EL VALOR DEL SILENCIO EN EL MÚSICO
MiltonZa17 de Febrero de 2014
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EL VALOR DEL SILENCIO DEL MÚSICO
Por: Pbro. Milton Sánchez O.
“Tú cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta,
y reza a tu Padre que está en lo escondido
y tu Padre que ve en lo escondido te recompensará”
(Mt.6,6)
1. INTRODUCCION
El silencio es parte fundamental de la música, ¡quién lo creyera!, pues la sucesión de sonidos no es suficiente para lograr una melodía, esta sucesión ha de incluir ciertos momentos de ausencia del sonido para que se entienda mejor la idea musical y se logre un efecto mayor sobre quien escucha. Por eso el silencio no puede dejarse de lado en la música.
“ …así, en la música, de la misma manera que un pintor utiliza la paleta de colores para pintar un lienzo en blanco, los músicos combinan los sonidos y los silencios para crear sus obras. El silencio entre dos notas es como la noche entre dos días, permite un descanso del oyente que le prepara para la siguiente secuencia de sonidos. Son como el sueño y la vigilia, lo real y lo material, el ideal y su plasmación en el mundo. En este caso, un silencio tendrá significados distintos: dar expresividad a la obra o un respiro a los instrumentistas. Aprender a escuchar, aprender a escuchar el silencio” .
Qué sería de las obras musicales sin los silencios que las acompañan, allí se generan suspensos, emociones, tristezas. Nuestro llamado “sabor latino” en la parte rítmica no es otra cosa que la combinación de ciertos sonidos con silencios, así por ejemplo la famosa “clave de salsa” es precisamente una combinación de sonidos y unos silencios que le dan sabor.
Permítanme que inicie esta reflexión con estas alusiones tan técnicas referidas a la música, ya que como músico, pues hablo desde lo que conozco. Pero no quiero quedarme en una lección de gramática o interpretación musical. Tan sólo quisiera resaltar que en éste arte tan universal, el silencio, que no pareciera importante, lo es y de una gran manera. Ahora, cuánto más en la vida diaria y en la vida espiritual de alguien que quiere consagrar su vida a alabar al señor con la música sagrada, el problema es que a veces pareciera que éste no fuera importante.
2. EL SILENCIO EN LA VIDA DEL HOMBRE
Vivimos en un mundo lleno de muchos sonidos, que a la larga se convierten en ruidos que resuenan por aquí y por allá. Basta con ir al centro de una ciudad para ver cómo se conjugan ruidos de toda especie, tantos que no se entiende nada y ni siquiera se puede hablar con tranquilidad. Esta condición ha ido alejando al hombre del silencio, lo ha sumido en una condición de ruido tanto en el exterior, como en el interior. Esto hace que hoy sea difícil “escuchar al otro”, no solo en el sentido de entender sus palabras sino de comprenderlo como persona. Y precisamente el Papá Francisco a este respecto nos precisa que “Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales” .
El Papa Benedicto XVI en el mensaje para la 46 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales celebrada el 20 de mayo de 2012, propuso unas consideraciones interesantes sobre la necesidad del silencio, entre ellas:
Del silencio … brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones.
Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial.
El silencio es precioso para favorecer el necesario discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que recibimos, para reconocer e identificar asimismo las preguntas verdaderamente importantes.
En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona.
No sorprende que en las distintas tradiciones religiosas, la soledad y el silencio sean espacios privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da sentido a todas las cosas.
Estos mensajes, dirigidos de manera especial a los comunicadores sociales del mundo son un llamado a todos, especialmente a los cristianos, para redescubrir el valor y la importancia del silencio en la vida del hombre, ya que como alguien reflexionaba “el bien no hace ruido ni el ruido hace bien”. Pero justamente el mundo de hoy se ha dejado llevar por ese ruido que no hace bien y precisamente lo ha hecho porque en esa condición se puede asumir la vida de una manera superficial.
Habría que detenerse un momento y pensar si detrás de tanto ruido de hoy no se esconde aquel que quiere que el hombre se aparte del camino de Dios y no escuche su voz, ya que desde el mismo comienzo, cuando todo era armonía y comunión perfecta entre Dios y el hombre, entró este ruido a dañar la comunicación y no permitir escuchar (cfr. Gn 3,1-21). De ésta manera “el pecado transformó el diálogo en un pleito: juicio y condenación. Dios interpela. El hombre se excusa y acusa. Dios insiste, el hombre se justifica. Ya no hay diálogo. Cuando las interioridades están enlazadas, la palabra es puente por donde van y vienen los corazones. Cuando los corazones están incomunicados, las mismas palabras son murallas de mayor separación” .
Esta incomunicación, fruto del ruido que hay en el corazón del hombre cuánto daño le ha hecho a nuestro mundo, a nuestra sociedad, a nuestras familias. Pues nadie quiere escuchar a nadie, todos quieren sólo meterse en su ruido y dejar que los demás hablen. Cuánto bien le haría un poco más de silencio a las familias para que los padres escuchen a sus hijos y estos a sus padres, o cuánto bien en la sociedad para aprender a escuchar a los otros y asumirlos como personas. Pero se puede decir que hoy hay un “miedo” al silencio para no escuchar.
Y el daño más grande que le ocasiona al hombre la falta de silencio en su vida es la superficialidad, “es decir el vivir en la superficie de si mismo. Pues en lugar de enfrentarse con su propio “misterio”, muchos prefieren cerrar los ojos, escaparse de si mismos y buscar el refugio en personas, instituciones o diversiones” . De ahí que, especialmente los jóvenes, tengan miedo a la soledad existencial que experimentan al romper una relación afectiva y muchos se lancen al suicidio. La superficialidad de su vida no les permitió asumir algo tan natural para la condición humana.
Y es que no se puede olvidar que “cuánta más interioridad (fruto del silencio), más persona. Cuanta más exterioridad menos persona. Llamando personalización al hecho de ser uno mismo, alguien diferenciado” . Esto será decisivo al momento de entablar relaciones con los demás pues “será difícil relacionarse profunda y verdaderamente, con los demás, si no se comienza por un enfrentamiento a su propio misterio, en un cuadrante inclinado hacia el interior de si mismo” .
3. EL SILENCIO Y EL ENCUENTRO CON DIOS
La invitación de Nuestro Señor Jesucristo sigue resonando hoy en el corazón de todos sus discípulos: “ …Tú cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta, y reza a tu Padre que está en lo escondido y tu Padre que ve en lo escondido te recompensará” . Claramente nos recuerda que es en el silencio, en donde se logra el encuentro con Dios, tal como le mostró a Elías en el Monte Horeb: “tras el terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Y al fuego siguió un susurro de aire. Elías al oírlo se cubrió el rostro con su capa, salió fuera y se quedó de pié a la entrada de la cueva…” . Es justo en esa brisa suave en donde Dios está y no en el fragor del ruido. Jesús mismo es maestro en el encuentro con el Padre a solas y en el silencio de la noche, innumerables pasajes del evangelio nos relatan esta práctica cuotidiana (cfr. Lc. 6,12, Mt.14,13; Mc. 6,46; Jn. 6,15). Si él que era el hijo de Dios requería de éste encuentro, de este silencio, de esta oración ¡cuánto más nosotros no la necesitaremos!
Esta insistencia en el silencio se da porque es allí donde podemos conocer a Dios de manera personal, y tal como nos enseña el catecismo:
Entre todas las palabras de la Revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. “El nombre del Señor es santo”. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2).
Sólo quienes lo conocen podrán hablar de él, sólo quienes han intimado con él podrán entender sus designios y sus revelaciones, pero esto no será posible si en nuestra vida no ocupa un lugar importante el silencio.
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