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Ensayo Sobre El Cristianismo


Enviado por   •  23 de Septiembre de 2014  •  13.403 Palabras (54 Páginas)  •  923 Visitas

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Introducción

Este libro responde a dos preocupaciones que no corren paralelas, sino que se entrecruzan continuamente: por una parte, leer el Nuevo Testamento en su contexto social y cul- tural; por otra, captar la relevancia que para el presente pue- de tener el proceso histórico que se descubre necesariamente cuando se leen los textos de esta manera.

Es muy fácil descubrir en el Nuevo Testamento la existen- cia de una diversidad de géneros literarios y de posturas teo- lógicas. Pero cuando se profundiza un poco más se descubre también una evolución muy notable a partir de Jesús y de su mensaje. Las cosas entonces se complican, pero también se vuelven mucho más apasionantes. Incluso los especialistas hoy nos dicen que en los mismos evangelios hay tradiciones dis- tintas, de procedencias diferentes y con visiones no siempre iguales de Jesús. Pero sin entrar en ello, salta a los ojos la di- ferencia entre el Jesús que anuncia el Reino de Dios y el Pa- blo que prácticamente no habla del Reino, pero sí de edificar la comunidad, lo cual parece suponer que la entiende como una casa: “la casa de Dios”, como no tardará en decir un dis- cípulos suyo refiriéndose a la Iglesia (1 Tm 3,15).

Las relaciones de Jesús y Pablo han hecho correr ríos de tinta y han dado pie a polémicas enconadas. Para unos, Pablo es el inventor del cristianismo, al precio de tergiversar radi- calmente el mensaje originario de Jesús. El Mesías fracasado es convertido por el apóstol de Tarso en Hijo de Dios glorio-

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so. Para otros, Pablo es quien mejor comprendió a Jesús de Nazaret y quien lo interpretó de una forma más fiel. Ambas opiniones podrían ir avaladas por citas de numerosos autores, también de estudiosos españoles de nuestros días.

El problema es de gran envergadura, pero mi propósito es muy modesto. Me acerco de una forma muy fragmentaria a una problemática que ha producido investigaciones enormes, muy eruditas y apasionadas. Lo más normal ha sido plantear la cuestión de una manera ideológica, en el sentido de que se solía tratar de ver hasta qué punto el contenido de la predica- ción de Pablo está en continuidad o en ruptura con el men- saje de Jesús. Se explica porque los estudios solían realizarse en Facultades de Teología y muy condicionados por las dis- putas confesionales. Lo que yo propongo, como hilo con- ductor de estas páginas, es la consideración del cambio de las situaciones sociales de Jesús en Palestina y del movimiento cristiano en la cuenca del Mediterráneo. En un mundo en que había dos grandes ámbitos de experiencia, el político, el de la polis, el del ágora y la vida de las relaciones sociales oficiales, y el doméstico, el de la casa/oikos, el de las relaciones sociales extensas y profundas en el hogar y entre las familias, la religión, como la economía, no eran actividades autónomas y social- mente independientes, sino que estaban incrustadas en la vida política (cultos y ceremonias públicas) o en la vida doméstica (cultos y ceremonias en el hogar y en el seno de la familia).

Pues bien, las discusiones teológicas sobre las transforma- ciones teóricas y dogmáticas que se encuentran en el Nuevo Testamento –cómo Jesús pasa de ser el mensajero a ser el cen- tro del mensaje, cómo se llega al culto de Jesús como Hijo de Dios, etc.– se podrían plantear de una forma mucho más adecuada si se atendiese a este fenómeno social previo y que todo lo condiciona: la religión política de Jesús, que anuncia el Reino de Dios a Israel, se transforma rápidamente en una religión doméstica1 que se difunde a través de una red de co-

1 Lo repetiré después, pero desde el principio deseo que quede claro que “do- méstico”, en el sentido del siglo I, en absoluto equivale a lo que hoy entendemos por

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munidades inclusivas, mestizas, heterogéneas y muy ágiles. La superación de las barreras étnicas del judaísmo supuso, por una parte, la renuncia a la pretensión política que se expresaba en la proclamación del Reino de Dios y, por otra, la opción por extenderse a través de la mencionada red de comunidades do- mésticas, muy parecidas a las sinagogas de la diáspora judía, pero con la diferencia fundamental que suponía su apertura social y su plasticidad cultural.

De este proceso se habla en las páginas que siguen de una forma no exhaustiva y a modo de ensayo. La evolución del cristianismo primitivo, este paso de la religión política a la religión doméstica, de Jesús a Pablo, dicho de una forma un poco simplificada, se refleja en una serie de aspectos que no son más que meramente apuntados (la forma de entender la paz o el poder, por ejemplo).

El lector podrá comprobar que subrayo mucho la creativi- dad de Pablo y su diferencia respecto a Jesús; pero, al mismo tiempo, considero que es una recreación fiel de su inspiración originaria. Como historiador digo, obviamente, que las cosas pudieron haber sido de otra manera y, de hecho, hubo segui- dores de Jesús que marcharon por caminos totalmente dife- rentes, de la mayoría de los cuales no queda hoy absoluta- mente nada. La interpretación creyente de esta historia sólo es posible descubriendo en ella la acción del Espíritu de Dios, que abre fronteras y lleva las cosas más allá de lo que hubiera podido deducirse de la letra de Jesús. De esto habla también un capítulo de este libro. La Iglesia posterior es inexplicable sin Jesús, pero no es legitimable por su mera vinculación con él. Y lo digo no sólo para combatir fundamentalismos, que se pueden dar tanto entre creyentes como entre no creyentes, si- no también porque creo que, a veces, el redescubrimiento del Reino de Dios de Jesús es elevado a la categoría suprema de toda la vida cristiana posterior, pero sin captar la hondura y

privado. Nuestra forma occidental de entender la personalidad y la familia es muy di- ferente a la que existía en la cultura mediterránea del siglo I. Una preocupación central de estas páginas es precisamente evitar el anacronismo y el etnocentrismo a la hora de entender los textos bíblicos.

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el valor de la transformación de la fe paulina. Yo diría que Jesús de Nazaret sí y Pablo de Tarso también”. Y añadiría: pero críticamente, sin desconocer las diferencias y aprendiendo de ellas.

Nunca insistiremos

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