tradición familiar, de sus propias experiencias de vida previas, o aun ofrecidas por los mismos perpetradores o por los testigos de la violencia.

INTERLUDIO: ¿QUE ES UNA NARRATIVA?

¿Qué es una narrativa, ese continente semántico y social que organiza nuestra visión de nosotros mismos y del mundo, incluyendo las descripciones y explicaciones de las experiencias de violencia y victimizacion? Una narrativa, o historia, es un sistema constituido por personajes (los actores, los participantes), acciones (los eventos que tienen lugar) y escenario (el contexto espacial y temporal), todos ellos entramados en un tejido que los mantiene, la trama que establece la lógica o la coherencia de la historia. A su vez, esta trama genera (y es mantenida por) ciertos sostenes éticos, a saber, los corolarios morales, es decir, acuerdos consensuado acera de cuales actos y cuales personajes son virtuosos y cuales no, que es aceptable y que no lo es. La trama también contiene corolarios de comportamiento, es decir, genera y justifica que es lo que se hace o se deja de hacer como consecuencia de la historia. Dichos corolarios morales y de comportamiento agregan coherencia a la trama, y excluyen tramas alternativas. Este “paquete” [personajes-escenarios-acciones-trama-corolarios] constituye el sistema “historia”, inmerso a su vez en la galaxias de narrativas socioculturales y las que provienen de las leyendas o tradiciones familiares y de la red social personal (Sluzki, 1994). Como en todo sistema, cada uno de estos elementos de la narrativa afecta y se ve afectado por los otros.

Las narrativas se originan en el espacio social, y se forman y evolucionan por consenso. Dialécticamente, son

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