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Los Animales Tambien Tienen Sentimientos


Enviado por   •  4 de Julio de 2013  •  3.632 Palabras (15 Páginas)  •  996 Visitas

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Las piedras caen, las plantas crecen, pero sólo los animales actúan. Los animales se comportan de modo distinto según las circunstancias externas y los estados emocionales internos en que se encuentran. Cualquier conocedor de los perros o de los hombres, por ejemplo, se da cuenta de que a veces sienten celos, ternura o agresividad, curiosidad o aburrimiento, miedo o frustración, placer o dolor, tristeza o alegría. Todas estas afecciones son características de los seres que tienen alma o ánima, es decir de los animales. En efecto, la palabra castellana animal procede de la latina ánima, que significa alma. La noción cotidiana de ánima implica la vida –por eso a los seres sin vida los llamamos inanimados- y las sensaciones, sentimientos y emociones –por eso decimos de alguien con un nivel emocional bajo que está desanimado-. Finalmente, asociamos el alma con una cierta subjetividad, con la capacidad de reflejar el mundo desde dentro. Todas estas características se dan en los animales y (juntas) sólo en ellos. Sin embargo, el alma no es ningún fantasma caído del cielo, sino el resultado de la actividad del sistema nervioso. Así como la digestión es la función del aparato digestivo, las funciones anímicas son (algunas de) las funciones del sistema nervioso.

Aristóteles dedicó más páginas a los animales que a ningún otro tema. Al famoso filósofo, agudo observador y hombre de gran sentido común, nunca le pasó por la imaginación la idea de que los animales pudieran carecer de emociones o de cualquier otro estado psíquico. En la más extensa de sus obras, Investigación sobre los animales, Aristóteles subraya la continuidad y gradualidad de las diferencias psíquicas entre animales humanos y no humanos. “Así, docilidad o ferocidad, dulzura o aspereza, coraje o cobardía, temor u osadía, apasionamiento o malicia, y en el plano intelectual una cierta sagacidad, son semejanzas que se dan entre muchos animales y la especie humana, y que recuerdan las analogías orgánicas entre las partes de sus cuerpos... Esto es particularmente evidente si se consideran los comportamientos de los niños en la infancia: en éstos, en efecto, es posible ver como huellas y gérmenes de sus disposiciones futuras, y su alma no difiere prácticamente en nada del alma de las bestias durantes ese período.

La tranquila aceptación de la evidencia por Aristóteles fue sustituida más tarde por el mito antropocéntrico del presunto abismo entre los hombres, hijos de Dios y portadores de almas inmortales, y los demás animales, meras cosas. En el siglo XVII, Descarte trató de defender la mitología cristiana mediante teorías tan peregrinas como la de que nosotros somos puro pensamiento, mientras que los demás animales serían meras máquinas sin sentimientos. Esta mezcla de superstición y filosofía cartesiana bastó para negar la evidencia durante dos siglos, hasta que la biología se constituyó como ciencia con Charles Darwin.

A Darwin, el más cuidadoso observador de la conducta animal de su tiempo, no le cabía la más mínima duda de que los animales tuviesen sentimientos y emociones, y los expresasen de modos inequívocos. En 1871 publicó The descent of man, and selection in relation to sex (El origen del hombre, y la selección con relación al sexo), donde expresó rotundamente que "no hay diferencia fundamental entre el hombre y los mamíferos superiores en cuanto a sus facultades mentales", señalando que las diferencias son graduales y que, dentro de ese continuo, "hay un intervalo mucho mayor en potencia mental entre uno de los peces más primitivos, como la lamprea, y uno de los grandes simios que entre un simio y un hombre". Para Darwin "es obvio que los animales, al igual que el hombre, sienten placer y dolor, felicidad y miseria. La felicidad nunca se exhibe tan claramente como cuando juegan juntos animales jóvenes, tales como los gatitos, los cachorros, los corderos, etcétera, al igual que nuestros propios hijos", y "el hecho de que los animales no humanos se excitan con las mismas emociones que nosotros está tan bien establecido" que no son

necesarios muchos argumentos.

Sin embargo, en 1806, sir Charles Bell había escrito un libro insistiendo en la tesis del abismo entre el hombre y los demás animales, en el que defendía que sólo los humanos habrían recibido del Creador la capacidad de sentir emociones y de expresarlas, como prueba de lo cual argüía repetidamente que había músculos en la cara humana sin parangón en el reino animal. En 1872, Darwin publicó The expression of the emotions in man and animals (La expresión de las emociones en hombres y animales), donde prueba todo lo contrario. La obra es de una extraordinaria riqueza. Darwin era un observador minucioso de las expresiones de los animales domésticos y recopilaba cuanta información podía sobre animales lejanos.

Las detalladas observaciones de Darwin sobre las diversas maneras como los animales humanos y no humanos expresamos nuestras emociones, teniendo en cuenta todo el repertorio de fruncimiento de entrecejos, movimientos de ojos, posición de orejas, apertura de boca, erizamiento de pelos, meneo del rabo, posturas corporales, sonidos (ronroneos, gemidos) y otros síntomas, son todavía frescas y en gran parte correctas. En efecto, las emociones de los demás son en parte transparentes y podemos detectarlas sin dificultad si sabemos distinguir sus expresiones faciales y corporales. El rabo del perro es elocuente. Cuando tiene miedo, recoge el rabo y lo introduce entre las patas traseras. Cuando esta enfadado y agresivo, lo levanta rígidamente. Si está contento, lo agita suavemente de un lado a otro.

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Los etólogos que han pasado muchos años entre los elefantes, como Cynthia Moss o Joyce Poole, han aprendido a reconocer las múltiples y sutiles emociones de los paquidermos, incluido su sorprendente sentido de la muerte y sus muestras de aflicción por el fallecimiento de sus seres queridos. Cuando un elefante agoniza, sus parientes y amigos lo acompañan. Una vez muerto, tratan de reavivarlo, y cuando esto falla y se resignan, se quedan varios días junto a él, guardándole luto y tocando sus restos delicadamente con la trompa de vez en cuando. Tras observar repetidamente esta conducta, "no me cabe duda", declara Poole, "de que experimentan emociones profundas y tienen cierta comprensión de la muerte".

Jane Goodali ha pasado muchos años entre los chimpancés y ha observado todo tipo de emociones, desde la curiosidad más despierta hasta la agresividad destructiva, pasando también por la aflicción ante la muerte de los seres queridos. Flint era un chimpancé joven y sano, afectivamente dependiente

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