Tratamiento
lilipinkis12310 de Junio de 2015
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A fines del siglo XIX, Sigmund Freud publicó el caso de la curación de una paciente por medio de sugestión hipnótica.
Se trataba de alguien a quien él conocía desde hacía muchos años y que pudo seguir observando varios años después.
Un caso de cura por hipnosis
Era una mujer joven, dotada de excelentes cualidades, de carácter sereno y tranquilo y que jamás había dado la impresión de sufrir de nerviosismo alguno.
Su madre y su hermana eran perfectamente sanas, sin embargo un hermano había padecido de joven de una neurastenia, cuya etiología, pudieron haber sido las dificultades sexuales propias de la pubertad, la dedicación excesiva al estudio y las exigencias de los exámenes; que dieron lugar a una serie de trastornos fisiológicos que finalmente se transformaron en una alteración de su carácter que lo convirtieron en poco menos que un inválido.
Esta paciente, en la oportunidad de tener su primer hijo, había decidido con mucho entusiasmo criarlo sin ninguna ayuda, con el deseo de ser una buena nodriza.
Pero, a pesar de que estaba en perfectas condiciones físicas, tuvo poca leche, le dolían mucho los pechos cuando el bebé succionaba, perdió apetito y el sueño y se sentía todo el tiempo muy excitada.
Luego de catorce días, como todos los intentos de amamantar normalmente a su hijo fueron vanos, aceptó contratar los servicios de un ama de leche y le desaparecieron de inmediato todos sus síntomas.
Después de tres años, tuvo su segundo hijo y volvió a sufrir los mismos trastornos post parto ante la experiencia de la lactancia, esta vez aún más penosos.
Se sentía tan deprimida por esta situación que la familia resolvió consultar a los prestigiosos doctores Breuer y Lott, quienes aconsejaron como última tentativa para lograr la lactancia materna, el método de la sugestión hipnótica.
Fue entonces que Freud fue citado por estos médicos para practicarle hipnosis, técnica que no ofrecía confianza a la familia ni ninguna expectativa favorable.
La joven estaba furiosa por no poder amamantar a su hijo y ese día, para no vomitar, no ingirió ningún alimento; sin embargo, su estómago estaba dilatado y podía sentir sus contracciones.
Freud procedió a hipnotizarla, fijando su mirada en sus ojos y tratando de inducirle el sueño, lográndolo después de tres minutos; y en ese estado recuperó su expresión tranquila habitual.
Freud le habló, tratando de convencerla de que era una excelente nodriza y que su hijo crecería perfectamente sano; que su estómago ya funcionaba muy bien y que se despertaría con gran apetito.
Efectivamente, cuando despertó, la paciente no recordaba nada de lo sucedido durante la hipnosis, pero esa misma noche cenó normalmente durmió profundamente y pudo alimentar a su hijo sin ninguna dificultad.
Sin embargo, al día siguiente, al mediodía, le volvieron los síntomas y los mismos problemas para dar de mamar a su bebé.
Freud la sometió a hipnosis por segunda vez, pero en esta oportunidad con mayor energía; y en su tercera visita ya no necesitó hipnotizarla porque se encontraba perfectamente bien; y de hecho le dio de mamar a su hijo durante ocho meses.
En el tercer embarazo ocurrió exactamente lo mismo y con la segunda sesión de hipnosis desapareciendo los síntomas.
Según Freud, el mecanismo psíquico que suprimió la sugestión hipnótica fue una representación ligada a la emoción de una exagerada expectativa, debido a la importancia que tenía para esta paciente el hecho de amamantar a su hijo y su inseguridad subjetiva.
Esta situación hizo surgir una serie de representaciones penosas, contrastantes con el propósito.
Freud consideró a esta paciente una histérica ocasional, que tiene el firme propósito de alimentar a su bebé pero también la voluntad contraria, que resulta superior a su deseo consciente, que es lo que le provoca todos los síntomas para eludir esa obligación, dualidad que para ella es incomprensible.
En las neurosis de fracaso se presentan también estas representaciones como una tendencia pesimista y una depresión anímica.
En la neurastenia la persona ejecuta la acción pero acuciada por la duda y los miedos.
Fuente: “Sigmund Freud – Obras Completas” Tomo I, capítulo IV “Un caso de curación hipnótica”, página 22.
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Señores: Han pasado unos ocho años desde que, a pedido del lamentado presidente de esta casa, el profesor Von Reder, tuve la oportunidad de hablar aquí sobre el tema de la histeria. (ver nota) Poco antes (1895), en colaboración con el doctor Josef Breuer, yo había publicado los Estudios sobre la histeria, donde, sobre la base del nuevo conocimiento que debemos a este investigador, intenté introducir un nuevo modo de tratamiento de las neurosis. Afortunadamente puedo decir que los empeños de nuestros Estudios tuvieron éxito; las ideas que ahí sustentábamos acerca del efecto producido por los traumas psíquicos a través de la retención de afecto, la concepción de los síntomas histéricos como resultados de una excitación trasladada de lo anímico a lo corporal, ideas para las cuales habíamos creado los términos de «abreacción» y «conversión», hoy son conocidas y comprendidas universalmente. No hay -al menos en los países de habla alemana- ninguna exposición de la histeria que no las tenga en cuenta hasta cierto punto, y no existe especialista que no comparta esta doctrina al menos en un tramo. ¡Y ello a pesar de que esas tesis y esos términos, cuando todavía eran novedosos, sonaban bastante extraños!
No puedo decir lo mismo del procedimiento terapéutico que propusimos a nuestros colegas simultáneamente con nuestra doctrina, el cual todavía hoy sigue luchando por su reconocimiento. Quizá puedan aducirse razones especiales para ello, En aquel tiempo, la técnica del procedimiento aún no había sido desarrollada; no pude proporcionar al lector médico del libro las indicaciones que lo habrían habilitado para realizar por sí mismo un tratamiento de esa clase. Pero sin duda influyen también razones de naturaleza más general.
La psicoterapia sigue pareciéndoles a muchos médicos un producto del misticismo moderno, y por comparación con nuestros recursos terapéuticos físico-químicos, cuya aplicación se basa en conocimientos fisiológicos, un producto directamente acientífico, indigno del interés de un investigador de la naturaleza. Permítanme ustedes, entonces, que defienda aquí la causa de la psicoterapia y ponga de relieve lo que en ese juicio adverso ha de tildarse de incorrecto o de erróneo.
En primer lugar, les recordaré que la psicoterapia no es un procedimiento terapéutico moderno. Al contrario, es la terapia más antigua de que se ha servido la medicina. En el instructivo libro de Löwenfeld, Lehrbuch der gesamten Psychotherapie [1897], pueden averiguar ustedes los métodos de que se valía la medicina primitiva y la de los antiguos. Se verán precisados a clasificarla en buena parte como psicoterapia; con miras a la curación, se inducía en los enfermos el estado de «crédula expectativa», que todavía hoy nos presta idéntico servicio. Y aun después que los médicos descubrieron otros recursos terapéuticos, los empeños psicoterapéuticos de una u otra clase nunca desaparecieron de la medicina. (ver nota)
En segundo lugar, les llamaré la atención sobre lo siguiente: los médicos no podemos renunciar a la psicoterapia, aunque más no sea porque la otra parte que debe tenerse muy en cuenta en el proceso terapéutico -a saber: los enfermos- no tiene propósito alguno de hacerlo. Conocen ustedes los esclarecimientos que sobre este punto debemos a la escuela de Nancy (Liébeault, Bernheim). Un factor que depende de la disposición psíquica de los enfermos viene a influir, sin que nosotros lo busquemos, sobre el resultado de cualquier procedimiento terapéutico introducido por el médico. Casi siempre lo hace en sentido favorable, pero a menudo también en sentido desfavorable. Hemos aprendido a aplicar a este hecho la palabra «sugestión», y Moebius nos ha enseñado que la falta de confiabilidad de que acusamos a tantos de nuestros métodos de curación se retrotrae justamente a la influencia perturbadora de este poderoso factor. Nosotros, los médicos, todos ustedes, por tanto, cultivan permanentemente la psicoterapia, por más que no lo sepan ni se lo propongan; sólo que constituye una desventaja dejar librado tan totalmente a los enfermos el factor psíquico de la influencia que ustedes ejercen sobre ellos. De esa manera se vuelve incontrolable, indosificable, insusceptible de acrecentamiento. ¿No es entonces lícito que el médico se empeñe en apropiarse de ese factor, servirse deliberadamente de él, guiarlo y reforzarlo? A esto, y sólo a esto, los alienta la psicoterapia científica.
Y en tercer lugar, señores colegas, los remitiré a una experiencia conocida de antiguo: ciertos trastornos, y muy en particular las psiconeurosis, son mucho más accesibles a influencias anímicas que a cualquier otra medicación. No es un dicho moderno, sino una vieja sentencia de los médicos, el de que a estas enfermedades no las cura el medicamento, sino el médico; vale decir: la personalidad del médico, en la medida en que ejerce una influencia psíquica a través de ella. Sé bien, señores colegas, que gustan ustedes mucho de aquella opinión a que el esteta Vischer dio expresión clásica en su parodia del Fausto:«Yo sé que lo físico suele
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