El Misterio Del Mas Alla
s4a2024 de Marzo de 2014
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Libro: EL MISTERIO DEL MAS ALLA
Autor: Antonio Royo Marín, O.P.
RESUMEN DEL MISTERIO DEL MAS ALLA
PRIMERA CONFERENCIA - EXISTENCIA DEL MÁS ALLÁ
El problema más grande, el más trascendental de nuestra existencia, es el de nuestros destinos eternos.
Precisamente porque el mundo de hoy no se preocupa de sus destinos eternos, sino solo de problemas terreno materialista, que, si Dios no lo remedia, acabarán en un desastre apocalíptico bajo el siniestro resplandor y el estruendo horrísono de las bombas atómicas.
Desde la más remota antigüedad se enfrentan y luchan en el mundo dos fuerzas antagónicas, dos concepciones de la vida completamente distintas e irreductibles: la concepción materialista, irreligiosa y atea, que no se preocupa sino de esta vida terrena, y la concepción espiritualista, que piensa en el más allá.
La primera podría tener como símbolo una sala de fiestas, un salón de baile, un cabaret, y sobre su frontispicio esta inscripción, estas solas palabras: No hay más allá. Placeres, riquezas, aplausos, honores... ¡A pasarlo bien en este mundo! Comamos y bebamos, que mañana moriremos.
Pero hay otra concepción: la espiritualista, la que se enfrenta con los destinos eternos, la que podría tener como símbolo una grandiosa catedral en cuyo frontispicio se leyera esta inscripción: ¡Hay un más allá! O si queréis esta otra más gráfica y expresiva todavía: ¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si al cabo pierde su alma para toda la eternidad?
San Agustín. Un hombre que conocía maravillosamente el problema, que sabía las angustias, la incertidumbre de un corazón que va en busca de la luz de la verdad sin poderla encontrar. Conocía maravillosamente el problema y sabía muy bien que no hay ni pueden haber argumentos válidos contra la fe católica.
Aquellos incrédulos de corazón. No tienen argumentos contra la fe. No creen porque no les conviene creer. Porque saben perfectamente que si creen tendrán que restituir sus riquezas mal adquiridas, renunciar a vengarse de sus enemigos, romper con su amiguita o su media docena de amiguitas, tendrán, en una palabra, que cumplir los diez mandamientos de la Ley de Dios. Y no están dispuestos a ello. Prefieren vivir anchamente en este mundo, entregándose a toda clase de placeres y desórdenes.
Cuando el corazón está sano, cuando no tenemos absolutamente nada que temer de Dios, no dudamos en lo más mínimo de su existencia. ¡Ah, pero cuando el corazón está corrompido...! ¿No os habéis fijado que sólo los malhechores y delincuentes –jamás las personas honradas– atacan a la Policía o la Guardia Civil?
Aunque no tuviéramos la seguridad absoluta, ciertísima que tenemos ahora; aunque no fuera ni siquiera probable, sino meramente posible la existencia de un más allá con premios y castigos eternos, la prudencia más elemental debería impulsarnos a tomar toda clase de precauciones para asegurar la salvación de nuestra alma. Porque, si efectivamente hubiera infierno y nos condenáramos para toda la eternidad, lo habríamos perdido absolutamente todo para siempre. No se trata de la fortuna material, no se trata de las tierras o del magnífico edificio, sino nada menos, que del alma, y el que pierde el alma lo perdió todo, y lo perdió para siempre.
Si resulta que hay infierno, ¡qué terrible chasco se van a llevar los que no piensan ahora en el más allá, los que gozan y se divierten en toda clase de placeres pecaminosos! Aun suponiendo, aun imaginando, que no existe un más allá después de esta pobre vida, ¿qué habríamos perdido con vivir honradamente?
SEGUNDA CONFERENCIA - EL TRANSITO AL MAS ALLA
El momento de transición, del salto al más allá, de la hora decisiva de la muerte.
Pues así como hay dos concepciones de la vida, también hay dos concepciones de la muerte. La concepción pagana, que ve en ella el término de la vida, la destrucción de la existencia humana, la que, por boca de un gran orador pagano, Cicerón, ha podido decir: “La muerte es la cosa más terrible entre las cosas terribles” y la concepción cristiana, que considera a la muerte como un simple tránsito a la inmortalidad. Contemplada con ojos cristianos, la muerte no es una cosa trágica, no es una cosa terrible, sino al contrario, algo muy dulce y atractivo, puesto que representa el fin del destierro y la entrada en la patria verdadera.
Las características generales de este gran fenómeno de la muerte. Son tres, principalmente: ciertísima en su venida, insegura en sus circunstancias y única en la vida. Vamos a comentarlas un poquito.
La muerte es un fenómeno que diariamente contemplamos con los ojos y tocamos con las manos. Nadie puede hacerse ilusiones, nadie se escapará de la muerte. La certeza de la muerte es tan absoluta, que nadie se ha forjado jamás la menor ilusión. Moriremos todos, irremediablemente todos.
Dios no hizo la muerte. La muerte entró en el mundo por el pecado. Pero si la muerte es ciertísima en su venida, es muy incierta e insegura en su hora y en sus circunstancias. Podemos catalogar y dividir las distintas clases de muerte en cuatro fundamentales: muerte natural, prematura, violenta y repentina.
• ¿A qué llamamos muerte natural? A la que sobreviene por mera consunción y desgaste, sin enfermedad alguna que la produzca directamente, es decir, de senectud, de vejez. No se necesita nada más.
• Es una muerte prematura. En la flor de la juventud, en la primavera de la vida, por simple enfermedad, en su cama, se mueren también los jóvenes. No con tanta frecuencia, pero se mueren también.
• Otras veces sobreviene la muerte de una manera violenta. Un agente extrínseco, completamente imprevisto, nos arrebata la vida en el momento menos pensado. Y unos perecen atropellados por un camión; otros, ahogados en el mar; otros, fulminados por un rayo; otros, en un choque de trenes; otros, al estrellarse el avión en que viajaban, etc.
• La cuarta clase de muerte es la repentina, es la que sobreviene por una causa intrínseca que llevamos ya dentro de nosotros mismos. Por ejemplo, una hemorragia cerebral, un aneurisma, un colapso cardíaco, una angina de pecho pueden producirnos una muerte inesperada e instantánea. Cuando menos lo esperamos: hablando, comiendo, paseando, podemos caer como fulminados por un rayo, He ahí la muerte repentina.
Pero lo más serio del caso, es que moriremos una sola vez. Lo dice la Sagrada Escritura y lo estamos viendo todos los días con nuestros ojos. Hay que reflexionar un poco en torno a la preparación para la muerte.
Podemos distinguir dos clases de preparación: una, remota, y otra, próxima.
• Se llama preparación remota la de aquel que vive siempre en gracia de Dios. Al que tiene sus cuentas arregladas ante Dios, al que vive habitualmente en gracia, puede importarle muy poco cuáles sean las circunstancias y la hora de su muerte, porque en cualquier forma que se produzca tiene completamente asegurada la salvación eterna de su alma.
• Preparación próxima es la de aquel que tiene la dicha de recibir en los últimos momentos de su vida los Santos Sacramentos de la Iglesia: Penitencia, Eucaristía por Viático. Extremaunción, e, incluso, los demás auxilios espirituales: la bendición Papal, la indulgencia plenaria y la recomendación del alma.
Combinando y barajando estas dos clases de preparación podemos encontrar hasta cuatro tipos distintos de muerte: sin preparación próxima ni remota; con preparación remota, pero no próxima; con preparación próxima, pero no remota, y con las dos preparaciones.
Primer tipo de muerte. – Sin preparación próxima ni remota, o sea, ausencia total de preparación. Es la muerte de los grandes impíos, de los grandes incrédulos, de los grandes enemigos de la Iglesia; la muerte de los que no se han contentado con ser malos, sino que además han sido apóstoles del mal, han sembrado semillas de pecado, han procurado arrastrar a la condenación al mayor número posible de almas.
Estos han vivido siempre en pecado mortal. Y, por una consecuencia lógica y casi inevitable, suelen morir también sin preparación próxima, obstinados en su maldad.
Segunda manera de morir: con preparación próxima, pero no remota. El que vive habitualmente en pecado mortal, no tiene preparación remota; pero, por la infinita misericordia de Dios, a veces ocurre que muere con preparación próxima. Uno que ha vivido en la impiedad, incluso que ha combatido a la Iglesia, puede ocurrir –porque la misericordia de Dios es infinita– que a la hora de la muerte, cuando ve ante sus ojos el espantoso abismo en que se va a sumergir para toda la eternidad, movido por la divina gracia, se vuelve a Dios con un sincero y auténtico arrepentimiento que le vale la salvación eterna de su alma.
Tercera manera de morir: con preparación remota, pero no próxima. No juguemos con fuego. Tengamos al menos la preparación remota, por si acaso Dios no nos concede la preparación próxima. Con la preparación remota, tenemos asegurada la salvación del alma; y para eso basta con que vivamos sencillamente en gracia de Dios. Si vivimos siempre en gracia de Dios, si en cualquier momento de nuestra vida tenemos bien ajustadas nuestras cuentas con Dios, si tenemos ese tesoro infinito que se llama la gracia santificante, nos puede importar muy poco la manera, el modo y las circunstancias de nuestra
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