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Desarrollo Intercultural


Enviado por   •  8 de Julio de 2014  •  5.318 Palabras (22 Páginas)  •  208 Visitas

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EL DIALOGO INTERRELIGIOSO E INTERCULTURAL

El diálogo entre las religiones se ha convertido, casi de manera acelerada, en uno de los problemas fundamentales de la teología y, en general, del pensamiento religioso actual. No podía ser de otro modo, puesto que en realidad no es más que una componente dentro de un proceso global que afecta a la marcha del mundo en su conjunto. Desde la “época de los descubrimientos” se rompió de manera irreversible la ingenua inocencia de una cultura que se creía, de manera espontánea e irrefleja, idéntica con el mundo. La ecumene era el planeta; y el Mediterráneo, su centro. Tenía, eso sí, conciencia de una periferia que en círculos concéntricos se abría hacia el exterior. De los bordes más externos había noticias y se sabía de su existencia; pero no contaban vitalmente, y carecían de vigencia cultural y religiosa a la hora de plantearse los problemas.

Eso ha cambiado de manera radical. El planeta se unifica, y lo lejano se ha hecho próximo; la noticia remota se ha convertido en contacto inmediato y muchas veces, en convivencia efectiva. El etnocentrismo cultural y sobre todo el exclusivismo religioso no podían sostenerse, aplastados por el peso de su propia inverosimilitud y aun de su evidente inhumanidad. Cuando el mundo se identificaba, en el fondo, con la propia casa en el espacio y con la propia historia en el tiempo (seis mil y pico años en total), era posible pensar que “fuera de la iglesia no hay salvación”. Fuera quedaban muy pocos y además prácticamente, si querían, podían entrar (para las excepciones había remedios de urgencia, como el bautismo de deseo y la “iluminación” en el momento de la muerte...). Ahora, sería lógicamente absurdo y humanamente monstruoso seguir pensando lo mismo.

La teología, superadas las lógicas resistencias iniciales, aunque tarde, empezó a caminar. Todavía la figura abarcadora y (demasiado) influyente de Karl Barth supuso un freno con su sobrenaturalísimo dualizante. Pero otros, como Henri de Lubac con su dialéctica de “ateísmo explícito / cristianismo implícito” y sobre todo Karl Rahner, con su teoría del “cristianismo anónimo”, abrieron una amplia puerta para los nuevos aires.

En cambio el concilio Vaticano II, no ha hecho más que iniciar un proceso que tiene por delante un amplísimo horizonte, con problemas nada fáciles de resolver. Sobre todo, sigue siempre presente la tensión fundamental entre la universalidad y la particularidad, entre la conciencia de pleno encuentro con Dios en la propia religión y el reconocimiento de un encuentro real también en las demás. De manera muy concreta, en el cristianismo está la afirmación del carácter único, definitivo, de la revelación en Jesús el Cristo y la proclamación de la presencia del Espíritu en todas las religiones.

Por otro lado el diálogo debe prevalecer sobre el monólogo, sin por ello caer en la cacofonía. Es así como, en mi opinión, nacerá este campo de multipolaridad, que es necesario para alcanzar un equilibrio geocultural.

Se afirma a veces que el hecho de defender la diversidad, si se lleva al límite, equivaldría a la momificación o la fetichización de las culturas, transformando así una realidad que, por su esencia, es dinámica e inestable -la cultura- en objeto yerto, puesto en un cuadro, como quien dice. Podemos ver también que acontecimientos del 11 de septiembre y la declaración de «la guerra santa» contra el terrorismo, especialmente contra el gobierno de los talibanes en Afganistán, considerados los sospechosos de los actos contra las Torres Gemelas en N.Y. han cambiado profundamente la coyuntura internacional. En este ambiente la religión, y con ella la teología, aparecen en primera plana de los debates, sorprendiendo al mundo moderno acostumbrado a la indiferencia religiosa y al secularismo racional.

La importancia de la religión ha sido completamente olvidada por los estrategas de las políticas mundiales. La mayoría de los jefes de los Estados en el mundo occidental y de sus consejeros son hijos de la modernidad secularista y discípulos de los maestros de la sospecha que intentó deslegitimar el discurso religioso. Para muchos de ellos la religión es como un fósil del pasado mágico de la humanidad o argumento de quienes no han llegado a la madurez de la razón o de quienes ya la perdieron por la edad. En consecuencia, la religión no tiene por qué entrar en consideración en la estrategia de la política externa mundial.

Esa omisión se ha mostrado doblemente dañina, pues llevó a cometer errores palpables en países como el Líbano, Irán, Palestina y ahora Afganistán, y no se aprecia positivamente la contribución que la religión puede proporcionar en los compromisos con las trasformaciones de los pueblos como se ha mostrado en Nicaragua y en otros países del Tercer Mundo. Actualmente analistas y asesores del Pentágono presentan una nueva comprensión del papel de la religión en la vida de los pueblos, proponiendo un nuevo pensamiento estratégico mundial para sustituir a la «Guerra Fría» por la expresión «Guerra de las Civilizaciones», e identificar así el nuevo estilo de la guerra en el contexto de la globalización. «En el mundo moderno la religión es una fuerza central, tal vez `la fuerza central' que motiva y moviliza a las personas... Lo que en última instancia cuenta para las personas no es la ideología política ni el interés económico; más bien, aquello con lo que las personas se identifican son con sus convicciones religiosa, la familia y los credos. Por estas razones es que las personas están dispuestas a luchar y hasta dar su vida».

De nuevo hay que insistir que la religión y la teología subyacen en los grandes conflictos mundiales como en Irlanda, Yugoslavia, Palestina, Nicaragua..., ahora en Afganistán. Cuando pensábamos que este tema estaba ya superado en la sociedad moderna, los fundamentalismos han vuelto a surgir como en los viejos tiempos de la cultura medieval, lo que pone a la vista su importancia y el papel que las religiones pueden jugar, para bien o para mal, en las transformaciones de las estructuras políticas y en la conquista de la paz mundial. Cada día se hace más necesario y urgente abordar estos temas y en concreto que la teología de la liberación y la teología de las religiones se pongan a dialogar sobre ellos. Esto es lo que explica que los teólogos latinoamericanos de la liberación necesiten ver con más claridad esta relación. El movimiento de liberación no puede ser propiedad de una religión solamente, sino patrimonio de las religiones.

Hoy más que nunca podemos afirmar que la liberación económica y política y especialmente la liberación integral de las personas y de los pueblos, es una propuesta demasiado grande para una sola nación,

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