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Como Responder Al Amor De Dios


Enviado por   •  15 de Noviembre de 2013  •  4.547 Palabras (19 Páginas)  •  2.283 Visitas

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Leer | JUAN 3.16

Febrero 15, 2012

Dios tiene que ser fiel a sí mismo. Es insensato tener la esperanza de que Él no tomará en cuenta la justicia, y que renunciará a la santidad para dejar que los incrédulos tengan entrada al cielo. Vivir una vida de moralidad, por muy grande que ésta sea, no va a satisfacer a un juez justo.

Por mucho que el Señor nos ame y quiera salvarnos de nuestros pecados, Él no puede negar su santidad aceptando al pecado en su presencia. El Padre celestial es la perfección pura, un Ser sagrado que, por su naturaleza misma, tiene que condenar todo pecado. Por consiguiente, el colmo de la egolatría es pensar que Dios infringirá su ley y su naturaleza para dar la bienvenida a quien siga teniendo la mancha del pecado.

No hay ni una sola persona que sea suficientemente buena para entrar en el cielo por méritos propios. Cada uno de nosotros necesita a Jesús. La mancha del pecado es quitada solo por el sacrificio del santo e inmaculado Hijo de Dios. Quienes aceptan a Cristo reciben el perdón de sus pecados, y son vestidos con su justicia (2 Co 5.21).

Quiero dejar muy claro que creer en Jesús es mucho más que aceptar intelectualmente su existencia; eso es algo que hasta el diablo reconoce. Un creyente verdadero es quien tiene una relación con Aquel que lo amó lo suficiente para salvarlo del castigo eterno.

Quienes siguen envueltos en pecado, no pueden entrar en el cielo. La naturaleza santa de Dios exige perfección, y puesto que no podemos ofrecerla por nosotros mismos, el Señor la ha dado a todos los que le reciben a Él. Cristo ha cambiado nuestras ropas sucias por un manto de justicia (Zac 3.4)

Estaba conversando hace un tiempo atrás con un amigo en relación a nuestra amistad con Dios. Mi amigo me decía que él no le preocupaba esta relación porque haga lo que haga Dios le ama. Entonces yo le conteste que , yo si me preocupa, me preocupa por las veces que no le correspondo, me preocupa porque amor se paga con amor. Si Dios me ama El merece mi amor, no solo de palabra sino de acciones también, aunque a veces peco, y no hago lo que me pide.

Se acuerdan la conversación de Jesús con Pedro cuando le pregunto’: ¿Pedro me amas? Y Pedro contesto, Tu sabes que te quiero, ¿Pedro me amas? Tu sabes que te quiero, ¿Pedro me amas? Tú lo sabes todo (Evangelio según San Juan 21,15-19). Para mí en esa pregunta Jesús no se lo hace solo a Pedro sino a mí, y a ti querido lector. La respuesta del hombre sobre el amor es tan importante como el amor recibido de Dios.

¿Cómo respondemos a este amor? Como Pedro, que entiende que el hecho de que Jesús se lo pregunte tres veces, es porque sabe que no le esta amando como El le ama. Por eso hermanos, no basta que Dios me ame, es importante que yo le corresponda con la misma firmeza con que El me ama, para que su amor se encarne en mí, y se haga visible en mi.

El amor de Dios no es una carta abierta a nuestros caprichos, no es para que hagamos lo que nos dé la gana, sin importar nada las consecuencias de nuestras acciones en relación a Él y a los demás.

El amor exige corresponsabilidad; cuando decimos que Dios nos ama, se espera de que nosotros le tratemos de amar un poco más, porque claramente, no podemos amarlo como El nos ama, pero debemos tratar de marlo con toda nuestras fuerzas, nuestras mentes y con todo lo que tenemos.

No es justo que nuestro amor sea como aquel mal marido, que abusa de su esposa por la simple razón de que ella le ama, jacta de ese amor, pero no sabe que eso le exige la misma respuesta, y en vez de amar con la misma intensidad, comete barbaridades en el nombre del amor que su esposa le tiene. El amor incluido el amor de Dios, es y debe ser correspondido.

Que Dios les bendiga y la Virgen les ampare siempre.

Como buen judío Jesús aceptó y predicó el primer y fundamental «mandamiento»: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12,30 y par. Mt 22,37 y Lc 10,27) tal como aparece en Dt 6,5. En ello no es innovador, como cabía esperar. Su aportación más nueva es añadir a este mandamiento el segundo sobre el amor del prójimo, vinculando íntimamente ambos mandatos. También lo es la más honda motivación que presenta de la relación con Dios que se llama amor.

Es necesario profundizar en el sentido de este «mandamiento» del amor a Dios y en la motivación que se acaba de mencionar.

Ya había sido un importante avance veterotestamentario el plantear la relación con Dios en términos de amor y no sólo ni principalmente de temor y obediencia.

Aunque el amor esté formulado como mandamiento, es fácil advertir, como sucede con el «mandamiento» del amor a los demás, que difícilmente puede tratarse de una orden en sentido estricto. Cuando se trata del amor, es decir, de una relación análoga a la del amor interhumano, no se puede imponer o mandar. Ya en la teología del Deuteronomio —el libro que más claramente plantea la relación de Israel con su Dios en términos de amor— el primer mandamiento de amar a Dios está en el contexto de los múltiples beneficios que Yahveh ha hecho a su pueblo como señal y realización de la peculiar relación que ha tenido y tiene con él. El amor a Dios es, pues, responder en la misma moneda y está motivado por el previo amor de Dios al pueblo.

Hay, además, muchos otros textos donde, de un modo u otro, aparece la relación primera de Dios con el ser humano, prevalentemente con el judío o el pueblo de Israel, en forma de amor, interés, cariño...

De este modo parece claro que el mandamiento, más que propiamente tal, es un modo de formular sintéticamente la necesaria respuesta a la actitud de Dios hacia el ser humano.

En la misma línea, mucho más profundizada y universalizada, se mueve el Nuevo Testamento siguiendo y desarrollando el mensaje de Jesús.

Este mensaje puede resumirse diciendo que presenta una imagen relativamente nueva de un Dios que está incondicionalmente a favor del ser humano con independencia de lo que éste sea y haga, un Dios al que podemos y debemos llamar Padre, mejor, «Abbá», o sea, «papá». En la base de esta predicación está la experiencia del Padre que el Jesús histórico tiene y comunica a los demás para que también ellos la experimenten y vivan sus consecuencias.

Ello, siempre por analogía con la realidad humana, implica una determinada actuación previa de Dios hacia los seres humanos en la línea del amor y que requiere, por ende, una respuesta recíproca.

Evidentemente

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