Lacan (1967), Qué Es El Inconsciente
naranjayverde20 de Agosto de 2011
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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS ¿Qué es el inconsciente?
Jaques Lacan
En el Instituto Francés de Nápoles, El 14 de diciembre de 1967
Habiendo sido el esfuerzo de los psicoanalistas, durante décadas, tranquilizar acerca de este descubrimiento, el más revolucionario que haya existido para el pensamiento, y considerar su experiencia como su privilegio -es cierto que lo adquirido seguía siendo de apreciación privada-, las cosas llegaron al punto en que sufrieron la recaída que les provocó este esfuerzo mismo, por estar motivado en el inconsciente: al haber querido tranquilizarse ellos mismos acerca de él, lograron olvidar el descubrimiento.
Les fue mucho más fácil en la medida en que el inconsciente nunca desorienta mejor que al ser cogido in fraganti, pero sobre todo omitieron darse cuenta de lo que Freud empero había denotado sobre él: que su estructura no dependía de ninguna representación, siendo más bien su costumbre tan sólo tenerla en cuenta para con ella enmascararse (Rücksicht auf Darstellbarkeit).
La política que supone toda provocación en un mercado sólo puede ser falsificación: se la proporcionaba entonces inocentemente, en ausencia del socorro de las ʺciencias humanasʺ. De este modo no se sabía que querer volver tranquilizante el Unheimlich era hacer una, siendo el inconsciente, por su naturaleza, muy poco tranquilizador.
Admitida la cosa, todo viene bien para servir de modelo que dé cuenta del inconsciente: el pattern del comportamiento, la tendencia instintiva, incluso la huella filogenética en la que se reconoce la reminiscencia de Platón -el alma aprendió antes de nacer-, la emergencia evolutiva que falsea el sentido de las fases llamadas pregenitales (oral, anal) y que despista al impulsar a lo sublime el orden genital... Hay que escuchar a la superchería analítica darse cuenta al respecto: de modo inesperado Francia se distinguió en este punto al llevarla hasta el ridículo. Se corrige porque se sabe todo lo que puede encubrirse así: dado el caso, el menos discreto, la coprofilia.
Agreguemos a la lista la teología, para escindir los fines de la vida de los fines de la muerte. Todo esto por no ser más que representación, intuición siempre ingenua y, por qué no decirlo, registro imaginario, indudablemente es aire que infla el inconsciente para todos, incluso canción que despierta las ganas de verlo en alguno. Pero es también estafar a cada quien de una verdad que espejea al ofrecerse tan sólo en falsas capturas.
¿Pero diablos, se me dirá, demostradas falsas en qué pues?. Simplemente en la incompatibilidad en que el engaño del inconsciente se denuncia, en la sobrecarga retórica con que Freud lo muestra argumentar. Estas representaciones se suman, como se dice del caldero, cuyo daño se descarta pues no me fue prestado:
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1) pues, cuando lo tuve, ya estaba agujereado, 2) pues estaba perfectamente nuevo,
3) en el momento de devolverlo.
Y métete eso que me muestras donde quieras.
De todos modos no cosecharemos del discurso del inconsciente la teoría que de él da cuenta.
Que el apólogo de Freud cause risa, prueba que da en el clavo. Pero no disipa el oscurantismo que lo relega al rango de pasatiempo.
Fue así como hice bostezar durante tres meses a mi auditorio, al descolgar la araña con la que creí haberlo iluminado de una vez por todas, demostrándole en el Witz de Freud (chiste se lo traduce) la articulación misma del inconsciente. No fue elocuencia lo que me faltó, créaseme, ni, me atrevo a decirlo, el talento.
Palpé allí la fuerza cuyo resultado es el Witz sea desconocido para el batallón de los Institutos de psicoanálisis, que el ʺpsicoanálisis aplicadoʺ fuese asunto de Ernst Kris, el no médico del trío neoyorquino, y que el discurso sobre el inconsciente sea un discurso condenado: que sólo se sostiene, en efecto, desde el puesto sin esperanza de todo metalenguaje.
Falta decir aún que los astutos lo son menos que el inconsciente y esto es lo que sugiere el oponerlo al Dios de Einstein. Se sabe que ese Dios para nada era para Einstein una forma de expresarse, más bien hay que decir que lo palpaba a partir de lo que se imponía: ciertamente era complicado, pero no deshonesto.
Esto quiere decir que lo que Erinstein considera en la física (y éste es un hecho de sujeto) su partenaire, no es mal jugador, ni siquiera es jugador, nada hace para despistarlo, no se las da de listo.
¿Basta acaso fiarse del contraste del que se deduciría, señalémoslo, hasta que punto el inconsciente es más simple; y porque engañe a los astutos, hay que considerar que es más hábil que nosotros en lo que creemos conocer muy bien bajo el nombre de deshonestidad? Aquí es donde hay que ser prudente.
No basta con que sea taimado o al menos que lo parezca. Los novatos llegan rápidamente a esta conclusión, resultando luego recargada toda su deducción. ¡A Dios gracias! Para aquellos con quien tuve que vérmelas tenía yo a mi alcance la historia hegeliana, llamada de la astucia de la razón, para hacerles ver una diferencia que quizás nos permita comprender por qué están perdidos de antemano.
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Observemos lo cómico -nunca se los señalé, pues con las disposiciones que acabamos de verles, ¿dónde habría terminado todo esto?-, lo cómico de esa razón que necesita de esos rodeos interminables ¿para llevarnos hasta qué? Hasta lo que se designa por el fin de la historia como saber absoluto.
Recordemos aquí la irrisión de un tal saber que pudo forjar el humor de un Queneau, por haberse formado en Hegel en los mismos pupitres que yo, o sea su ʺdomingo de la vidaʺ o el advenimiento del holgazán y del vago, ¿mostrando en una pereza absoluta el saber apropiado para satisfacer al animal?, o solamente la sabiduría que la risa sardónica de Kojève, que fue maestro de ambos, autentifica.
Atengámonos a este contraste: la astucia de la razón al fin pone sus cartas sobre la mesa.
Esto nos remite a algo que mencionamos un poco a la ligera. Si la ley de la naturaleza (Dios de la física) es complicada, ¿cómo puede ser que sólo la alcancemos al jugar la reglas del pensamiento simple, a la que entendemos así: la que no redobla su hipótesis de modo que ninguna de ellas sea superflua? ¿Lo que así asumió la imagen del filo de la navaja en la mente de Occam, no nos permitiría, gracias a lo mucho que sabemos, rendir homenaje al inconsciente por un filo que, en suma, se reveló bastante tajante?
Esto nos introduce mejor quizás a ese aspecto del inconsciente por el cual éste no se abre si primero no se cierra. ¿Se vuelve entonces más coriáceo a una segunda pulsación? La cosa es clara a partir de la advertencia donde Freud previó tan bien lo que comenzamos por destacar acerca del agravamiento de la represión que se produjo en la clínica media, fijándose en sus discípulos para agregarle al suyo, con una propensión mucho mejor intencionada, en la medida en que era menos intencional, a ceder a lo irresistible del conductismo para forjar ese camino.
El presente comentario permite percatarse de lo que se formula, al menos para quien lee a Freud en nuestra escuela: que la disciplina conductista se define por la negación (Verneinung) del principio de realidad.
¿No es esto dar lugar a la operación de la navaja, subrayando que mi polémica aquí, al igual que en otros lados, no es digresiva, para demostrar que es en la juntura misma del psicoanálisis con el objeto que él suscita donde el psicoanalista abre su sentido por ser su desecho práctico?
Puesto que, donde parece que denuncio como traición la carencia del psicoanalista, ciño la aporía con la que articulo este año el acto psicoanalítico.
Acto que fundo en una estructura paradójica pues en él el objeto es activo y el sujeto subvertido, y donde inauguro el método de una teoría en tanto ésta no puede, con toda corrección, considerarse irresponsable de los hechos que se comprueban en una práctica.
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Así, en el punto sensible de la práctica que hizo palidecer al inconsciente, ahora tengo que evaluar su registro.
Para ello es necesario lo que diseño de un proceso anudado por su propia estructura. Toda crítica que fuese nostalgia de un inconsciente en su primera flor, de una práctica en su audacia todavía salvaje, sería ella misma puro idealismo. Simplemente nuestro realismo no implica el progreso en el movimiento que se dibuja con la simple sucesión. No lo implica en modo alguno, pues lo considera como una de las fantasías más groseras de lo que merece ser clasificado como ideología de cada época, aquí como efecto de mercado en tanto que es supuesto por el valor de cambio. Es necesario que el movimiento del universo del discurso sea presentado al menos como el crecimiento a interés compuesto de una renta de inversión.
Sin embargo, cuando no hay idea de progreso, ¿cómo apreciar la regresión, la regresión del pensamiento naturalmente? Observemos incluso cómo esta referencia al pensamiento está puesta en tela de juicio mientras no esté definida, pero tampoco podemos definirla hasta tanto no hayamos respondido a la pregunta qué es el inconsciente. Pues el inconsciente, lo primero que se puede decir de él, lo que quiere decir su: lo que es, el quod est, en tanto es el sujeto de todo lo que puede serle atribuido, es lo que, en efecto, Freud dice en primer término sobre él: son pensamientos.
Asimismo, el término regresión del pensamiento
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