EL PECADO: TRABAJO EXEGETICO-TEOLOGICO
MauriDuranTrabajo22 de Mayo de 2019
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EL PECADO: TRABAJO EXEGETICO-TEOLOGICO [pic 1]
DE ROMANOS 5:12-20[1]
Flavio Rivas
Introducción
El tema del pecado y sus consecuencias es introducido en el capitulo cinco por medio del uso de un paralelismo contrastante entre Adán y Cristo, la obra de cada uno y sus respectivos resultados. Este paralelismo parece ser la fresa en el pastel que completa el discurso sobre el tema de justificación que se encuentra en el contexto mediato anterior a esta porción; en este sentido Witmer afirma: “Una cosa que le faltaba hacer a Pablo, era presentar un paralelismo sobre la obra de Cristo (y sus resultados en la justificación y reconciliación) y la obra de otro hombre, Adán (y sus resultados en el pecado y la muerte).[2] La introducción del apóstol en el versículo 12 es iniciada por la frase “por esto” del griego Διὰ τοῦτο, que se acompaña de la conjunción subordinante ὥσπερ “como”, la cual abre la puerta a esta fascinante explicación de la forma en la que Dios justifica y reconcilia al mundo con el mismo. Aunque el tema de este trabajo es el pecado, este no puede estudiarse sin el contraste que el texto ofrece en contraposición al don de Dios y sus efectos, por eso aquí no se dejara de lado. Además, antes de entrar en detalle será conveniente revisar el contexto histórico de la epístola y algunas características de la iglesia en Roma.
La única semejanza entre Adán y Jesucristo
La manera en que se comunicaron, tanto el pecado como el don de Dios en el mundo, fue “por un hombre” (5:12). Por un lado Adán y por el otro Jesucristo, ambos hombres conectados con la creación; específicamente con la tierra, a través de sus propios cuerpos humanos. Así como Adán pudo comunicar el pecado y sus consecuencias a dicha esfera, también Cristo necesito de un cuerpo que fuera parte de ella para efectuar la comunicación de su don. Adán fue creado del polvo de la tierra (Gn 2:7), y al morir allí debía volver. La palabra usada en el hebreo para tierra es אֲדָמָ֔ה y para hombre es אָדָ֗ם; ambas provienen de la misma raíz, sugiriendo la relación esencial que existe entre el género humano y la tierra, ubicándolos dentro de una misma esfera; proveyendo así la posibilidad de entrada del pecado por medio del hombre a ella. La sintaxis griega parece confirmar esto por la combinación del uso de la preposición εἰς más el acusativo τὸν κόσμον.[3]
El tema de la introducción del don de Dios en el mundo es retomado en el versículo 15, cuando el apóstol menciona “el don de Dios por la gracia de un hombre”; este por supuesto es “Jesucristo”, implicado aquí en su hipostasis, sin la cual no habría podido transmitir los resultados de su obra al género humano y aun a la creación. Si Adán por medio de su naturaleza humana transmitió, por su transgresión el pecado a la humanidad; Cristo también por su naturaleza humana inmolada en la cruz, introduce el elemento judicial necesario para la justificación de la raza humana y por lo tanto su reconciliación con Dios. Talvez sea una de las únicas semejanzas entre Adán Y Cristo en este pasaje, como bien apunta Ceballos: “Adán es un tipo de Cristo porque tiene en común con él una influencia determinante en todos los que vinieron después”.[4] Un tipo no es igual en todo, existen entre Adán y Jesucristo diferencias sustanciales y radicales; pero, en medio de estas, debe considerase su similitud humana.
Constable afirma que el apóstol ve a Adán y a Cristo como las cabezas federales de dos grupos de personas. Una cabeza federal es una persona que actúa como la representante de muchas otras y cuyas acciones resultan en consecuencias que las personas a quien representa inevitablemente experimentan. En este pasaje, Pablo no está mirando lo que un pecador individual ha hecho, lo que fue su interés previamente. En vez de eso, mira el traspase de Adán, es decir caída, y el acto de justicia de Jesucristo, es decir su muerte, y las consecuencias para aquellos afectados por sus actos. El pecado se da no solamente porque se cometieron actos de pecado, sino además porque el pecado de Adán corrompió la raza humana e hizo el pecar inevitable para sus descendientes. El acto de Cristo hizo a todos los que confían en él justos aun a pesar de sus propias obras.[5]
Las diferencias entre Adán Y Cristo
Los versículos del 15 al 19, marcan el contraste entre Adán y Cristo en relación a sus obras. Parece ser que la relación no es un paralelo, sino más bien una antítesis entre estos personajes. No puede haber comparación entre ellos más allá de que los dos eran hombres e influenciaron a la humanidad con su obra. Como dice Stott citando a Andeers Nygren: “Allí están Adán y Cristo, como las respectivas cabezas de las dos eras. Adán es la cabeza del antiguo periodo, la era de la muerte; Cristo es la cabeza del nuevo periodo, la era de la vida”.[6] Por esta razón Pablo introduce la frase “el don de Cristo no fue como la transgresión”, como tratando de ser muy claro en el hecho de que la similitud mencionada no debe guiar al lector en pensar en otras similitudes. El pecado nunca estuvo en Cristo ya que él fue sin mancha, el pasaje atribuye la responsabilidad del mismo a Adán y a la humanidad como receptora y practicante del mismo.
Transgresión vs. Don
Como establece Stott, La naturaleza de las acciones es diferente.[7] Por un lado la transgresión de Adán, del griego παραπτώματι; fue un tropiezo, una desviación del camino que Dios había diseñado para él. Esta caída significa que Adán tomo la decisión de seguir un camino diferente con todas las implicaciones que esto conlleva. En contraste, el “don” que viene “por la gracia de un hombre, en griego χάριτι τῇ τοῦ ἑνὸς ἀνθρώπου Ἰησοῦ Χριστοῦ (Vrs.15), hace alusión a la obra de Cristo, la decisión que le llevo a la cruz por amor a la humanidad. Este contraste tan disparejo sirve como base al apóstol para desarrollar lo que falta de su argumentación. En el versículo 17, Pablo vuelve a contrastar la transgresión de Adán, esta vez lo hace con la justicia. Puede entonces concluirse que la acción de Cristo además de ser un don proveniente su gracia, es también una acción de justicia en beneficio de la humanidad.
Desobediencia vs. Obediencia
Dentro de la línea de la naturaleza de las acciones de los personajes en estudio, el versículo 19 pone en relieve el tema de la desobediencia de Adán, contrastándola por supuesto, con la obediencia de Cristo. Granfield, en este sentido aporta lo siguiente:
Se puede entender este versículo como indicación de una etapa intermedia tanto entre el delito de Adán y la condenación de los muchos, como también entre el perfecto cumplimiento de Cristo de los requisitos divinos y la posesión de los muchos de esa justa posición que significa vida eterna al final.[8]
Los requisitos divinos cumplidos por Cristo demandaban la encarnación del λόγος y su posterior camino a la cruz, como bien lo describe filipenses en 2:6-7:
El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.[9]
Es, definitivamente incomparable la acción de Adán, una transgresión; con todas las maravillosas implicaciones de la obra de Cristo y su camino de obediencia a la cruz.
Los resultados de las Acciones de Adán y Cristo
El tópico del reinado, la constitución judicial delante de Dios y las consecuencias escatológicas de las respectivas acciones de Adán y Cristo enmarcan sus resultados con implicaciones que actúan a través de todo el cuadro de la historia de la salvación y su manifestación futura. Con respecto a la cuestión del reinado, la consecuencia se manifiesta en el reinado de la muerte; el versículo 17 dice: “Pues si por la transgresión de un solo reino la muerte”. Indicando el texto, como por el pecado entro la muerte como consecuencia inseparable a la humanidad; Barth magistralmente comenta:
Lo que vino al mundo, a través de un solo pecador, significa, por un lado, que, por medio de este uno la muerte alcanzo la soberanía regia. El hombre aparece, pues, aquí como doliente, como negado, como robado. Aparece atado a una cadena que, comenzando en el primer hombre, llega hasta el último; está determinado por un antes y un después visible que, como totalidad (causalidad), significa precisamente aquel destino de muerte que caracteriza a su mundo. Un destino físico, psíquico, una necesidad mecánica lo lanza a la órbita de una seguridad carente de sentido, a la órbita de una seguridad carente de fundamento y a la decepción imparable, a la órbita de la juvenilidad cuestionable y la senilidad indiscutible, a la órbita de cortocircuitos optimistas y pesimistas. El no puede vivir porque no puede querer. No puede querer porque no es libre, carece de finalidad libre porque es mortal, solo mortal. Esta sentencia pende sobre las cabezas de la humanidad, en todo instante cronológico, como espada de Democles.[10]
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