Moral Kant
philovital4 de Noviembre de 2012
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LA FELICIDAD EN KANT
Introducción
El presente ensayo se ocupa del problema de la felicidad y su relación con la moralidad en la filosofía de Kant. Para el filósofo alemán, la felicidad no puede constituirse en el principio supremo de la moralidad porque su contenido siempre resulta determinado empíricamente, lo cual invalida toda pretensión de universalidad. Sin embargo, el mismo Kant deja abierta una posibilidad muy interesante: si bien la felicidad no es principio de moralidad, el anhelo de felicidad que todo ser racional llega a representarse como suyo, si se realiza bajo los parámetros de la moralidad, sí puede llegar a ser un deber al menos indirecto. Así, la idea de felicidad puede constituirse en la idea reguladora de nuestra vida moral, por cuanto la razón, en su esfuerzo por unir la moral y la felicidad, obliga a pensar más allá de este mundo, postulando un ideal del bien supremo de contenido estrictamente escatológico.
Son bien conocidas las expresiones más bien negativas con las que el filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) se refiere a la felicidad. Casi en todas sus obras principales alude a ella en términos muy semejantes. La idea central, que está presente desde sus primeros escritos hasta los últimos, es que la felicidad no puede constituirse en el principio supremo de la moralidad porque su contenido -qué sea, en qué consista la felicidad- siempre resulta determinado empíricamente, y una determinación empírica del principio de la moralidad invalida cualquier pretensión de universalidad.
Esta determinación, que contrasta con la pretendida pureza de la razón, desentona por completo con los mandatos específicos de la moralidad, y por eso la felicidad está lejos de poder constituirse en principio supremo o fuente de moralidad. Como criterio, la búsqueda de la felicidad –propia o ajena- no nos indica simpliciter lo que debemos hacer, nos dice lo que debemos hacer si queremos ser felices.
Sin embargo, en sus Lecciones de Ética Kant reconoce que la felicidad es "el fin universal de los hombres"1, esto es, el fin que todos los hombres persiguen. Con ello acepta, o mejor, constata, lo que ya Aristóteles había concebido con respecto a la felicidad: que "felicidad" -eudaimonía- es el nombre que se le da a eso que todos los hombres buscan y luchan por alcanzar2. Pero enseguida Kant sugiere una idea que ciertamente ya está muy lejos del pensamiento del Estagirita: para buscar y alcanzar la felicidad los hombres no requieren desarrollar o esforzarse por vivir la moralidad; para ello requieren sólo de la sagacidad [Klugheit], que no es otra cosa que "la destreza en el uso de los medios respecto al fin universal de los hombres".
El texto de Kant es claro: "La determinación de la felicidad es lo primero en el terreno de la sagacidad, pues todavía existe una gran controversia sobre si la felicidad consiste en detentar cosas o en adquirir prestigio (...)
La formulación más adecuada no es siempre que quieras ser feliz, has de hacer esto o aquello, sino porque cada cual quiere ser feliz -lo que se presupone a todos y cada uno- tiene que observar esto y aquello."3 De modo que identificar en qué consista la felicidad será lo primero que habrá de proponerse el hombre sagaz.
Por ello Kant es claro y directo al manifestar que la felicidad no puede constituirse en principio de la moralidad. Tampoco puede ella constituir, a partir de los elementos que le sean reconocidos como propios, un criterio definitivo al cual los hombres puedan acudir en busca de ayuda a la hora de discernir y decidir acerca de situaciones o problemas morales: "la sagacidad no puede proporcionar regla a priori alguna, sino a posteriori. Por ello no sirve como regla para todas las acciones"4; "la moralidad no se basa en principio pragmático alguno, ya que es independiente de toda inclinación.
Si la moralidad tuviera algo que ver con las inclinaciones, los hombres no podrían coincidir en la moralidad, pues cada cual buscaría su felicidad de acuerdo con sus inclinaciones"5; "la felicidad no es la principal motivación de todos los deberes"6; "la felicidad no es el fundamento, el principio de la moralidad, pero sí es un corolario de la misma"7.
Algo semejante ocurre en la manera como Kant critica, en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), a aquellos que hacen de la felicidad un principio constitutivo de moralidad: precisamente porque "los hombres todos [ya tienen] por sí mismos una poderosísima e íntima inclinación hacia la felicidad, porque justamente en esta idea se reúnen en suma total todas las inclinaciones"8, por eso mismo no puede ésta constituir o fundar moralidad alguna. Si hago algo para ser feliz, no puedo saber si realmente estoy haciendo lo que debo, y si sólo hago lo que me garantiza la felicidad, corro el peligro de hacer muchas cosas que no debiera. Todos sabemos que en más de una ocasión la moralidad nos exige precisamente dejar a un lado nuestras inclinaciones para realizar algo que de una u otra manera va en su contra.
Siendo esto perfectamente claro en el pensamiento de Kant, hay que decir, sin embargo, tras los polémicos pero innegables aportes de la psicología profunda en el siglo XX, que tampoco el actuar en contra de nuestras inclinaciones nos garantiza estar realizando lo moralmente correcto. Si fundar la moralidad sobre la base de la búsqueda de la felicidad es incorrecto, fundarla sobre la base de la infelicidad, entendida esta como la represión de todas o casi todas nuestras inclinaciones, sería no sólo incorrecto sino perverso.
Pero en la misma Fundamentación Kant deja abierta una puerta que hoy nos resulta de gran interés: si bien la felicidad no es fuente de moralidad, la búsqueda y promoción de la propia felicidad, cuando se realiza bajo los parámetros propios y únicos de la moralidad, esto es, cuando se realiza no siguiendo exclusivamente las inclinaciones, sí puede llegar a ser un deber, como dice el mismo Kant, "al menos indirecto"9.
Como lo observa Kant en la Crítica de la razón práctica (1788), "ser feliz es necesariamente el anhelo de todo ser racional, pero finito, y por tanto un inevitable fundamento de determinación de su facultad de desear"10; con ello reconoce Kant un hecho que, a mi juicio, resulta incontrovertible desde el punto de vista psicológico: el contenido de nuestros deseos particulares tiene como fundamento de determinación [Bestimmungsgrund] ese anhelo de felicidad que todo ser racional llega a representarse como suyo.
Toda búsqueda de felicidad se expresa a sí misma en deseos particulares y concretos, y en ello se manifiesta también la estructura práctica de la racionalidad humana: porque quiero ser feliz de esta manera deseo esto o aquello. El asunto con el que nuestro autor tiene que confrontarse es con la posibilidad de mostrar - no de descubrir, ya que hasta el hombre más ignorante es consciente de lo que debe y no debe hacer- una relación adecuada entre la facultad de desear y esa estructura racional.
De hecho nuestros deseos son los deseos de un ser racional, y en ello se diferencian de los deseos o voliciones de otros seres. Nuestros deseos están unidos, de alguna manera, a la representación que tengamos de la felicidad, sea esta vaga o concisa, consciente o inconsciente. Nuestro querer y desear nunca es ciego. Que no siempre estemos en capacidad de asociar nuestros deseos con nuestras representaciones acerca de la felicidad no significa que esta última vaya por un lado totalmente diferente de los primeros.
Significa, simplemente, que tenemos por delante un discernimiento por hacer, y que éste puede ser orientado racionalmente. "En qué haya de poner cada cual su felicidad, es cosa que depende del sentimiento particular de placer y dolor de cada uno (...); en el apetito de felicidad no se trata de la forma de la conformidad a la ley, sino solamente de la materia, a saber, si puedo esperar placer y cuánto placer puedo esperar siguiendo la ley"11.
Kant cree, por tanto, que sólo un vínculo formal entre la facultad de desear y la representación que se tenga de la felicidad puede tener una función normativa para la búsqueda de la felicidad. Sólo un tal vínculo tendría la capacidad de ofrecer preceptos prácticos que, desde el punto de vista de su contenido, no procedan de la felicidad pero que, a la vez, no se olviden de que ella determina, en buena medida, los productos finales de nuestra común facultad de desear.
Quien haya leído la Crítica de la razón pura (1781) hasta el final no podrá sorprenderse con el hecho de que quizás las más interesantes y penetrantes observaciones de Kant acerca de la felicidad se encuentran precisamente en esta su obra magna. La razón de ello está, en mi opinión, en que es en esta obra donde Kant alcanza una visión más completa de todos los problemas de la racionalidad humana, incluidos los asuntos morales, religiosos y políticos. Me refiero a la segunda sección del capítulo titulado "Canon de la razón pura", en donde Kant, a propósito del ideal del bien supremo como principio que determine el fin supremo de la razón (B 832/A804) propone las tres célebres preguntas que a su juicio contienen todo el interés de la razón: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me es permitido esperar? Kant considera que la primera de estas preguntas es sólo teórica o especulativa, la segunda es exclusivamente práctica, y la tercera es a la vez práctica y teórica. Sorprende, sin embargo, que es en torno a la segunda y a la tercera pregunta que cabe hablar filosóficamente de la felicidad.
En otras palabras, la felicidad es un asunto práctico
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