ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Og Mandino Operación: Jesucristo

sweetynanette2 de Febrero de 2012

7.510 Palabras (31 Páginas)997 Visitas

Página 1 de 31

Og Mandino Operación: ¡Jesucristo!

5

A primera vista, Santiago me decepcionó. Al ver a los dos amigos abrazándose, era difícil comprender que

José de Arimatea, el jefe poderoso de una caravana de mercaderes, ricamente ataviado, rindiera homenaje a ese

individuo tan poco impresionante cuyo aspecto insignificante y miserable no se acercaba, ni con mucho, a la

imagen que de él me había forjado en la mente.

Me sentí decepcionado y, no obstante, recibí con beneplácito esa decepción, como si su aspecto desaliñado

y su manera de ser retraída indicasen una debilidad que yo podría explotar a todo lo largo de mi interrogatorio.

Debí haberlo sabido; he andado por allí demasiado tiempo para dejarme llevar por una primera impresión, pero

aun así, lo sigo haciendo.

Santiago era de pequeña estatura, como la mayoría de sus paisanos, con largas guedejas de cabello negro

desaliñado que colgaban libremente cayendo sobre sus mejillas y la ancha espalda. Su rostro oscuro y cuadrado,

dominado por una frente amplia que sobresalía sobre unas cejas espesas y ojos de un tono café claro, estaba

enmarcado por una luenga barba descuidada, que relucía debido a la transpiración, y que cubría parcialmente

un tórax tan amplio como un barril. El frente de su túnica de lino estaba tan raído que dejaba ver unas rodillas

tan toscas y encallecidas por la constante oración, que en realidad se parecían a las de un camello, tal y como

yo lo recordaba por mis lecturas.

Por fin José se volvió hacia mí diciendo:

—Éste es un amigo mío, de nombre Matías, que ha venido de Roma. Está preparando para sus compatriotas

una historia de nuestra nación y de nuestros grandes dirigentes y profetas.

Santiago se acercó más a mí y me abrazó brevemente. Abrí la boca, pero la voz se rehusaba a cooperar.

¿Sería posible? ¿En realidad me encontraba en el templo construido por Herodes, y era el hermano de Jesús

quien había colocado sus manos alrededor de mi persona?

Ahora que nos encontrábamos a corta distancia, era obvio que este hombre estaba al borde del agotamiento

después del sermón tan prolongado y vigoroso que acababa de dar al pueblo. Sus ojos estaban inyectados con

sangre y cerraba con frecuencia sus párpados hinchados, como si necesitara de un gran esfuerzo para

mantenerlos abiertos. Aun así, sonrió cordialmente y dijo:

—La paz sea contigo, Matías, y con tu obra. ¿Otra historia para que la poderosa águila romana mastique?

La obra grandiosa de Livio fue suficiente para Augusto, ¿acaso Tiberio quiere más?

Me sentí como un colegial de primer año, con la lengua atada tratando de decir su parlamento en una obra

representada en el salón de clases, y la pregunta no era como para aumentar la confianza en mí mismo. ¿Cómo

era posible que este galileo rústico y supuestamente inculto supiera algo acerca del mejor historiador de Roma?

Le expliqué que la obra suprema de Livio trataba primordialmente de la ciudad de Roma desde la época de su

fundación, pero que había una necesidad poderosa de narrar la historia de los otros grandes pueblos que ahora

formaban parte del imperio, y que yo había escogido a las provincias de Oriente para mi proyecto.

—Pero, ¿cómo puedo ayudarte? Si lo que buscas es la auténtica historia de nuestra nación y de nuestros

profetas, te sugeriría que hablaras con ellos —me dijo, señalando hacia el Templo.

Me volví a mirar a José, quien movió la cabeza en señal de aliento.

—¿Tú eres el hermano* de Jesús, no es así?

Santiago ladeó la cabeza y se me quedó mirando hasta que empecé a sentirme incómodo.

—Sí, lo soy.

—Quisiera saber todo lo concerniente a Jesús.

—¿Por qué? —preguntó mientras sus ojos fatigados recorrían de arriba a abajo la franja púrpura de mi

túnica—. Jesús jamás fue rey, ni general; nunca ganó una batalla ni encabezó un gobierno, ni tampoco escribió

* La palabra hermano en hebreo (ah) y en arameo tiene un significado diferente del que nosotros le damos, pues además de los hermanos incluye a

los primos y sobrinos. Esto se debe a que hebreo y arameo carecen de denominaciones exactas para estos últimos parentescos. Cf. Gen. 13: 8; 141 14; Lv.

10: 4; Jn. 1: 41.

35

Og Mandino Operación: ¡Jesucristo!

un discurso erudito. ¿Por qué tú, o Roma para el caso, se preocupan por él?

—Perdóname, pero he escuchado muchas historias acerca de Jesús, historias que no he podido aceptar,

especialmente el rumor de que resucitó de entre los muertos al tercer día después de su crucifixión. Como las

autoridades romanas estuvieron implicadas en su ejecución, me parece que esto cae dentro de mis dominios,

como ciudadano y como escritor, a fin de enterarme de la verdad acerca de este hombre, ya que la vida de tu

hermano sigue siendo un enigma para muchos.

Hice una pausa para aclarar la garganta. Tanto José como Santiago permanecieron silenciosos, así que

continué:

—Yo no llevo el yugo del César; no estoy aquí para encubrir acontecimientos del pasado, como los

jornaleros encalan las fachadas de los edificios para ocultar viejas huellas del tiempo. No busco otra cosa que

no sea la verdad acerca de Jesús, y como hermano suyo, tú estás en una posición única para proporcionarme

información que sería imposible obtener de cualquier fuente. ¿Estás en disposición de prestarme tu ayuda,

Santiago?

Mi voz temblaba, pero no podía evitarlo. Sintiéndome absolutamente impotente, esperé su reacción, seguro

de que podría presentar mi caso en una forma un poco más diplomática si me concedieran una segunda

oportunidad.

Santiago me fulminó con la mirada y sentí que el corazón se me iba hasta los talones. Después, con un

quejido, dio la vuelta y cojeó lentamente hasta la banca sombreada y con la mano me señaló el sitio a su lado,

diciendo:

—Ven a sentarte, Matías. Sospecho que lo que tienes en mente se llevará mucho tiempo y mis huesos ya

están muy fatigados.

Experimenté un impulso de saltar de alegría, lo cual seguramente se reflejó en mi rostro, pero la mirada

severa de José me calmó rápidamente; me acompañó hasta la banca y tomó asiento al otro lado de Santiago,

mientras Shem seguía caminando de un lado a otro en las cercanías; su presencia imponente era una perfecta

barrera para cualquier extraño que quisiera aproximarse demasiado a nosotros.

Tenía muy pocas esperanzas de que Santiago pudiera decirme algo sobre los últimos días de la vida de Jesús,

o del lugar en donde hubieran ocultado su cadáver. Por lo que había leído, él se encontraba en Nazaret durante

esa última semana fatídica, y lo que me dijera lo sabría sólo de oídas. Yo únicamente quería relatos de fuentes

originales. Sin embargo, siguiendo los planes de mi comisión ficticia, tenía necesidad de enterarme de los

antecedentes de los primeros años, no sólo para tener una imagen completa de Jesús, sino también para

escudriñar entre los acontecimientos de su juventud, con la esperanza de poder encontrar algún indicio que me

ayudara a comprender mejor sus motivaciones y acciones posteriores, acciones que lo llevaron

inexorablemente a la cruz, un destino que podía haber evitado con facilidad.

—Adelante con tus preguntas, historiador —me apremió Santiago—. Ya que Dios siempre es mi testigo,

puedes estar seguro de que no te mentiré.

Exhalé y empecé en una forma tan trillada como cualquier detective o reportero novato.

—¿Qué edad tienes?

—Estoy en el año número treinta y nueve de mi vida.

—Según mis informes, tus padres ya fallecieron.

Santiago asintió, estrechando suavemente sus manos sobre las rodillas.

—Mi padre murió hace ya muchos años, y mi amadísima madre fue llevada a la tumba, aquí en Jerusalén,

hace solamente un año.

—¿Tienes otros hermanos y hermanas?

—Tres hermanos, que aún viven, y dos hermanas.

—¿Se encuentran todavía en Nazaret?

—O en sus alrededores.

—Jesús era el primogénito, ¿no es verdad?

36

Og Mandino Operación: ¡Jesucristo!

Los ojos de Santiago se abrieron sorprendidos de que yo estuviera enterado de un detalle que relativamente

carecía de importancia, pero asintió, replicando:

—Sí, era tres años mayor que yo.

Podía darme cuenta de que ya estaba más tranquilo y gradualmente había bajado la guardia. Ahora me

correspondía a mí hacer que siguiera hablando, incitándolo en el menor grado posible; así la verdad siempre

surge con mayor rapidez a la superficie, por lo que le pedí que me contara todo lo que podía recordar de los

primeros años de Jesús.

—Hay muy poco que decir. La profesión de nuestro padre era de naggara, es decir, construía muchas cosas

con madera y piedra, y tanto Jesús como yo trabajamos con él como aprendices. Cuando no asistíamos a la

escuela, siempre estábamos con nuestro padre, en su taller o en cualquier otro lugar de la aldea o la campiña,

reparando un tejado o un arado, y en ocasiones hasta construyendo alguna casa. Los días eran largos y arduos,

sobre

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (48 Kb)
Leer 30 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com