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REFLEXIONES SOBRE LA OBSERVACIÓN ANTROPOLÓGICA Y UNA CRÍTICA A LOS MODELOS OBSERVACIONISTAS POSMODERNOS

macalo3813 de Noviembre de 2011

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REFLEXIONES SOBRE LA OBSERVACIÓN

ANTROPOLÓGICA Y UNA CRÍTICA

A LOS MODELOS OBSERVACIONISTAS

POSMODERNOS.

LA NECESIDAD DE NUEVAS

PROPUESTAS

MARGARITA LAGARDE

ABSTRACT. This paper reviews the proposals anthropology have submitted

regarding the observation of human “otherness”. Based on participant observation,

some considerations are made on the auto-observation theory based

upon second-order bio-cybernetic models. Autopoiesis is shown as the property

within second-order systems that integrates the observer-observed unity.

Considering the constructivist fragility as it falls into closed unifocal universes,

it is put into question the biological neutrality of this observation process and

its relation to evolutive differentiation, sexuality, and death.

KEY WORDS. Observation, participant, auto-observation, second-order systems,

autopoiesis, bio-cybernetics, ethological observation, reflexivity, radical

constructivism, evolution.

LA OBSERVACIÓN EN LA ANTROPOLOGÍA CLÁSICA

Observar es una de las cualidades humanas que origina el conocimiento,

significa percibir lo que uno no puede ser, pero que requiere conocer para

vivir. Significa trascender lo aparente o lo que quisiéramos o pensáramos

que fuera. Significa obedecer y acatar lo otro, transformar la perspectiva

propia para alcanzar la objetividad. Observar es también el origen del

testimonio, de la afirmación social de los hechos, de las cosas y de los actos

como verdad.

El hombre conoce y califica a los otros humanos mediante diversas

fuentes de información, entre las que se encuentra la observación. Comparar

a “los otros hombres” observándolos ha sido oficio de la antropología.

En su periodo clásico, esta ciencia se ha ocupado de conocer al

hombre analizando distintos grupos humanos, desde la perspectiva de la

Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México.

lamar@servidor.unam.mx

Ludus Vitalis, vol. XIII, num. 24, 2005, pp. 93-106.

comunidad occidental moderna, intentando decodificar la “extrañeza

cultural” mediante la experiencia directa: estar en su entorno —con ellos—

y mirarlos, escucharlos, degustar sus alimentos, oler, tocar; registrar para

poder describir e informar de lo distinto a los semejantes.

Como si colocara una pieza más en las vitrinas de un museo, el antropólogo

de esta época capturaba, conservaba y colocaba su experiencia

con “los otros” en el discurso de su cultura y de su tiempo. Dando inicio a

la traducción, pretendía la conservación arqueológica de los materiales

originales, como claves indispensables para permitir el acceso al conocimiento

de la infraestructura simbólica o de la trama de significados

latentes inaccesibles en un principio (Conde 1994a:145).

Normando y organizando la observación de los otros humanos desde

la ciencia, la etnografía clásica se propuso omitir, o al menos retrasar, las

valoraciones o juicios personales, evitando la primera persona en las

descripciones y buscando la narrativa que pudiera exponer “naturalmente”

al objeto para su conocimiento. Basándose en el supuesto de la

unidad básica de la mente como un referente genotípico común, construyó

la observación del comportamiento o de los productos de los grupos

humanos a partir de la premisa de una “naturaleza humana” universal que

graduaba a los hombres en una escala de progreso. En esa época, la

experiencia científica suponía la distancia y diferenciación radical y nominativa

entre sujeto y objeto sin explicar sus articulaciones; se observaba

desde y para la calificación y no desde y para la acción.

LA OBSERVACIÓN PARTICIPANTE

Al detectar las deformaciones contenidas en los informes producidos por

las observaciones clásicas, se consideró el efecto centrípeta del observador

en el entorno y la necesidad de comprender los flujos de la acción circundante,

para poder determinar los efectos de la posición del observador en

lo observado. Así, se llegó a la conclusión de que para comprender lo que

estaba pasando el observador requería conocer de antemano los lenguajes

implícitos en la trama de la acción.

Para observar no bastaba con “estar” ahí, había que “hacer” con los otros.

Este medio permitiría adquirir el código articulador de la acción. La

experiencia del otro implicaba actuar con el otro, replanteando la distancia

y las fronteras entre el sujeto-objeto mediante la interacción para entender

“lo que pasa”. No se trataba ahora de colocar al objeto en la vitrina, sino

de comprender su función colocando la acción en la vitrina, dando cuenta

de la coreografía definitoria obtenida desde la posición de uno de los

bailarines.

La premisa de la universalidad de la mente no se comprobaba más por

la adquisición progresiva de una cultura de punta, sino por la capacidad

94 / LUDUS VITALIS / vol. XIII / num. 24 / 2005

del sujeto humano para incorporarse necesariamente a la “subjetividad

cultural 1”. La antropóloga Wenda Trevathan describe su experiencia de

la siguiente manera:

Yo fui entrenada en el método de “observación participante” y sentía que la

única manera de entender completamente lo que pasaba durante el trabajo de

parto, el parto y el periodo posparto era introducirme lo más profundamente

posible en el proceso a través de someterme a un entrenamiento como partera

(Trevathan 1987: 44).

La clave de esta modalidad de observación estriba en el sometimiento a

un entrenamiento para la acción. El observador debe aprender a actuar,

pero, ¿cómo se aprende si no es observando? La respuesta es: actuando

mediante la imitación o el aprendizaje, hasta transformarse en un actor

que observa mediante la actuación.

Este método fertilizó el trabajo de la antropología, impulsando una gran

cantidad de investigaciones que han consolidado las teorías antropológicas

modernas. No obstante, en los últimos veinte años han surgido nuevas

reacciones críticas que señalan que a pesar de los esfuerzos realizados, la

participación en la acción no impide que el otro sea ignorado. Veamos la

crítica de Tedlock (1987: 276) en su trabajo sobre la interpretación y palabra

hablada, haciendo referencia al trabajo de Levi-Strauss:

Tenemos un montón de diálogo interno, en el que el antropólogo se preocupa

por los asuntos ajenos, pero no sabemos gran cosa de lo que puedan haber

dicho los otros para provocar este diálogo interno. Las citas son tan infrecuentes

como en las etnografías clásicas y, una vez más, a veces provienen de gente

que no son los otros.

Pasando de manera “ahistórica” hasta su posición de actor, e inmediatamente

a su posición de autor, el observador se convierte en un

autobiógrafo que olvida que tanto el observador como el actor son posiciones

y no personas inamovibles en el curso de una interacción. La

carencia de historicidad en la relación observador-observado impone una

distancia arbitraria con el nativo-objeto, generando una confusión entre

los tiempos de la actuación-observación, la lectura-rescritura del texto y lo

leído, todos éstos con relación a la investigación misma, en un proceso

ilimitadamente recursivo (Gutiérrez y Delgado 1994: 141).

Por otro lado, la supuesta “objetividad” de esta modalidad de observación

depende de la censura o de la represión de la proyección de los

valores personales, del deseo del investigador y de su conciencia. La

pretensión de excluir la subjetividad mediante la participación implica una

carencia de reflexividad sobre las relaciones de poder implícitas en el cómo

y qué hacer del observador con el observado y sus significados, lo cual

LAGARDE / OBSERVACIÓN ANTROPOLÓGICA / 95

desemboca irremediablemente en “novelas etnográficas” que impostan

los hechos (Conde 1994a: 162).

La observación en la participación genera, además, un “incontrolable

control” sobre lo observado, obligando al sujeto-objeto investigado a

diluirse, ante la compulsión de una acción que tiene como protagonista al

observador y sus formas de subjetividad-objetividad (Gutiérrez 1994). El

investigador supone tácitamente que al “participar” con el “nativo”, su

comportamiento racional es isomorfo a la concepción de la racionalidad

que tiene el observado, depositando las divergencias entre ambos en las

categorías de lo imaginario, lo místico, lo mágico, lo patológico, lo curioso,

lo ilustrativo y otras formas de “desecho”. Esta forma de observación ha

supuesto que al desechar la especificidad de los sujetos y prescindir de las

cualidades secundarias de éstos se obtiene el verdadero conocimiento

científico y objetivo, ocultando activamente su preocupación de no poder

trascender el protagonismo de su mundo vivido y concreto.

A partir de una nueva acepción de la “teoría de la caja negra”, se

...

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