Intervención Individual Y Grupal Con Niños Y Adolescentes Varones Abusados Sexualmente Por Ofensores Del Mismo Genero
aldm1101905 de Diciembre de 2012
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Intervención Individual y Grupal con Niños y Adolescentes Varones Abusados Sexualmente por Ofensores del Mismo Genero
Santiago, 2004
Intervención Individual y Grupal con Niños y Adolescentes Varones Abusados Sexualmente por Ofensores del Mismo Genero
Cesar Rivera
La práctica diaria de quienes intervenimos terapéuticamente en la temática del abuso sexual infantil nos ha mostrado la necesidad de estar continuamente evaluando, reflexionando, modificando y reestructurando la forma de intervenir, de manera de generar el impacto deseado, es decir, la integración de la experiencia vivida de una manera sana a través de la resignificación y reelaboración.
Bajo esta mirada, nuestro equipo ha estado en el último tiempo elaborando nuevas prácticas de intervención a las implementadas históricamente -aunque no tan nuevas en la literatura- atendiendo a la necesidad de responder de mejor forma a las múltiples y variadas demandas de atención.
Esta presentación tiene como objetivo compartir y reflexionar acerca de la experiencia terapéutica con niños y adolescentes varones cuyo agresor es del mismo género. Los contenidos de la presentación no se basan en una investigación científica por lo que no hablaremos de términos metodológicos sino de la práxis, de lo que ocurre en la sesión.
Por todos es conocido que la prevalencia de víctimas mujeres es mayor a la de víctimas varones. Finkelhor (1986) señala que aproximadamente un 20% de mujeres y un 10 % de hombres dicen haber sido víctimas de abuso sexual en su infancia Sin embargo, sabemos que en los últimos estudios de prevalencia, el número de hombres víctimas de abuso sexual ha aumentado. Esto podría responder a un cambio de mirada en la sociedad, que además de reconocer la existencia de los abuso sexuales a los niños/as, ha desmitificado la antigua creencia que esto era exclusivo de las mujeres.
López (1994) citando a Risin y Koss (1987) y Finkelhor (1994), releva el hecho que los varones sufren más abusos que lo que indicaban los primeros estudios. La cifra negra se estima mayor en caso de hombres debido al costo emocional que conlleva reconocerse como víctima y a la vez enfrentar el estigma de haber sido violentado por un otro del mismo género, en el contexto de nuestra cultura machista y falocrática
En sesión con una niña de 6 años, quien devela abuso desde su padre y madre hacia ella y su hermana menor, se indaga acerca de la posibilidad de que su hermano de 10 años le haya sucedido algo similar. A lo que, la niña responde “no creo, porque hombres con hombres no pueden”. Desde su propia posición de víctima, la niña es capaz de reconocer que en su familia el incesto está presente, el quiebre del tabú del incesto; sin embargo, la niña no puede ir en contra de los mitos culturales respecto a la percepción del hombre en la sociedad, negándose a la posibilidad del abuso desde su padre a su hermano sólo por el hecho de ser ambos hombres.
En sesiones posteriores, se permite relatar un episodio de abuso desde su padre a su hermano, del que fue testigo visual, apareciendo prontamente mecanismos de defensas de evitación y negación (renegación o desmentida de la realidad en algunos casos), “no me acuerdo de nada más o creo que fue a mi hermana a la que le pasó eso”.
A sus cortos seis años, esta niña había internalizado rígidos patrones culturales y sociales respecto a la percepción del “ser hombre”.
Gardner (1999) señala al respecto “nuestra sociedad nos dice que no se supone que los hombres sean víctimas, se quiere que nosotros estemos en control de nuestro entorno”. Ese es el legado de esta cultura machista que imposibilita que los hombres puedan reconocerse como víctimas. Son los mitos que se perpetúan, contrarios a la realidad. Shapiro indica que el abuso sexual daña mayormente al sentido de sí mismo a los hombres que a las mujeres puesto que “ser una víctima está desgraciadamente relacionado con una visión tradicional de la feminidad”.
Al conocer y trabajar con niños varones que han enfrentado en su historia vital situaciones de abuso sexual desde otro hombre, es posible observar que están presentes secuelas de daños psicológicos y emocionales similares al caso de las mujeres, que incluyen temores, inseguridades, fobias, trastornos de sexualidad, retraimiento, aislamiento, desconfianza en las relaciones interpersonales. Lo distintivo en el caso de los hombres es que sienten que han dejado de ser hombres o que ya no valen como hombres según los estándares establecidos, empiezan a cuestionarse su propia orientación sexual.
Se utilizará el modelo comprensivo explicativo de los efectos de los abuso sexuales infantiles, basado en cuatro factores denominados dinámicas traumatogénicas o traumatizantes desarrollado por Finkelhor y Browne (1985) no para explicar a la audiencia en qué consiste este modelo y sus conceptos (sexualización traumática, la traición, la pérdida o falta de poder y la estigmatización), sino para mostrar que en estudios de factores generadores o asociados a los efectos que se pueden observar en las víctimas, se reconoce particularmente la presencia de dos de éstos (la estigmatización y la pérdida de poder)en varones víctimas.
La estigmatización, asociada a las connotaciones negativas, de maldad, vergüenza y culpa, que son comunicadas al niño alrededor de la experiencia abusiva y que luego son incorporadas en su autoimagen, se agudizan en el caso de los varones. El niño siente que desde su rol de hombre en esta sociedad, debió haberse resistido al accionar del agresor. Sin embargo, frente a su paralización o incapacidad para defenderse, surgen fuertes sentimientos de culpa y vergüenza. A pesar que la asimetría en la edad y fuerza física con el agresor, ubicado en una posición de autoridad y poder, le permitirían responderse a sus preguntas del cómo sucedió y esclarecer su rol en la dinámica abusiva, algunos niños pueden llegar a sentir que esto no es suficiente. El niño se siente que es diferente al resto de sus compañeros de juego, que tiene un secreto que no puede ser compartido con los otros por el temor a las reacciones desde su entorno. Puede compartir sus juguetes, puede compartir su colación, puede compartir sus temores, sueños y fantasías, pero no puede compartir lo que le sucedió. Así la relación con el otro se instala desde la desconfianza y distancia como defensa.
Marco tiene 10 años fue víctima de violación anal y bucal por parte de un primo de 20 años. En el proceso de terapia, éste escribe una carta contando su experiencia de abuso a un niño imaginario, relatando, desde su propia percepción su vivencia de victimización. Se le pide que agregue lo que espera de ese otro (niño), que imagine cuál sería la mejor reacción que podía tener y que le haría sentir que no está solo enfrentando esta situación sino que hay otro que lo acompaña en su secreto, (el que ya no sería un secreto). En ese momento, Marco permanece un rato en silencio y comienza a llorar. Al retomar en las sesiones siguientes lo que le había sucedido al escribir la carta, el niño comenta que siente que a pesar de pedirle a ese otro niño que lo apoye, igualmente siente que lo van a tildar de “homosexual” y no se van a juntar con él, “como si tuviera una enfermedad”.
Marco muestra claramente el temor a la estigmatización desde su grupo de pares y la fantasía de quiebre en su sexualidad a partir de la experiencia.
Un joven abusado por un tío en repetidas oportunidades, realiza un develamiento tardío de los hechos. Al intentar comprender junto a éste qué le motiva a mantener estas situaciones en secreto a pesar de señalar que no había día en que no lo recordara y que sabía que su familia lo iba a apoyar, dice desconocer la respuesta. Quizás la respuesta tiene relación con los temores a la reacción de su entorno y a sus propios temores, la fantasía de homosexualidad. Se le propone comenzar la intervención en la búsqueda de esa respuesta, esa palabra o frase que le ayude a entender para poder dejar ir.
Andrés tiene 12 años, vive junto a sus padres. Mantiene una relación simbiótica con su madre, quien se muestra preocupada por el estado emocional de su hijo y lo acompaña a las sesiones. El padre en la historia de vida del joven ha cumplido un rol periférico, quien además al enterarse de que su hijo había sido víctima de abuso sexual desde un tío político asume una postura definitivamente distante hacia éste a pesar de la demanda explícita de acercamiento por parte de Andrés.
En sesión, Andrés comenta encontrarse con rabia. Al profundizar en los elementos que reconoce como generadores de ésta, el joven refiere rabia hacia la actitud de su padre y rabia hacia sí mismo. Se le pregunta por qué la rabia hacía si mismo, esperando que la respuesta tuviera relación directa con su vivencia (por no oponer resistencia, por no develar tempranamente, etc.). Andrés contesta: “me da rabia porque todas las noches y a cada rato me esfuerzo porque me gusten las mujeres pero no puedo”, reconociendo su atracción hacia personas del mismo sexo. Andrés relata todos sus intentos forzados de cumplir con los estándares sociales, experimentando una sensación de agobio y frustración constante. Al preguntarle acerca de cómo se imagina que puedo ayudarle, señala que quiere que se le ayude a que le gusten las mujeres. Era primera vez que el joven reconocía este aspecto con alguien. En la intervención se le ofrece acompañarle en la toma de decisiones respecto a su orientación sexual asegurándole que será él quien decida, reposicionándose de un rol activo en la toma
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