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Discurso


Enviado por   •  7 de Agosto de 2013  •  Informes  •  2.638 Palabras (11 Páginas)  •  243 Visitas

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Es un gran privilegio estar aquí hoy con todos ustedes, en especial los miembros de la promoción de 2013 y sus familiares y amigos. Deben estar muy orgullosos. Este es un día para el recuerdo, un día para disfrutar. Un día, también, para unirse en el homenaje a quienes hace dos semanas respondieron con tanta valentía frente a la tragedia, incluidos los estudiantes de Northeastern y el personal que proporcionó atención crítica y apoyo a las víctimas del ataque.

Es verdaderamente un honor estar ante ustedes precisamente en el momento en que dejan esta gran universidad y están a punto de comenzar una nueva vida, cuyo guión aún no se ha escrito. Durante los años que pasé en la universidad, me encantaron las graduaciones porque encarnan esos raros momentos de nuestra cultura moderna en los que el ritual, la tradición y un poco de pompa alegran nuestras vidas.

Pero estoy seguro de que muchos de ustedes están bastante preocupados por lo que les deparará el futuro, y quiero decirles hoy que su futuro no solo es incierto, sino que existe la probabilidad abrumadora de que sea mucho más incierto de lo que piensan. ¿Y saben qué?, eso es bueno. Un reciente estudio publicado por un grupo de psicólogos en la revista Science encontró que las personas no son muy buenas en la predicción de su futuro. El estudio mostró que, por ejemplo, las predicciones de una típica mujer de 20 años sobre los cambios en su vida para la década siguiente no eran tan radicales como el recuerdo que tenía una típica mujer de 30 años de lo mucho que había cambiado durante la década de sus 20 años. En otras palabras, las mujeres de 20 años tenían poca idea de lo mucho que iban a cambiar en los siguientes 10 años. Y este tipo de discrepancia persistió entre los encuestados hasta los 60 años.

Los hallazgos de este estudio son en esencia la historia de mi vida. De hecho, incluso antes de que yo naciera, dados los obstáculos a los que se enfrentaban mis padres, nunca hubiera predicho que nacería. Mi padre pasó su infancia en Corea del Norte y a los 19 años escapó a través de la frontera a Corea del Sur, dejando atrás a sus padres, hermanos y hermanas, y todo el resto de su familia, todo lo que conocía. No tenía dinero. Sin embargo, se las arregló para matricularse en la Facultad de Odontología de la Universidad Nacional de Seúl y se convirtió en dentista. Me contó historias acerca de cómo tenía tan poco dinero que a menudo solo podía permitirse comprar el almuerzo a los vendedores ilegales de fideos en la calle. Una vez, cuando estaba comiendo su “ramyun” de contrabando al lado del vendedor, llegó la policía y persiguió a los vendedores y sus clientes. Pero mientras corría, mi padre siguió comiendo sus fideos, porque sabía que no podría pagar otra ración.

Mi madre nació en China, cerca de Shanghái, en una pequeña comunidad de expatriados coreanos. Después de regresar a Corea, en un día que nunca olvidará hacia el final de la guerra coreana, su madre ─mi abuela─ salió a la calle para colgar la ropa y nunca regresó; probablemente fue secuestrada o asesinada por soldados de Corea del Norte. En algún momento de la guerra, cuando tenía 17 años, y mientras las batallas formaban un cerco a su alrededor, mi madre se convirtió en refugiada y, literalmente caminó, cargando a su hermana menor en la espalda, unos 320 kilómetros para escapar de los combates. Por suerte, pudo reanudar sus estudios en una tienda de campaña en la ciudad meridional de Masan. Era una excelente estudiante y tuvo la buena fortuna de recibir una beca de una sociedad secreta de mujeres de los Estados Unidos y pudo inscribirse como estudiante en la Universidad Estatal de Morehead, en Nashville, Tennessee.

A través de senderos casi inconcebiblemente divergentes y poco probables, mis padres terminaron conociéndose a través de amigos comunes que se reunieron en la ciudad de Nueva York durante las vacaciones de Navidad, junto con los pocos cientos de estudiantes coreanos que vivían en los Estados Unidos en ese momento. Se enamoraron, se casaron en Nueva York, donde nació mi hermano mayor, y luego regresaron a Corea.

Yo nací en Seúl y cuando tenía 5 años, mi familia se mudó de nuevo a los Estados Unidos y finalmente se estableció en Muscatine, Iowa. Mi padre abrió su consultorio dental y mi madre se puso a trabajar en su Doctorado en Filosofía de la Universidad de Iowa. A finales de la década de 1960, bajo la influencia de la pasión de mi madre por la justicia social, vimos cómo se desplegaban los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra en nuestra sala de estar en Muscatine. Vivíamos, como se puede ver, la clásica historia americana de la familia coreana que crece en un pequeño pueblo de Iowa. Aceptamos por completo nuestras vidas en el corazón de este gran país.

Como podrán imaginar, no había muchos asiáticos en Iowa en las décadas de 1960 y 1970, pero afortunadamente, uno de los programas más populares en ese momento era Kung Fu, la historia de un ex sacerdote shaolín, mitad chino, mitad estadounidense, que llega a los Estados Unidos en busca de su padre americano. De modo que aunque éramos extranjeros en Iowa en un sentido profundo, al menos, los niños acosadores no nos molestaban porque pensaban que todos los asiáticos sabían Kung Fu, incluso mi hermana, que tenía 3 años cuando nos mudamos a Iowa. Jugué como mariscal de campo en el equipo de fútbol de la escuela secundaria, pero no se impresionen demasiado: teníamos la racha de derrotas más larga de la nación por el tiempo en que terminé de cursar mi último año. Pasaron muchos años sin una sola victoria. Se decía que los abuelos de mis compañeros de equipo habían contribuido a la racha de varias generaciones.

Después de la secundaria, finalmente terminé en la Universidad de Brown, y recuerdo vívidamente un día en particular. Mi padre me recogió en el aeropuerto cuando volví de Providence a Muscatine, y mientras regresábamos a casa, me preguntó, “¿Qué estás pensando estudiar?”

Le dije que me entusiasmaban la filosofía y las ciencias políticas.

Creía que podía marcar una diferencia en el mundo y pensaba dedicarme a la política.

Mi padre accionó el intermitente, salió de la carretera, y apagó el motor.

Se volvió hacia mí en el asiento trasero.

“Mira”, dijo, “cuando termines la residencia médica puedes hacer lo que quieras”.

Como ven, mi padre lo sabía todo acerca de la incertidumbre. Sabía que es imposible estar seguro sobre dónde se puede

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