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Labor Terapeuta Gestalt

olgabety2528 de Agosto de 2012

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LA LABOR DEL TERAPEUTA GESTALT

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Tomado de:

CASTANEDO, Caledonio (1982) Psicoterapia Gestalt. Editorial Texto: Costa Rica.

LA LABOR DEL TERAPISTA

PERCEPCIONES DEL TERAPISTA

Imaginemos que el paciente viene a vernos por primera vez. Empezamos por observar y notamos, especialmente:

La dimensión entre relación y retraimiento. Búsquese el contacto. ¿Cuánto esta dispuesto a experimentar? ¿Cuanto de sí mismo? ¿Cuánto de su mundo?

Huecos en la personalidad. Búsquense la evasión y las declaraciones de desamparo. ¿Cuántas y cuales partes de él se han perdido?

La voz. Identifíquense sus principales papeles sociales. ¿Cuánta autenticidad muestra?

La dimensión buena voluntad- venenosa. Clave para poder trabajar. ¿Revela cierta voluntad de cooperar?

Con buena suerte, descubrimos que el paciente está dispuesto a quedar por lo menos un poco en contacto con su propio proceso y con su medio ambiente, que sus evasiones son un poco menos que continuas, que su voz no es totalmente falsa y que revela cierto sentimiento honrado. Tenemos entonces algo con que trabajar. Esperamos, viendo y oyendo, que aparezca el fenómeno concreto que nos indica algo del paciente. Al permanecer disponibles para cualquier material no resuelto que el paciente permita que salga a primer plano, estamos con él, en el presente, siendo lo que realmente somos, permitiéndonos darnos cuenta de lo que es manifiesto en su conducta. Procedemos partiendo de la suposición básica de la teoría Gestalt: que por medio de su conciencia de la sensación, la experiencia inconclusa y urgente del paciente se vuelve para él evidente y a su disposición.

La percepción tiene un objeto.

El objeto o fenómeno tiene una existencia que puede ser validada, y con estos datos observables el terapista Gestalt trabaja. Sus ojos y sus oídos son instrumentos de percepción, para descubrir lo que el paciente revela y para registrar lo que es forzoso. El suceso que percibimos y que está en el primer plano se convierte, como existe, en el foco de nuestra atención. No nos interesa someter este aspecto del cliente al escrutinio de nuestro intelecto, sino más bien nos interesa la sencilla aceptación de que ese aspecto existe. Tocamos los sucesos primarios de la conducta, no con nuestras mentes, sino más bien por medio de nuestra percepción. No deseamos concluir esos sucesos con una explicación; preferimos dejarlos abiertos para el proceso del descubrimiento.

El suceso observable, el fenómeno existente, sencillamente es: permanece por sí mismo. Más allá de lo que experimentamos por medio de la percepción, nada hay. Si lo deseamos, podemos añadir algo de nuestro propio pensamiento, siempre que no confundamos nuestra propia aportación con el proceso de la experiencia, y siempre también que juzguemos que esta aportación intelectual es de suficiente valor para justificar la interrupción del flujo de la experiencia. Creo que la mayoría de nosotros necesitamos mucho tiempo para saber experimentalmente lo que los fenomenólogos tienen que darnos. “Una rosa es una rosa” cita Fritz con frecuencia durante el tiempo que pasamos en el Lago Cowichan. Y ya que estamos aquí, vuelvo a un atardecer especial, cuando Fritz va a pie hacia mi cabaña y yo salgo para acompañarlo a dar un paseo. Estamos solos y tranquilos, caminamos lentamente un rato, cuesta arriba, con los brazos entrelazados. Dejo ahora el crepúsculo, dejo a Fritz y a nuestro movimiento y empiezo a verbalizar un programa para el futuro. Él continúa avanzando, con su brazo aún firme y sin modificar el paso. Entonces sé que está presente. Permanece quieto. Prefiere no interrumpir su experiencia.

DESCUBRIMIENTO

Empezamos por permitir al paciente que descubra. Que descubra de nuevo, como guste, algunas partes de sí mismo y de su poder, que ahora le son ajenos y de los que no dispone. Ahora bien, la suposición básica de Gestalt es: “Aprender es descubrir”. Cualquier cosa que el terapista haga para intervenir, inmiscuirse o disminuir el proceso de que el paciente descubra por sí mismo, asegura que, hasta ese grado, no ocurrirá ninguna terapia. El descubrimiento es el centro mismo del proceso de crecimiento y la esencia de la psicoterapia. El cometido del terapista es facilitar, no enseñar, “estar con...”, no imponerse. Recurre a su imaginación para idear situaciones en las cuales el paciente puede explorar y descubrir por sí mismo nuevas dimensiones de experiencia.

Esto significa que el terapista es parte del fondo de la labor del paciente. El terapista actúa como el catalizador que suministra una serie de situaciones. Continuamente se ocupa de la difícil labor de suministrar un lugar “nuevo”, de moverse con el flujo y el cambio del paciente, para crear el fondo que facilita el continuo llegar a ser de esa persona. Si el terapista fracasa en esta labor de suministrar un lugar en el que el paciente encuentre un medio ambiente distinto del que ha conocido, y no puede evocar nuevas respuestas, no ocurre ningún descubrimiento, y el paciente sale tal como entró.

En su papel de fondo, o de catalizador, mientras el paciente trabaja, el terapista se ocupa en producir ideas, en hacer sugerencias y en crear situaciones existenciales que el paciente llenará. Esas ideas se derivan de las percepciones que tenga el terapista del paciente, de la percepción de sus propias respuestas, de su memoria y su imaginación, así como de su conocimiento de cómo el terapista debe trabajar.

Al recurrir a estos medios, el terapista idea formas de facilitar y animar la exploración, por parte del paciente, de zonas y experiencias que le han estado vedadas desde mucho tiempo atrás.

Fritz distingue dos maneras básicas de trabajar: convertirse en facilitador y tomar parte activa en la labor del paciente. En este último caso, el terapista no es parte del fondo, sino más bien uno de dos actores principales. Entonces su papel se encuentra tan en el fondo como el del paciente mismo. Fritz señala que el terapista debe comprender y decidir si la labor terapéutica puede o no realizarse solamente con facilitar, o si además es necesario asumir un papel activo junto con el paciente.

Entre los recuerdos conmovedores e inolvidables de haber trabajado con Fritz encuentro aquel en que Fritz desempeño el papel de criado solícito, como complemento, mis propios papeles de “snob” y de “dama”. Al parecer, lo que convenía era una representación teatral extrema, para quitarme la venda de toda la vida, en la relación con esos papeles. Indudablemente, al trabajar conmigo, Fritz debió ver y oír, intervenir con sus propios sentimientos y recurrir a su imaginación, pues sabe que en este caso no basta facilitar. Para que yo pueda ir más allá de este papel de “dama”, tan persistente y tan sin darme cuenta de él, Fritz debió asumir un papel activo. Así lo hace. ¡Todo el mundo, en el Lago Cowichan, parece sorprendidísimo por la tan activa representación que hace Fritz del papel de criado solícito! Más que sentirme sumamente sorprendida, me siento anonadada, ansiosa, perdida, irritada, convencida durante algún tiempo de que alguno de los dos debe estar loco. Después de que me olvido de todo esto y de que he aprendido lo que se siente aproximarse uno a un callejón sin salida de grandes proporciones, Fritz me dice que todavía me falta mucho por recorrer y que puedo continuar mi viaje, haciéndome cargo de la administración de la tienda de comestibles de la nueva comunidad que se propone establecer. Me siento emocionada y durante mucho tiempo pienso con frecuencia en esa tienda de comestibles.

Creo que las ideas y las variaciones de Fritz respecto al principio del descubrimiento son, en muchos aspectos, singulares y que a veces se apartan de la práctica surgida del método tradicional de trabajar orientado en forma psicoanalítica. Permitir que el paciente descubra por sí mismo no es compatible con las interpretaciones que haga el terapista, o con que él mismo confíe de manera inexplícita en sus propias fantasías. Si presentamos al paciente nuestras propias interpretaciones obstruimos el descubrimiento en varias formas, cualquiera de las cuales puede impedir el proceso mismo que esperamos lograr. Con sus interpretaciones, el terapista reafirma al paciente lo que éste ya cree, es decir, que él es inferior al terapista, quien sabe más y el más poderoso. Con la forma intelectual de explicación, el terapista anima al paciente a permanecer dentro de su propia cabeza y propicia el funcionamiento de la ZIM, más bien que sentir la experiencia. Confirma de esa manera que él es el activo y el que hace las cosas y que el paciente es sólo un recipiente pasivo. Además, cuando interpreta, el terapista quita al paciente la oportunidad de descubrir, al “llegar allí primero”.

El terapista reclama para sí el descubrimiento, que entonces se transforma en un regalo que hace al paciente.

La “interpretación”, en realidad, tiene que ver, no con el cliente, sino con el terapista. Éste presenta su propia fantasía, la califica de un hecho y la entrega (tal vez con orgullo) al cliente. Para evitar imponerse a otro ser humano, el terapista tiene sencillamente que estar conciente de sí mismo. Sabe muy bien cuándo está en contacto con sus propios sentimientos y cuando fantasea. Su fantasía la produce él mismo, y tal vez sea, o no, de cierto interés intelectual para el cliente. La fantasía del terapista proporciona un instrumento indispensable

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