Psicoanalisis De La Sociedad
wilberrogger10 de Julio de 2014
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¿ESTAMOS SANOS?
Nada es más común que la idea de que las gentes que viven en
el mundo occidental del siglo xx están eminentemente cuerdas.
Aun el hecho de que gran número de individuos de nuestro medio
sufra formas más o menos graves de enfermedades mentales suscita
muy pocas dudas en cuanto al nivel general de nuestra salud
mental. Estamos seguros de que practicando mejores métodos
de higiene mental mejoraremos más aún el estado de nuestra salud
mental, y en lo que se refiere a las perturbaciones mentales
que sufren algunos individuos las consideramos estrictamente
como accidentes individuales, quizás un poco extrañados de que
ocurran tantos accidentes de esos en una cultura que se reputa
por tan equilibrada.
¿Estamos seguros de que no nos engañamos a nosotros mismos?
Muchos enfermos internados en asilos para dementes están
convencidos de que todo el mundo está loco, menos ellos. Muchos
neuróticos graves creen que sus ritos compulsivos o sus
manifestaciones histéricas son reacciones normales contra circunstancias
un tanto anormales. ¿Y qué es lo que sucede con nosotros?
Examinemos los hechos, siguiendo la buena manera psiquiátrica.
En los cien años últimos creamos nosotros, en el mundo
occidental, una riqueza material mayor que la de ninguna otra
sociedad en la historia de la especie liumana. Pero hemos encontrado
el modo de matar a millones de seres humanos por un procedimiento
que llamamos "guerra". Además de otras muchas
guerras menores, hemos tenido guerras grandes en 1870, 1914
y 1939. Todos los participantes en estas guerras creían firmemente
que luchaban en defensa propia, por su honor, o que contaban
con la ayuda de Dios. A los grupos con quienes uno está
en guerra se los considera, muchas veces de un día para otro, demonios
crueles e irracionales a quienes hay que vencer para salvar
del mal al mundo. Pero pocos años después vuelve la matanza
mutua, los enemigos de ayer son nuestros amigos de hoy y los
amigos de ayer nuestros enemigos de hoy, y otr" . ez empezamos
a pintarlos, con la mayor seriedad, del color blanco o negro que
¿ESTAMOS SANOS?
les corresponde. En este momento, en el año 1955, estamos preparados
para una matanza en masa que, si sobreviene, sobrepasará
a todas fas matanzas que la especie humana haya realizado hasta
ahora. Está preparado para ese objeto uno de los mayores descubrimientos
que se han hecho en el campo de las ciencias naturales.
Todo el mundo mira con una mezcla de confianza y recelo
a los "hombres de estado" de las diferentes naciones, dispuesto
a dedicarles todo género de alabanzas si "logran evitar una guerra",
ignorando que son sólo esos mismos hombres de estado los
que siempre producen la guerra, habitualmente no por sus malas
intenciones, sino por la irracional torpeza con que manejan los
asuntos que se les han confiado.
En esas manifestaciones de destructividad y de recelo paranoide,
no procedemos, a pesar de todo, de manera diferente a
como procedió la parte civilizada de la humanidad en los últimos
tres mil años de historia. Según Víctor Cherbuliez, desde 1500
a. c. hasta 1860 d. c. se han firmado no menos de unos ocho mil
tratados de paz, de cada uno de los cuales se esperaba que garantizaría
la paz perpetua, aunque, uno con otro, no duró más de
dos años cada uno de ellos.^
No es mucho más alentadora nuestra gestión en los asuntos
económicos. Vivimos dentro de un régimen económico en el que
una cosecha excepcionalmente buena constituye muchas veces un
desastre económico, y restringimos la producción en algunos sectores
agrícolas para "estabilizar el mercado", aunque hay millones
de personas que carecen de las mismas cosas cuya producción
limitamos, y que las necesitan mucho. Precisamente ahora
nuestro sistema económico está funcionando muy bien, entre
otras razones porque gastamos miles de millones de dólares al
año en producir armamentos. Los economistas esperan con cierta
intranquilidad el momento en que detengamos esa producción,
y la idea de que el estado debiera producir casas y otras cosas
útiles y necesarias en vez de armas fácilmente provoca la acusación
de que se ponen trabas a la libertad y a la iniciativa individual.
Más del 90 % de nuestra población sabe leer y escribir. Tenemos
radio, televisión, cine, un periódico diario para todo el
mundo; pero en lugar de damos la mejor literatura y la mejor
música del pasado y del presente, esos medios de comunicación,
complementados con anuncios, llenan las cabezas de las gentes
de la hojarasca más barata, que carece de realidad en todos los
sentidos, y con fantasías sádicas a las que ninguna persona semiculta
debiera prestar ni un momento de atención. Y mientras se
envenenan así los espíritus de todos, jóvenes y viejos, ejercemos
una feliz vigilancia para que no suceda ninguna "inmoralidad"
en la pantalla. Cualquiera indicación de que el gobierno debiera
financiar la producción de películas y de programas de radio que
ilustrasen y cultivasen el espíritu de nuestras gentes provocaría
también gran indignación y acusaciones en nombre de la libertad
y del idealismo.
Hemos reducido la jornada media de trabajo a la mitad, aproximadamente,
de lo que era hace unos cien años. Hoy tenemos más
tiempo libre del que ni siquiera se atrevieron a soñar nuestros
abuelos. ¿Y qué ha sucedido? No sabemos cómo emplear el tiempo
libre que hemos ganado, intentamos matarlo de cualquier modo
y nos sentimos felices cuando ya ha terminado un día más.
¿Para qué seguir describiendo cosas que todo el mundo sabe?
Indudablemente, si un individuo obrase de esa manera, se producirían
serias dudas acerca de su cordura; pero si pretendiese
que no hay en ello nada malo, y que actúa de una manera perfectamente
razonable, el diagnóstico entonces no podría ser dudoso.
^ Pero muchos psiquiatras y psicólogos se resisten a sostener
la idea de que la sociedad en su conjunto pueda carecer de equilibrio
mental, y afirman que el problema de la salud mental de.
una sociedad no es sino el de los individuos "inadaptados", pero
no el de una p<isible inadaptación de la cultura misma. Este libro
trata de este último problema; no de la patología individual, sino
de la patolo^a de la 7iormalidad, y especialmente de la patología
de la sociedad occidental contemporánea. Pero antes de
entrar en el intrincado estudio del concepto de patología social,
examinemos algunos datos, reveladores y sugestivos por sí mismos,
relativos a la proporción de casos de patología mdJvidttal
en la cultura de Occidente.
¿Cuál es la proporción de enfermos mentales en los diversos
países del mundo occidental? Es cosa por demás sorprendente
que no haya datos para responder a esa pregunta. Mientras hay
estadísticas comparativas exactas de recursos materiales, desempleo,
nacimientos y muertes, no hay información suficiente sobre
enfermedades mentales. Todo lo más, tenemos algunos datos
exactos de ciertos países, como los Estados Unidos y Suecia, pero
se refieren únicamente a la admisión de pacientes en sanatorios
mentales, y no bastan para calcular la frecuencia relativa de las
enfermedades mentales. Esas cifras nos dicen acerca del progreso
de la asistencia psiquiátrica y de los centros médicos correspondientes,
lo mismo que del aumento de la frecuencia de las
enfermedades mentales.- El hecho de que la mitad de las camas
de los hospitales de los Estados Unidos estén ocupadas por pacientes
mentales, en los que gastamos anualmente más de mil millones
de dólares, no es indicio del aumento de casos de enfermedades
mentales, sino sólo del aumento de los cuidados que se
les prestan. Pero hay algunas otras cifras más expresivas de la
frecuencia de las perturbaciones mentales más graves. Si el 17.7 %
de todas las incapacidades para el servicio militar se debió, en la
última guerra, a enfermedades mentales, este hecho indica con
toda seguridad un gran número de perturbaciones mentales, aunque
no tengamos cifras comparativas relativas al pasado o a otros
países.
Los únicos datos comparativos que pueden proporcionamos
una idea aproximada sobre la salud mental son los relativos a
suicidios, homicidios y alcoholismo. Es indudable que el problema
del suicidio es sumamente complejo, y que no puede señalarse
como la causa del mismo un factor solo. Pero aun sin entrar
en este momento en el estudio del suicidio, me parece una suposición
muy fundada que una proporción elevada de suicidios,
en una población dada, manifiesta una falta de estabilidad y de
salud mental. Que no es consecuencia de la pobreza material,
lo prueban claramente todas las cifras. Los países más
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