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Las Mujeres Perfectas Por Rafael Gumucio


Enviado por   •  22 de Septiembre de 2014  •  1.936 Palabras (8 Páginas)  •  285 Visitas

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Las Mujeres Perfectas:

Las primeras del curso y sus hombres

El escritor Rafael Gumucio escribió sobre aquellas mujeres que arrastran un pasado lleno de sietes y diplomas. Mujeres que fueron cercanas a él desde la adolescencia, pero que nunca aceptaron ser sus novias. Según Gumucio, "las primeras del curso" son mujeres que terminan emparejándose con un buen tonto, de apariencia, con ademanes lentos y torpes, "porque necesitan tener a alguien a quien salvar".

Texto: Rafael Gumucio

A pesar de ser invariablemente el último de todos los cursos en que estudié, me gané una y otra vez la amistad de las primeras del curso; hasta el día de hoy, la mayor parte de mis mejores amigas, amores platónicos y ex novias son ejecutivas, artistas y periodistas brillantes con un pasado lleno de sietes, diplomas y premios de honor.

Desde la primera adolescencia fue para mí fácil conversar con ellas. Para ellas, como para mí, las palabras, los conceptos, el nombre de los libros y de las películas eran una huida contra sus cuerpos, una forma de hablar de sexo y de seducción, sin hablar de sexo ni de seducción. Una manera de huir de esa cosa brutal y urgente que el resto del adolescente vivía a ciegas.

Así admiraba la forma que tenían de castigar sus cuerpos con faldas escocesas, sus rostros con anteojos y su pelo con toda suerte de trenzas, sus mentes con lecturas de Silvia Plat, Samuel Beckett, o Max Weber. Celebraba con ellas los triunfos que obtenían sobre su menstruación, su abstinencia sexual rota en tempestades de deseo. Su manera de destruir hombres con una frase, de hacerlos esperar mientras ellas resolvían un incendio empresarial o revisaban por enésima vez una cinta de video a ver si está justo el micrón segundo que ella necesitaban.

Admiraba, y aún admiro, su manera de rebelarse contra los designios de su femineidad para rendirse sin remisión a ella y ser doblemente mujer, y triplemente vulnerables, queriendo al mismo tiempo seguir siendo la niñita que sus padres muestran a los invitados porque a los cinco años puede explicar la teoría de la relatividad, o recitar a William Blake.

Pero sólo los tigres asustados atacan a los hombres. Sólo los que se saben débiles y acorralados son de verdad peligrosos. Así, las primeras de curso, justo porque tenían miedo de su sexualidad, justo porque se sentían en todo lo sensual débiles, mordían a los que como yo querían, sin usar el látigo del domador, acariciarlas.

Y aunque las vi mil veces irse con mi amigo más tonto, usarme por un beso, o simplemente convenciéndome que me querían demasiado para ser mis novias, volvía a tratar de seducirlas o al menos comprenderlas.

Sabía que no me convenían, pero no podía evitarlo. Eran la encarnación misma de la perfección. Dotadas de senos y culos y al mismo tiempo resolviendo logaritmos, o comprendiendo a Roland Barthes. No veía que cojeaban, que se obligaban a ser las primeras de puro temor a que no hubiese lugar para todas.

Derrotadas por cada mancha, me necesitaban, justamente porque iba por el mundo manchado entero, pero se iban a la cama con los que sabían su verdadero secreto: que eran mujeres. Sólo eso, pero no menos que eso.

Lo inesperado

Hay una sola manera de tomar una mujer por asalto: Tomarla por sorpresa. Sorpresa imposible en el caso de las mujeres inteligentes, o más aún en la de instinto medianamente despierto. Nada escapa a su atención, menos aún los detalles. Todo movimiento en el campo contrario es registrado, y sólo la risa o el miedo, sólo alguna de esas sensaciones que ocupan del todo, que distraen del todo puede crear esta ilusión de sorpresa.

Una sorpresa mentida, y desmentida, ganada gracias a que la propia asaltada ha corrompido a sus guardias para que hagan la vista gorda. Lo inesperado es un rito de paso que permite cierta naturalidad en este cambio de calidad del tiempo. Como esos gruesos adaptadores de energía eléctrica, lo inesperado permite distraer en medio del ajuste, la atención. Pero ante todo es una forma de resolver la gran clave irresoluta: la violencia.

A las primeras del curso les cuesta resignarse a la violencia tipo chimpancé que el sexo necesita. Quizás por esos se sacaban siete en todo menos en el amor, donde acumulaban rechazos y amores platónicos, como si la frustración las salvara de enfrentarse a la realidad de los jadeos y fricciones genitales.

Así, para cumplir con la regla de la especie y tener parejas e hijos, las primeras del curso deben abdicar de parte de su inteligencia, de lo mejor de su intuición. Pero lo hace, como todo en ella, de modo complejo, retorcido y laberíntico, dejando en el camino a muchos hombres- entre los cuales me cuento- insatisfechos y enamorados, para entregarse a otros que nos las merecen ni aman, pero que llevan en sí las claves de sus misterios. Hombres que ellas pueden construir e inventar, o resolver como una ecuación o una prueba de química.

El arribismo afrodisíaco

Sorel, Rivas, Vronsky, Rastignac, Rubempret, en las novelas del siglo XIX, los más inescrupulosos arribistas, siempre logran llevarse a la cama a las más bellas y puras heroínas. Balzac, Stendhal, Dostoievski, eran completamente conscientes de que sus novelas eran leídas principalmente por las primeras del curso, y que para éstas, la falta de moral y el hambre desesperada de existo en vez de ser repugnante, era excitante.

La debilidad de estos hombres, que necesitaban seducir para ser, que necesitaban ser vistos para ver, es para las primeras del curso un afrodisíaco. La inseguridad del arribista se parece a la de las primeras del curso. Se basa en la misma necesidad de cumplir con un padre y de desviar la energía sexual al intelecto, la ambición

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