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COMO GUARDAR EL SABADO


Enviado por   •  6 de Febrero de 2013  •  2.239 Palabras (9 Páginas)  •  461 Visitas

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Cómo guardar el sábado

El tema que nadie quiere tocar por temor a ser considerado legalista.

Con la boca bien abierta, estoy sentado en el consultorio del dentista, y escucho la charla informal entre él y su asistente. Están hablando acerca de un matrimonio joven, uno de cuyos integrantes pa¬rece ser el hijo del dentista. La pareja está por tener un bebé, y la asistente quiere saber cómo están.

-¿Cómo le fue a su hijo en la re¬ciente tormenta de nieve? -preguntó la asistente.

-Mal -respondió lacónicamente el dentista.

-¿Por qué?

-Bueno, no limpió la nieve de la entrada del garaje hasta el domingo de tarde.

-¿No tenía una pala para hacerla?

-Sí, tenía una. Pero, como sabes, ellos no limpian la nieve en sábado.

-¿Qué?

-Podría haberla limpiado el sábado de noche, pero por alguna razón no lo hizo. Así que, cuando fui a visitarlos el domingo, ya se había endure¬cido...

-Bueno, pero ¿no tuvieron que usar el auto?

-Ellos no usan el auto en sábado. Yo lo hago, pero ellos no.

-¡Oh!

-Supongo que si el bebé nace en sábado no nos enteraremos hasta el sábado de noche o el domingo.

-¿Por qué?

-Ellos no usan el teléfono en sábado.

-Pero ¿cómo irían al hospital?

-Ah, en ese caso usarían el auto, porque sería una emergencia.

Mientras yo escuchaba, no podía dejar de pensar cuánto más libera¬les somos nosotros, adventistas, en nuestra observancia del sábado, com¬parados con los judíos ortodoxos (y, además, en mi opinión, cuánto más razonables somos).

Pero ¿no existe la otra cara de la moneda en este tema?

Oscilación pendular

Cuando Jesús vino, encontró a una nación plagada de una multitud de reglas humanas respecto del sá¬bado, creadas para proteger el santo día. Recientemente, mientras leía el Evangelio de Juan, tuve que sacudir la cabeza como si no hubiera leído el pa¬saje cien veces antes. Era la deprimen¬te escena en el Estanque de Betesda, donde "yacía una multitud de enfer¬mos, ciegos, cojos y paralíticos" (Juan 5:3). Al mirar ese sombrío espectácu¬lo, Jesús descubrió a un hombre que hacía 38 años que estaba paralítico, lo sanó y le ordenó: "Levántate, toma tu lecho, y anda" (vers. 8).

¿Cuál habrá sido la reacción de los líderes religiosos ante este hecho asombroso? ¿Regocijarse al ver al hombre que hasta entonces había estado enfermo, ahora desbordando salud radiante? Solo había un pro¬blema: el emocionante incidente que había restaurado esa vida había ocu¬rrido en sábado. "Es día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho"; le dijeron al hombre radiante. "¿Quién es el que te dijo: Toma tu lecho y anda?" (Juan 5:10, 12).

¡Increíble! En lugar de estar mudos de asombro y gozo, estaban tratando de matar al que había transgredido una de las reglas humanas que ellos habían inventado para el sábado.

Esa clase de mal uso del sábado nos ha hecho temer cualquier discu¬sión sobre la observancia del sábado. Pero la sabiduría está en saber cuándo el péndulo ha ido demasiado lejos. Si Jesús viniera a nuestro mundo actual, ¿enfatizaría el mismo aspecto del sá¬bado que hace dos mil años? O, muy por el contrario, ¿no nos culparía por hacer a este día santo lo mismo que los judíos de su tiempo habían hecho al Templo?

Deberíamos dar la bienvenida a todos los intentos por rescatar el sábado del legalismo y las reglas hu¬manas ajenas a su espíritu y su pro¬pósito. Pero, con centenares de miles de nuevos miembros que ingresan en la Iglesia Adventista cada año, parece indispensable ocupamos de tanto en tanto del importante tema de la obser¬vancia del sábado. Mi temor es que, si damos por sentado este elemento vital, podría llegar el momento en que nuestra observancia del sábado no difiriera demasiado de la manera en que los demás cristianos observan el domingo.

El sábado en el hogar de la hermana Davidson

De niño fui anglicano y escuché hablar acerca de los adventistas en la pequeña comunidad en la que me crié. Junto con el resto de mi familia, yo los despreciaba. Pero, justo antes de entrar en la escuela secundaria, asistí a algunas reuniones evangeli¬zadoras que ellos realizaron, y quedé impresionado. Para asistir a la escuela secundaria tuve que alejarme de mi hogar y, por pura coincidencia (retrospectivamente, hoy lo llamo providencia), fui a vivir como pensionista al hogar de la hermana Susannah Davidson, una fiel adventista de larga trayectoria en su iglesia local. Allí, por primera vez me encontré cara a cara con la observancia del sábado.

En el hogar de la hermana Davidson, todos tenían algunas tareas para realizar los viernes de tarde. Trabajando juntos con el propósito de tener todo listo para la puesta del sol. Al ponerse el sol, la casa estaba limpia, todos nos habíamos bañado, nuestras ropas estaban listas y ya se había preparado la comida para el sábado; ¬mientras todos nos reuníamos alre¬dedor del piano en la sala, para el cul¬to de recepción del sábado, el aroma del pan recién horneado llenaba toda la casa (haciéndonos agua la boca y recordándonos que la cena vendría inmediatamente después). Como al¬guien que comenzaba a aprender qué es guardar el sábado, no podría haber tenido un mejor ejemplo.

El sábado era el momento para usar las mejores ropas, no importa lo que uno tuviera. La forma en que uno se vestía mostraba que estimaba tanto el sábado como para guardar lo mejor que tenía para ese día. Y era conside¬rado parte de una buena observancia del sábado ir a la iglesia oliendo a limpio. Cuando Elena de White dijo que los

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