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El Sufrimiento

4 de Abril de 2014

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El sufrimiento nos revela nuestra condición de creaturas.

El ser humano como lo conocemos es finito, es decir, caduco, y no conocemos otra forma de ser del hombre, aunque tienda a lo trascendente y haya en él, incluso, algo de divino, tarde o temprano llegará su inevitable desenlace, la muerte. Sin embargo, ese no es le punto a tratar en esta ocasión, sino, la antesala de la muerte, el ineludible preámbulo, me refiero al tan temido sufrimiento. Al sufrimiento que mucho se le teme y que paradójicamente es imposible evitar. Es verdad, es imposible evitar el sufrimiento, está estrechamente unido a nuestra condición de seres humanos, no hay ni ha habido ser humano alguno sobre la faz de la tierra que no haya jamás, en mayor o menor grado, experimentado el sufrimiento en su existencia.

Hablar del sufrimiento en nuestro tiempo y nuestra sociedad hedonista resulta casi insultante, ya que estamos acostumbrados a no sufrir, o mejor dicho quisiéramos no sufrir, pero, si somos realistas, el sufrimiento o el dolor son una realidad que no podemos ni podremos jamás evitar. Pero. ¿Qué hacer; Cómo afrontarlo…? Por un lado resulta totalmente imposible librarnos de él, y por otro, nos es sumamente difícil aceptarlo. Por lo que tarde o temprano nos encontramos, en mayor o menor medida, inmersos en el sufrimiento sin saber que hacer.

Tratando de ser objetivos, tendremos que, de una manera sana, aceptar que hay dolor en el mundo y que nadie está exento de él. Con mucho cuidado habrá que ver el aspecto positivo de éste, es decir, la faceta que, cuando nos topamos de frente con el dolor nos resulta casi imposible y nos reusamos a percibir pero, que está ahí. El sufrimiento en gran medida nos ayuda a poner los pies sobre la tierra, no es secreto que el ser humano tiende a volar, a proyectarse al infinito, y esto no es malo, siempre y cuando no pierda de vista su condición de creatura. Me refiero, a esa tendencia del ser humano a creerse “todo-poderoso” y a pretender pasar por encima de lo que sea y de quien sea para alcanzar sus objetivos.

El sufrimiento nos recuerda lo frágiles que somos, lo vulnerables que nos volvemos cuando caminamos, o volamos solos y, lo peligrosos que podemos ser cuando pasamos por alto esta realidad. El sufrimiento nos recuerda, o mejor dicho, nos sitúa mejor que nadie en nuestra condición de indigentes, de necesitados, y hasta en nuestra “vocación” de hacer comunidad, ¿por qué? Pues porque es en el sufrimiento donde mejor se manifiesta la solidaridad de los unos para con los otros, es cuando sufrimos cuando más necesitamos una mano amiga, es cuando necesitamos consuelo, cobijo, compañía, apoyo… etc., quien ha sentido en carne propia el rigor inclemente del sufrimiento no puede pasar por alto el sufrimiento de sus hermanos, se ve a sí mismo inclinado a ayudar a sobrellevar el dolor del prójimo, pero sobretodo, a evitarlo en la medida de lo posible y, a jamás ser la causa del dolor de sus semejantes. No podemos cerrar los ojos, no podemos ser indiferentes a la situación de nuestros hermanos, mucho menos cuando estos sufren, estamos invitados, quizá hasta obligados, a ser solidarios con ellos a auxiliar y aliviar en la medida de lo posible su dolor su sufrimiento.

Quizá (me atrevo a decir) la mejor parte de todo esto, es la de sentirse, descubrirse y saberse creatura, es decir, la de tener la certeza que por encima del dolor y del sufrimiento está Dios; la de saber que por muy fuerte, inteligente o superior que me sienta, tengo un límite, un límite tras el cual invariablemente se haya Dios. Al final de cuentas el misterio del dolor sólo Dios nos lo desvelará, pero mientras esto pasa habrá que abandonarnos y confiar en él. Pero antes de ello el dolor nos desvela muy a su manera, quizá no la más ortodoxa, pero definitivamente pedagógica, nuestra realidad de creatura, es decir, nuestra estrecha e ineludible condición de dependencia

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