Violencia Escolar
caros2368 de Junio de 2012
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El tema de la violencia es uno de
los que con más fuerza se han
instalado en los últimos tiempos
en la agenda social. Los episodios
de conocimiento público y su
difusión a través de los medios de
comunicación lo han constituido
en un fenómeno altamente visible.
Es cierto que todo hecho de violencia
impacta intensamente en
la opinión pública, sin embargo
este impacto aumenta cuando
ocurre donde menos se lo espera:
tal es el caso de la escuela.
La fuerza con que un hecho de
violencia en la escuela impacta en
la opinión pública genera un
campo de visibilidad en torno a él.
Por un lado, esto es positivo. No
se puede abordar ni intentar solucionar
aquello que no se ve. Pero,
por otro lado, como todo foco, ilumina
ciertas áreas y deja otras en
penumbras, lo que obstaculiza
que lo sucedido sea analizado
dentro de marcos que permitan
dar cuenta de su complejidad.
En primer lugar, es imprescindible
establecer la diferencia entre
violencia escolar y violencia en la
escuela. Por violencia escolar nos
referimos a aquella que se produce
en el marco de los vínculos
propios de la comunidad educativa,
en el ejercicio por parte de los
actores de los roles que allí se le
asignan (padres, alumnos,
docentes, directivos, otros). En
cambio, cuando hablamos de violencia
en la escuela nos referimos
Violencia en las escuelas
a aquellos hechos que tienen a
esta institución como escenario,
pero no son producto de las prácticas
que en ella se desarrollan.
Si tenemos en cuenta esta diferencia,
podemos afirmar que los
hechos recientes de mayor
impacto en la opinión pública
(como el de Carmen de
Patagones) son hechos de violencia
en la escuela, no de violencia
escolar. Y en este sentido, su
análisis requiere considerar el
contexto social ya que excede
ampliamente los límites de la institución
educativa.
Hay que hacer referencia al
modelo económico-social que se
impuso en nuestra sociedad en la
década de los 90. “Las políticas
económicas y sociales llevadas
adelante en este período significaron
el surgimiento de amplios
sectores de ‘nuevos pobres’, en
condiciones crecientes de vulnerabilidad
o, directamente, exclusión.”
1 Así lo demuestra el
aumento de los índices de desocupación
y de personas por
debajo de la línea de pobreza
entre 1992 y 2002.
“Este proceso tuvo una de sus
principales expresiones en el
aumento de la anomia y la violencia
social, en el marco de un
Estado que contaba cada vez con
menos condiciones de intervención
y legitimidad para generar
estrategias de integración
social”.2
No es de extrañar, entonces, que
el incremento de la violencia
estructural, relacionada con las
condiciones económicas y sociales
antes mencionadas, se manifieste
en un incremento de la violencia
personal en todos los ámbitos
e instituciones de nuestra
sociedad, entre ellas la escuela.
Paralelamente, “este proceso de
exclusión creciente del mercado
de trabajo y del acceso a los
bienes no significó un incremento
de la deserción de la escolaridad
primaria y, por el contrario, fue
simultáneo a la inclusión de nuevos
sectores sociales, la mayor
parte
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