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Sade Con Kant


Enviado por   •  1 de Julio de 2015  •  1.301 Palabras (6 Páginas)  •  325 Visitas

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Jacques Lacan ha llegado a reconocer un aspecto estructural de la moral así formulada al decir, en su texto Kant con Sade, que es la obra del Marqués de Sade, particularmente La filosofía en el tocador, la que da la verdad de la Crítica de la Razón Práctica de Kant. Ciertamente, la máxima sadiana aislada por Lacan y el imperativo categórico kantiano poseen una homología estructural: el derecho al goce en Sade es afirmado como un deber incondicional y absoluto, una ley insensible a cualquier condición particular que pudiera interferir en su realización y que reduce al sujeto al estatuto de un apático instrumento de su aplicación. Una vez más, el libertino sadiano – no es simplemente un desenfrenado e incorregible hermano mayor de la película: Antes de que el diablo sepa que has muerto de los principios morales y las costumbres de su época, es más bien un fiel servidor sometido a la voluntad del Otro, dispuesto a llevar su mandato –con un estoicismo que le permite ir más allá de todo límite– hasta las últimas consecuencias, así implique sacrificar a la humanidad entera para lograrlo. Tomando el caso de La filosofía en el tocador, Sade es claro al encarnar a ese Otro en ‘la naturaleza’: “Cualquiera sea el estado en que se encuentre la mujer (…) sea doncella, esposa o viuda, su único objetivo, su única ocupación, su único deseo ha de ser hacerse joder desde la mañana hasta la noche: para esa sola finalidad la ha creado la naturaleza”. Explícitamente Sade nos hace saber que lo que parece simplemente una transgresión a la moral es el cumplimiento de su voluntad: “la acción [el asesinato] que los tontos han tenido la locura de condenar se convierte en un mérito ante los ojos de este agente universal”.

Lacan reconoce, pues, el carácter perverso de la moral kantiana: “es la libertad del Otro lo que el discurso del derecho al goce pone como sujeto de su enunciación, y no de manera que difiera del Tú eres [Tu es] que se evoca desde el fondo matador de todo imperativo” . Y es a nivel de esta vacua e inexorable función del Tú, y destacando su filo mortal, donde es posible ubicar la sustancia del superyó . En otras palabras, la reducción de la ley a un imperativo puramente formal deja al sujeto inerme frente a una voluntad caprichosa que se impone como voz. Nuevamente, nada más ejemplar que las palabras del Marqués: “la naturaleza, nuestra madre común, siempre nos habla únicamente de nosotros mismos; nada más egoísta que su voz y lo más claro que en ella reconocemos es el inmutable y sagrado consejo de deleitarnos sin importarnos a expensas de quien”.

Esta particularidad da la razón de la posición paradójica que Lacan le atribuye al imperativo superyoico al considerar, tal como lo hace en el Seminario 1, que su carácter insensato y opresor proviene de que “es, simultáneamente, la ley y su destrucción”. En Kant con Sade, Lacan dirá lo siguiente: “Retengamos la paradoja de que sea en el momento en que ese sujeto no tiene ya frente a él ningún objeto cuando encuentra una ley, la cual no tiene otro fenómeno sino algo significante ya, que se obtiene de una voz en la conciencia, y que, al articularse como máxima, propone el orden de una razón puramente práctica o voluntad” Es decir, es en el mismo movimiento por el cual prescinde de toda existencia y alcanza un estatuto universal que la ley muestra la verdad de su fundamento: la voz superyoica que destruye toda legalidad imponiéndose como un imperativo de goce incondicionado.

Y es justamente esta posición paradojal, que no es otra que la del soberano, se otorga al libertino sadiano: “el criminal cuando mata es Dios sobre la tierra, porque concreta entre él y su víctima el vínculo de subordinación en el cual éste ve la definición de la soberanía

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